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El elemento más débil

Llevamos tanto tiempo hablando de política, o de las cosas de los políticos, que ya casi ni nos acordamos de que nuestra razón de ser dista mucho de centrarse en los desvaríos de unos y de otros.

  • Última actualización
    21 enero 2020 16:59

La realidad es tozuda y se encarga de recordarnos que el mercado no entiende de chorradas. Lo que en una parte del mapa es un problema social elevado al cubo, a unos pocos cientos de kilómetros se convierte en una magnífica oportunidad.

Hay profesionales que viven de detectar incertidumbres y momentos convulsos para pescar en río revuelto. Pensamos que la vida es poco más que aquello que rodea a nuestro ombligo, sin embargo, en un mundo global y con escasas barreras para que la información fluya, resulta que nuestra competencia más feroz puede estar a miles de kilómetros de distancia... y nosotros preocupados por el de al lado o por las declaraciones del político de turno.

La logística no entiende de fronteras o de distancias. El mercado marítimo y portuario se organiza y redibuja periódicamente a la luz del comportamiento de los mercados locales y de su afección sobre la globalidad.

Únicamente los hubs fuertes, estables y eficientes adquieren categoría de intocables en la redefinición de las rutas marítimas. A los demás no les queda más remedio que tratar de destacar en un ambiente convulso y especialmente competitivo en el que tu nivel de eficiencia te lo marca el peor de tus eslabones.

No es complicado buscar alternativas cuando de rotaciones marítimas se trata. Los mercados y los tráficos cautivos han dejado paso a la volatilidad de un mundo cambiante capaz de desplazar su núcleo mercantil con la máxima velocidad, el mínimo esfuerzo y con costes casi ridículos.

Lo que antes pensábamos que era una ventaja competitiva, la tan cacareada ubicación geoestratégica y la proximidad a un hinterland potente, se ha convertido en un elemento más, pero ya no tan determinante como para garantizar unos flujos de tráfico estables a lo largo de los años.

Afortunadamente, y pese al empeño de algunos, los profesionales de nuestro sector siguen partiéndose la cara por todo el mundo para tratar de arañar unos gramos de carga y de paso minimizar las dosis de inestabilidad e incertidumbre que generan las declaraciones y salidas de tono de quienes no saben ni cómo se mueve el mundo.

Justo será, cuando alguien quiera reconocerlo, que se rinda un homenaje a aquellas personas que se pasan semanas fuera de casa, que soportan interminables esperas en aeropuertos, que se tragan las extravagancias de directivos de cualquier parte del globo y que tienen que cargar con la presión de tener que conseguir unos resultados mínimos, únicamente para aspirar a la gestión de un maldito contenedor.

Mientras tanto, al calor de la calefacción, los hay que siguen diciendo tonterías y poniendo piedras en el camino del desarrollo por amor al arte, sin justificar razonamientos, sin argumentar sus tesis y llevando su discurso al terreno de la inmoralidad apelando a falsas amenazas sobre generaciones venideras.

Sigo diciendo que mientras unos se tiran piedras a ver si se aciertan en un ojo, hay otros que las recogen y van construyendo la sólida estructura de su futuro. Mal vamos.