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One Club Man

Que el fútbol se convirtió hace años en un negocio multimillonario es una evidencia que podemos  constatar todavía con mayor descaro en esta era del Covid-19, donde todos los días, sin excepción, se nos sirve a los aficionados de pago un menú-espectáculo televisivo consistente en un grupo de “millonarios prematuros” (Bielsa dixit) vestidos de corto, unas gradas vacías que simulan estar ocupadas gracias a la magia de los efectos digitales y un fondo sonoro compuesto de cánticos varios, ¡ays! y ¡huys! enlatados que hacen bueno aquello del “todo para el pueblo pero sin el pueblo”.

  • Última actualización
    06 julio 2020 15:11

Con los clubes profesionales transformados en Sociedades Anónimas Deportivas (salvo alguna que otra excepción legal, que no real), los equipos de fútbol mantienen, en los diferentes ámbitos de su actividad, dinámicas equiparables a las de cualquier otra empresa. Salvando las distancias. En lo que al capítulo de personal se refiere, la gestión de la plantilla de futbolistas se ha mercantilizado al extremo y los jugadores cotizan al alza o a la baja como commodities cualquiera en un mercado especulativo y global.

Por ello, cada vez resulta más complicado encontrar trabajadores del balón, “empleados” de club fieles al escudo que les paga y al que prometen lealtad eterna, tanta como sus años de profesionales bien pagados les permiten.

Pero para todo hay excepciones y un equipo de fútbol profesional llamado Athletic Club ha instituido un premio llamado “One Club Man” (One Club Woman en su versión femenina) para premiar a aquellos futbolistas profesionales de otros equipos cuyas trayectorias en un único club representen valores que considera unidos a su propia identidad.

Matt Le Tissier, Paolo Maldini, Sepp Maier, Carles Puyol, Billy McNeill y Ryan Giggs han sido los ganadores desde 2015 hasta la fecha. De todos ellos, me quedo con Matt Le Tissier, jugador del Southampton inglés durante 17 temporadas y que rechazó importantes ofertas de otros equipos de mucho mayor potencial deportivo y económico. ¿Por qué? He aquí su respuesta: “Jugar en los mejores equipos es un reto, pero jugar contra los mejores y ganarles es un reto todavía mucho mayor. Yo me dedico a eso”.

Hoy en día cambiar de empresa, de país, de sector, de actividad, se presenta como un indicador propio de personas flexibles, inquietas, imaginativas, ambiciosas e inteligentes, personas de mente abierta, cracks en toda regla...

¿A qué viene todo esto? A una simple comparación con la empresa actual y sus dinámicas laborales, donde llega incluso a estar mal visto que alguien haya trabajado prácticamente toda la vida en la misma empresa. Hoy en día cambiar de empresa, de país, de sector, de actividad, son indicadores de personas flexibles, inquietas, aventureras, adaptables e inteligentes, personas de mente abierta, cracks e toda regla... Al contrario, quienes optan por permanecer llegan a ser vistas como personas inflexibles, impasibles, cautelosas, inadaptables, temerosas, cerradas, carentes de imaginación o iniciativa...

Toda esta forma de actuar, tan valorada por los head hunters y los gurús de recursos humanos, quienes dan miles de pautas sobre la importancia de estos perfiles, se enmarca en un mundo en constante cambio, ya no tanto evolución, sino cambio constante, donde el cambiar se debe de convertir en el eje de la vida.

En este contexto, si ya el One Club Man futbolístico es una especie en vías de extinción, el One Club Man de una empresa cualquiera, incluido este sector nuestro del transporte y la logística, lleva camino también de convertirse en un ente exótico, una rara avis en un mundo donde el darwinismo social impone sus propias reglas. De todos modos, el ecosistema empresarial tiene mecanismos de regulación que protegen a estos especímenes en beneficio mutuo. ¿Dónde está entonces el mayor reto? Pregúntenselo a Matt Le Tissier, el verdadero One Club Man.