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Denunciar al denunciador

A veces, mis adorados lectores, que los hay, me comentan sobre estos humildes artículos. En ocasiones me indican que he sido muy duro, que si estoy enfadado por algo, que qué me ha hecho ese político, aquel dirigente o un determinado partido (el Madrid-Ajax por ejemplo), que si me pasan la toalla por tanto como me he mojado, que si no me ha traído consecuencias esta o aquella opinión.

  • Última actualización
    14 marzo 2019 16:12

Pero, si alguna vez se me ocurre bajar el listón del lamento o la queja, enseguida me confiesan que lo que realmente les gusta es… que dé caña. Cómo son los jodíos. Al final, unos por otros, no dejan de transmitirme que eso es lo que le gusta leer: la opinión sin paños calientes, con razón o sin ella, pero clara, cortita y al pie. Hay, creo, una cierta envidia en el lector cuando ve cómo despotrico. En cierto modo a todos nos gusta que sea otro el que llama la atención al que habla en el vagón del silencio o al que deja las porquerías de su perro a tu paso. Nos gusta más lo de decir luego, en voz baja… “muy bien, estoy de acuerdo contigo, poco le has dicho, se lo iba yo a decir ahora…” Está ese tipo de lector de enhorabuena porque, con esto de hacerme mayor, no sé a ustedes, pero a mí me importa todo lo superfluo un poco menos y mil veces más lo realmente importante. Y lo primero aumenta a marchas forzadas y lo segundo escasea cada día más, hasta que en ese apartado de las cosas realmente importantes ya me queda poco más que la vida y la verdad. Sermoneado esto, procedo a mostrar mi más rotundo rechazo, desprecio incluso a las leyes mal paridas y a las multas caprichosas que se viven día sí y día también en este nuestro sector logístico, donde es moda eso de tramitar normas y leyes, o poner multas millonarias que ni cuajan las primeras ni se cobran las segundas, pero que fastidian hasta el infinito y más allá. Asociaciones y empresas del sector han de apartar todas sus muchas y muy variadas preocupaciones para atender a las nuevas leyes con las que nos amenaza la Aduana o Hacienda o la nueva pila de millones con que pretenden multarnos los de la Comisión Nacional de los Mercado y la Competencia por haber acudido a una reunión convocada por la autoridad autonómica. Además de los cientos de miles de euros que cuesta al sector las ocurrencias de estos excelsos señores, están los nervios quemados, los socios que se dan de baja, el patrimonio puesto en venta o los operarios dedicados a atender estos asuntos. Como decía en un anterior artículo, todo estaría bien si lo que hace tanto daño, ya sea un proyecto de ley, una multa o un comentario en prensa, se mantuviera a muerte. Hasta el final, con todas las consecuencias. Porque si luego la ley, años después no cuaja, la multa se paga dividida o no se paga y lo blasfemado en la prensa contra un acceso o un puerto se convierte en oración cuando llegan al poder… alguien debería pagar por ello. Alguien debería devolver la angustia que producen, el gasto que generan y la tristeza que acarrean. Por ejemplo, si me dices que me vas a multar con 10 millones y años después, cuando he adelgazado yo y han engordado mis abogados, resulta que no he de pagarte nada, propongo que los pague quien ha puesto la multa. Igual tenían más cuidado. Igual se daban cuenta de que están legislando y multando a empresas, tras las que, se lo juro, hay personas.