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Días de Radio

Querida Arantza,

¡Felicidades! ¡Zorionak! Sé que cumples hoy 65 años. Perdona la indiscreción. Y sé también que jamás llegarás a leer estas líneas. De hecho, doy por sentado que desconoces por completo quién soy,  que de ningún modo me reconocerías. Y no te culpo por ello, Arantza. Han pasado tantos años... Han transcurrido tantos días desde entonces...  Cientos, miles de “Días de  Radio”, como tan bien recreó Woody Allen  en su personaje  de Joe Needlemann,  el niño judío de Nueva York cuya infancia retrató para mostrarnos las historias familiares que surgían desde los sintonizadores de radio de la América de los 40 y enseñarnos el mundo que asomaba por la que entonces era la única ventana abierta.

  • Última actualización
    30 marzo 2020 16:43

Como a Joe Needlemann, la radio puso también la banda sonora de mi infancia y juventud. Lo siguió haciendo después y ahora en estos tiempos de confinamiento, más que nunca. Y tu voz, Arantza, me ha acompañado desde las ondas de Radio Bilbao los 40 últimos años de mi vida. Por eso,  cuando  el pasado viernes escuché en directo de tus propios labios tu adiós a la radio al alcanzar la jubilación, no pude más que evocar una fecha y un lugar. 

Me recuerdo, tan ilusionado como nervioso, a las 8.55 del 1 de julio de 1991,  en el número 6 de la calle Rodríguez Arias, en la trasera del Hotel Carlton, tomando el ascensor para subir a la quinta planta, a los antiguos estudios de Radio Bilbao de la Cadena SER. Era mi primer día como becario de Deportes.  Un sueño hecho realidad: conocer y trabajar junto a las voces que me acompañaban cada día.  Y la tuya, era una de ellas. Pero el verano transcurrió más rápido de lo deseado y los despachos de Radio Bilbao en el Carlton tampoco facilitaban la interacción entre las redacciones de Deportes y de Informativos. 

Apenas tuvimos ocasión de entrecruzar un par de saludos durante aquel verano y seguramente me vieras pasar alguna vez por el interminable pasillo que conducía al estudio, apresurado, como jamás debe hacer un verdadero profesional para no perder el resuello ante el micrófono. 

Tu despedida, el pasado viernes en La Ventana, me sonó triste. Este maldito virus, que mata personas, destruye  empleos, proyectos de vida e ilusiones, no nos deja ni siquiera despedirnos de los muertos. Pero tampoco de los vivos.

Tu voz, Arantza, nos acompañó en las terribles inundaciones de agosto de 1983; supimos también por la radio de la tragedia aérea del Monte Oiz de 1985, y de todas y cada de una de la tragedias que suponía cada atentado de ETA “que tuvimos que solucionar informativamente”. “Pero esto -dijiste en referencia al coronavirus- es otra cosa, ni siquiera podemos despedir a nuestros muertos”. Y tú, Arantza, después de 40 años, tuviste que despedirte de la radio y de tus oyentes en un estudio vacío “sin besos ni abrazos, sin pintxos de tortilla ni copas de vino,  sin trufas de Goya...”.  Son los que ahora vivimos Días de Radio, recuerdos de días sintonizados que tal vez en el futuro evoquemos, con la distancia del tiempo, como un capítulo fallido de nuestras vidas. Pero no debiera ser así. 

“Nunca he olvidado a toda aquella gente y a ninguna de las voces que solíamos escuchar por la radio. Aunque a decir verdad, con el paso de los años, esas voces parecen alejarse cada vez más y más”, decía Woody Allen (Joe Needlemann) en Días de Radio. La radio sigue conectada. El periodismo y Diario del Puerto, también.