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Tirar piedras al tren

En la estación de autobuses de Durrës, a  la espalda del puerto, el vocerío de los chóferes anunciando los destinos se eleva por encima de las palmeras perfectamente alineadas alrededor de la plaza rectangular y de los decrépitos edificios con fachadas desconchadas que la separan de los muelles: ¡Elbasan, Elbasan! ¡Vlora, Vlora! ¡Sarande, Sarande! ¡Skodra, Skodra! ¡Fier, Fier! ¡Berat, Berat! ¡Tiranë, Tiranë!...

  • Última actualización
    22 octubre 2018 19:46

La geografía de Albania cabe toda en esta plaza por la que en agosto de 1991 transitaron miles de personas en el primer gran éxodo de albaneses hacia Italia. Paseando entre chóferes vociferantes, viajeros apresurados, renqueantes autobuses y furgonetas humeantes con el motor al ralentí, me vienen a la cabeza las fotografías de los periódicos de la época mostrando una muchedumbre que, a escasos metros de allí, invadió durante días el muelle con la esperanza de subirse al mercante “Vlora” en busca de una nueva vida en Europa. La estampa felliniana del “Vlora”, su cubierta tapizada de almas desesperadas, con personas encaramadas a los mástiles y colgadas de las maromas, así como su penosa singladura hasta el Puerto de Bari, sigue aún hoy viva en el Mediterráneo. Hay cosas que no cambian. 

El caso es que la opción del autobús (en este caso “furgon”, por furgoneta, en el argot local), se me presenta como la forma más rápida de llegar a Tirana. El precio del billete es lo de menos. ¿Qué importan 60 leks arriba o abajo cuando entre dos opciones la diferencia es de apenas 50 céntimos de euro al cambio? Se trata de viajar. Y al contrario que los albaneses de 1991, en mi caso no importa tanto el destino como el viaje en sí.  Por eso, no tardo en decidirme por hacerlo en tren a pesar de tardar 80 minutos en recorrer 38 kilómetros. Tengo más curiosidad que prisa.

A la estación de HSH-Hekurudha Shqiptare (Ferrocarriles de Albania) se accede por la misma plaza de autobuses, un inusual caso de intermodalidad marítimo-terrestre-ferroviaria en Albania. Tras abonar en taquilla los 70 leks (50 cts. de euro) del billete, me dirijo al andén, donde espera una locomotora T669-1042 diesel de los 50 de fabricación checoslovaca pintada de verde y tres vagones de pasajeros con múltiples abolladuras, la mayoría de sus puertas desencajadas, las ventanas rotas en su práctica totalidad, y en los que aún se adivina el logo de Deutsche Bahn semioculto bajo la pintura roja. 

No tardo en averiguar cómo siendo la mitad de barato que el “furgon”, el tren parte de Durrës con sólo tres pasajeros, puesto que otros dos que ocupan el tercer vagón se quedan en tierra al no estar enganchado, sin que el maquinista haga nada por remediarlo. Viajo solo en el primer vagón, sentado junto a la única ventanilla que queda incólume, cuando ya a las afueras de Durrës, a la altura del taller ferroviario de Shkozet, observo a cierta distancia a un grupo de chavales haciendo acopio de piedras. Echo cuerpo a tierra y las piedras retumban en el acero, impactando también algunas en las maltrechas ventanillas. No es ésta la única anécdota del viaje pero sí una circunstancia que me lleva a reflexionar sobre la realidad de Albania y en concreto, de su sistema de transporte. 

Leí ayer en este Diario que el 98% de las máquinas de Renfe puestas a la venta tienen entre 33 y 45 años de antigüedad;  es decir,  que ya circulaban cuando Enver Hoxha aún gobernaba Albania con puño de hierro. Está claro que un país en el que los niños apedrean sistemáticamente a los trenes de pasajeros tiene un serio problema. Pero existen también otras formas de apedrear el tren. Y me temo que en España el transporte ferroviario de mercancías ha sufrido durante años este mismo desprecio. No sé si hay alguien en España dispuesto a pagar por una locomotora de 1973. Al menos, en Albania podría tener una segunda vida. Siempre habrá alguien que tire la primera piedra...