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Seremos fodechinchos, pero no idiotas

  • Última actualización
    11 septiembre 2024 05:20

Todos somos paletos en tierra ajena. Todos rezumamos palurdismo, aldeanismo, garrulismo y zafiedaz en cuanto invadimos ese espacio ajeno y extraño de los mundos que no conocemos, que nos son ajenos.

Hay normas básicas para aterrizar en estos planetas, claves esenciales para no levantar ampollas, herramientas fundamentales en otros ámbitos de la vida y que aquí cobran también un sentido como la educación, el respeto, la humildad y ese sabio refrán del “donde fueres haz lo que vieres” que, eso sí, de un tiempo a esta parte nos está explotando en la cara sin que nadie encuentre la fórmula de la mesura y el equilibrio.

Hemos transformado el mundo, repito, el mundo, en un inmenso y a la vez milimetrado parque temático. Las ciudades, los pueblos, las playas, los parques naturales, las selvas, las sabanas, hasta los círculos polares son ya pura y duramente escenarios de cartón piedra que han sido vaciados de su original cotidianeidad para interpretar el guion de lo que se espera que debe ser cada sitio, de lo que se ha decidido que sea cada sitio y de lo que las guías de viajes, los guías turísticos y, de un tiempo a esta parte, los verborreicos e insoportables tiktokers han decidido que debe ser cada ciudad, cada playa, cada pueblo, cada montaña, cada masai, cada león, cada loro, cada suricata y cada iceberg con sus decenas de pingüinos amaestrados y deseosos de devorar nuestros restos del bocata de mortadela.

Lo genuino se muere o directamente se ha muerto y lo poco que queda está siendo perseguido por los fantoches del instagram para quitarles el velo y vender la invasión a cambio de un puñado de likes.

La marabunta arrasa con todo, la marabunta es incontrolable y a la marabunta ya no hay quien la aguante, pero no equivoquemos el tiro ni vengamos a dar lecciones y muchos menos por parte de los sectarios del verso incoherente, esos que gritan “fodechinchos”, con la superioridad moral de quienes desconocen su palurdismo en cuanto sacan medio pie de sus fronteras, cada uno las suyas, porque, como tantos males de este mundo, todo se resume en lo mío, en lo nuestro, en lo propio, en esa necesidad de reivindicar y reclamar la posesión y de pretender manejarla al antojo caprichoso sin llegar a comprender que no se puede estar escarbando en el plato. Esto del turismo viene con verdura, carne y caldo. Pretender sólo quedarse con las tajadas y luego ir de estupendos es querer tomarnos el pelo. Seremos fodechinchos, pero no idiotas.

Dejemos de equivocar el tiro. Todo se resume en que hemos convertido el turismo en una industria, fundamentada además en todos y cada uno de los pilares que fundamentan nuestra sociedad.

Surge la búsqueda incontrolable de cabezas de turco

El primero de ellos es el dinero. El turismo es una inmensa fuente de riqueza, que en algunos lugares se convierte en la única. Más allá de los prepotentes que van de exquisitos mordiendo la mano que les da de comer, hablamos de unos recursos irrenunciables y que no tienen límite dada la exponencial incorporación de personas que buscan ganarse un sustento.

Y el segundo es esa sociedad líquida que consume paisajes y museos desde el borreguismo de vivir cada una de las experiencias que nos dicen que hay que vivir como trofeos de un videojuego. Lo queremos todo fácil, todo rápido, reconocible y que nos identifique con nuestros semejantes.

El resultado es ese rebaño que llega, arrasa y, ojo, factura, no lo olviden, factura, porque ahí nacen todas las grandezas y todas las miserias.

No podemos vivir sin el turismo, pero llega un momento que ya no se puede vivir con el turismo. Los parques temáticos convierten a los nativos en extranjeros y todo salta por los aires. Desde Barcelona, hasta Venecia, desde la isla de Pascua hasta el Masai Mara.

Surge entonces la desesperación y la búsqueda incontrolable de cabezas de turco, como los cruceros, señalados injustamente en busca de un descrédito sustentado en falsedades sobre la congestión o la sostenibilidad, cuando hablamos de una legítima e impoluta vía para conocer el mundo cuyo único mal es desarrollarse en esta sociedad y con este modelo.

La pena es que mientras los políticos no vayan a la raíz del problema seguirán disparando como ciegos en la noche.