En cuanto a la estiba y a Renfe, ya saben el resultado. La coyuntura, la proximidad de las elecciones y la complejidad de una solución satisfactoria en tan poco tiempo ha obligado a renunciar a ambos retos y a dejarlos para el que venga detrás como envenenada herencia.En verdad, dado el peso estratégico de ambas decisiones, su implicación a largo plazo y la necesidad de sustentarlas en consensos sólidos, es razonable pensar que merece la pena arrancar la nueva legislatura con una negociación franca, abierta y sin prisas, más allá de lo razonable, que permita tensar y destensar las conversaciones sin miedo a que la celeridad termine por alumbrar cualquier cosa que en nada se parezca a lo mínimamente deseable.Ahora bien, estas mismas razones servirían para dar carpetazo al tercero de los temas, el de los pesos y dimensiones, con la diferencia de que, en este caso, Fomento y la DGT han decidido seguir para adelante hasta el último minuto con el fin de alumbrar en diciembre, si se cumple lo anunciado en las últimas horas, una reforma pobre, intrascendente, que representa un fracaso en todos los aspectos, pues para semejante viaje no hacían falta semejantes alforjas.Más allá del autoritarismo y la prepotencia con la que ha actuado en todo el proceso la DGT y de la pusilanimidad con la que se ha comportado la Dirección General de Transporte Terrestre, uno se pregunta cómo es posible que después de haber decidido retirar del proyecto de reforma las 44 toneladas, de terminar eliminando la propuesta de incrementar la altura máxima a 4,5 metros y de claudicar y dejar de lado el tema de los vehículos articulados de 20,25 metros, aún decida el Gobierno seguir hacia adelante y apostar por una reforma desnaturalizada y chapucera que se limita a permitir la circulación de los megacamiones de 25,25 metros, propuesta que todos hubieran admitido de inicio como prueba piloto, todo lo ambiciosa que se quisiera pero mucho más efectiva, práctica y útil de cara al futuro.Al final, denota este último coletazo, por tanto, una voluntad casi obsesiva por sacar adelante este tema como fuera, actitud que, si nos damos cuenta, es la que ha vertebrado todo el proceso.¿Cómo no vamos a llamar obsesión a la insistencia por aprobar una reforma que el sector del transporte jamás reclamó y con la que jamás estuvo de acuerdo ni en su planteamiento ni en sus instrumentos? ¿Cómo no vamos a llamar obsesión a la insistencia por aprobar una reforma que en todo momento tuvo sobre la mesa la oposición desde el punto de vista técnico, tecnológico y de seguridad de los principales fabricantes y expertos? ¿Cómo no vamos a llamar obsesión a la insistencia por aprobar una reforma que incluso los cargadores dejaron de apoyar en cuanto se cayó de ella su objetivo esencial, las 44 toneladas?¿A qué ámbito del sector cargador quiere el Gobierno otorgarle una victoria con este pírrico rédito del megacamión?¿A qué parte del sector del transporte quiere hacer el Gobierno ganador tras renunciar a lo que las patronales siempre entendieron como una agresión?Más le habría valido al Gobierno mantener la dignidad y renunciar a la reforma en su totalidad. Es siempre mejor un paso atrás que un remiendo.