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De palacios y hospitales

Tiene la sede del Organismo Público Puertos del Estado en Madrid una carencia absoluta de encanto. No es que el moderno edificio de la Avenida del Partenón no tenga pretensiones de singularidad, pero en los tiempos actuales ya no basta con andar por la vida forrado de cristales.

  • Última actualización
    21 julio 2020 17:29

Sobre todo si, además, compartes sede con otras muchas entidades y empresas  y, en el edificio, tu presencia se reduce a un par de plantas más o menos deslavazadas con ciertos espacios complementarios desconectados.

Más allá de la zona presidencial, donde hace ya muchos años que naufragó el acuario de peces de colores y muerte impredecible y donde siempre “brilla” el famoso cuadro portuario bordeado de anzuelos (obviemos las metáforas por el momento), la parte “pública” de la sede se concentra en una sala polivalente de la primera planta con evocaciones hospitalarias e inspiración universitaria y en la que nada distrae a los presentes porque nada hay más que un montón de pupitres, un extintor y un proyector, suficiente para que el psicoanálisis portuario fluya sin emoción.

Hay que aplaudir, por tanto, que para ponerle el cascabel al gato del nuevo Marco Estratégico del Sistema Portuario se haya escogido como escenario el Palacio de La Magdalena de Santander,  un marco a la altura de la misión encomendada a partir de hoy a los presidentes y directores de las 28 autoridades portuarias.

No quiero ni imaginar cómo hubiera sido tener a los 56 representantes del sistema parapetados en sus mascarillas y recluidos en la sala de disección de la Avenida del Partenón. No negaremos que la foto hubiera quedado quirúrgicamente impecable, pero es obvio que todos coincidimos en que el nuevo Marco Estratégico demanda para los puertos mucho más que cirugía estética.

Hay que reconocer que la coyuntura va a imponer para el imaginario de la posteridad una imagen no exenta de simbolismo, es decir, el de la distancia física de cada uno de los representados por aquello del Covid, lo cual esperemos que no signifique una distancia real en lo teórico, en lo conceptual y en lo real del futuro portuario.

No podemos negar que todo se queda un tanto cojo si el Marco Estratégico se deja en el tintero todo lo relativo a la gobernanza

No obstante, si hay distancia, qué mejor que resolverla bajo el techo de “palacio”, donde las intrigas y las pasiones suelen ser más suculentas, más vívidas y más sinceras, pues no hay nada mejor para desatar y desatarse que ponerse en plan Gran Hermano o, si me apuran, en plan cónclave.

A falta de Espíritu Santo, convendremos que “el camino, la verdad y la vida” es, de partida, el borrador elaborado por Álvaro Rodríguez-Dapena, una propuesta más que correcta en cuanto a sus objetivos concretos y más que aplaudible en cuanto a su estructura de medición y ejecución. Ahora bien, no podemos negar que todo se queda un tanto cojo si el Marco Estratégico define lo económico, lo innovador, lo social y lo medioambiental y se deja en el tintero todo lo relativo a la gobernanza.

Por cierto, nada que objetar aquí a la reflexión que se hace de la misma en el borrador, que contiene suficiente artillería y cargas de profundidad como para que, como diría nuestro Señor, “el que tenga oídos que oiga”.

Claro que, al final, se impone el pragmatismo de poner metas a lo que se puede controlar, pues, para todo lo demás, es decir, la gobernanza, lo que se desprende es esa descorazonadora sensación de que los puertos serán lo que el oportunismo y las veleidades políticas determinen en cada momento, lo cual retrae cualquier planificación y siempre despierta el terror a abrir semejante melón, pues se sabe dónde se comienza pero nunca en qué “cama” se acaba. No es baladí, por tanto, brujulear por “palacios”, en vez de por “salas de hospital”.