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Sucias reglas

Es duro ir a la guerra, pero más duro es ir sin armas con las que combatir.

  • Última actualización
    07 abril 2020 12:04

España entró en la guerra contra el Covid-19 sin armas; España ha tenido que armarse en plena guerra; España ha sufrido, sigue sufriendo y seguirá sufriendo las consecuencias de esta doble orfandad de enfrentarse a un enemigo desconocido y, además, sin instrumentos y sin procedimientos.

Nadie aquí supo de primeras hacer frente a esta lucha. No lo supo ni lo previó el Gobierno, pero, por ejemplo, no lo podía saber el personal sanitario, que ha tenido que hacer frente a su misión y deber de curar a los pacientes con el mismo desconocimiento de partida y el afán y el tesón de ir cada día descubriendo lo que curaba y lo que no, con aciertos y callejones sin salida.

Ahora, en pleno fragor de la batalla, siguen siendo estruendosos los que, desde la desesperación, la rabia y el profundo dolor cargan contra esta resistencia precaria, contra esta guerrilla atropellada y desconcertada que ha montado España para hacer frente al virus.

Nada que objetar, salvo que, asumido el punto en el que estamos, resignados a que la historia nos emboscó desprevenidos, no podemos embolicarnos y encasquillarnos en una queja razonable pero injusta, porque seguimos pensando que las reglas son las mismas, como si no hubiera saltado por los aires la pax romana y sin darnos cuenta de que tan en guerra está España como el resto del mundo y cuando se está en guerra se aplican las leyes de la guerra, las leyes de los especuladores, de los piratas, de los ladrones, de los usureros, de los desesperados, de los que pisotean, de los que atropellan, de los traidores, de los mentirosos y de los que se ríen en tu cara. Y eso no es culpa de España. “Es la guerra, estúpidos, es la guerra”.

La guerra porque una mascarilla que en Shanghai antes costaba 20 ct, ahora de partida cuesta 50, y la FFP2 de 1 euro ahora cuesta 3; porque fletar un carguero desde China pasó a cotizar de un día para otro, lo saben muchos de ustedes, en más de 1,7 millones de euros; porque cuando tienes la mercancía cargada en el avión lista para ser importada, llega otro importador de otro país que ofrece más dinero y tu mercancía la bajan y la dejan tirada y se llevan la de tu rival, ahora Estados Unidos, que con las infecciones disparadas se ha convertido en un duro enemigo a la caza de material y espacio en bodega; bodegas, como digo, que se subastan a pie de aeropuerto, como el pescado en la lonja, sin que a nadie le importe cuántas vidas o infecciones generará semejante mercadeo; puro mercadeo, porque se multiplican los piratas y los productos falsos a precio de oro, carne de cañón no para los incautos, sino para los desesperados; y luego pasamos al hoy abrimos todas las puertas para inundar al mundo y mañana las cerramos para que no se vean nuestras vergüenzas, y cambio los protocolos aduaneros y, de nuevo, las mercancías en tierra; y también los aviones, según caduquen o no las licencias, según sea o no el antojo, porque, aunque el mundo no tiene tiempo, para los traficantes de “armas” contra el virus cada minuto que pasa sube el precio; altos precios y es que todas las guerras generan grandes fortunas, aunque sea a base de fabular con cómo has vencido al virus, pura propaganda, por cierto, otra ley inmutable en toda guerra; y podríamos seguir hablando de quienes se incautan de material español (sanitario) en Francia o Turquía, como en toda contienda; o de quienes prohibieron al gran fabricante europeo de mascarillas (alemán) exportar un mes antes del estallido: allí sí oyeron los tambores...

Y sí, tardan en llegar las mascarillas, las batas, los respiradores... se multiplican los contagios y flaqueamos. Podríamos ser más rápidos y más hábiles, sí, pero ahora mismo luchamos contra el virus y también con estas sucias reglas.