El día de mañana, allá por el 4.000 d.c., cuando los arqueólogos excaven en los yacimientos de la civilización del siglo XXI y exhumen nuestros restos, los de ustedes y los míos, desgraciadamente no encontrarán ni momias, ni vasijas, ni monedas. Bajo los carcomidos ataúdes de pino y algún que otro desdibujado crucifijo, sólo habrá polvo y, eso sí, bastantes prótesis de silicona. Ni los maxilares de la Gran Dolina, ni el sarcófago de Tutankamon, ni el perfil de César Augusto en sestercios varios. Las vitrinas de los museos del futuro expondrán los atributos maleables de pechos, morros y traseros, quién sabe si hasta el punto de formar cuerpos enteros.Habrá teóricos que escribirán libros sobre el ser humano y las prótesis, tesis que catalogarán tipos y utilidades, filósofos que establecerán luchas enconadas sobre si la belleza era un fin o un medio en estos -para ellos- lejanos tiempos e, incluso, habrá frikis y paranoicos aliados en Facebook y militantes en la creencia de que nos invadieron los extraterrestres, devoraron nuestros huesos para, a continuación, rellenarnos con insípida silicona, como pavos en año nuevo.Yo he llegado a la conclusión de que, en la actualidad, plastificarse es una forma más de envejecer. Sin prejuicios: hay algunos que prefieren que la madre naturaleza les deforme la cara y otros que optan porque lo haga un cirujano.Nunca volveremos a ser lo que fuimos y si no censuramos a María Teresa Fernández de la Vega por haber terminado convertida en una uva pasa, tampoco vamos a condenar a Cher por parecer un saco de parafina desgastado de tanto martillo y escoplo. ¿Que Meg Ryan es ya igual que Joker, que Lara Dibildos está deformada, que Marta Sánchez está cada día más inflada, que Paula Vázquez ya no tiene más piel que quitarse e incluso a Isabel Preysler le ha cambiado la cara (no ha sido de comer bombones, se lo aseguro)? Pero si nos cambia a todos, cada día.No parece la misma, repetimos con saña, aunque si vemos fotos de los no retocados la evolución es la misma. Unos estamos escondidos bajo un saco de arrugas, grasa y una calva y otros mantienen sus genes escondidos tras una montaña de silicona, liposucciones y rayos UVA. Es el mismo traje del tiempo.Y los riesgos, al final, son similares: a los conformistas nos caerá del cielo un ictus y se nos paralizará media cara; para los amantes del bisturí, a un torpe cirujano se le irá la mano con unos cuantos nervios y, ya saben, a partir de ese momento a entonar el himno de España con el ritmillo de la Duquesa de Alba.Las leyes también envejecen y las alternativas son muy similares, aunque cabe la posibilidad de ser más drástico. Se las puede dejar morir dignamente, se las puede aplicar la eutanasia y cambiarlas por otras más modernas o directamente está la cirugía plástica, es decir, modificar, reformar, ampliar, actualizar.Un buen ejemplo de esto último, ya lo han adivinado, es la normativa portuaria. Tras el alumbramiento de la Ley 27/1992 de Puertos del Estado y la Marina Mercante, esta joven de 16 años ya ha entrado dos veces en quirófano y por las dos mismas razones por las que la gente se arrima a un cirujano plástico: o bien como la Princesa Letizia, aduciendo desvíos nasales, ronquidos insoportables, problemas innatos que sirven de excusa para, además de corregir, realzar; o bien, por mero placer, capricho, ganas de sentirse mejor con uno mismo, ya saben, el estilo Ana Obregón.También habrán adivinado que la Ley 48/2003 es estilo Princesa Letizia, es decir, a raíz de la inseguridad jurídica generada en el ámbito de las tasas se ve que no queda más remedio que meter mano, aunque ya puestos se aprovecha para retocar otros temas como los servicios portuarios; mientras que la Ley 2/1997 es más bien tipo Ana Obregón, innecesaria, superficial, pero si con eso nos sentimos todos mejor con nosotros mismos en este país de las sensibilidades y nacionalidades, pues nada, a operarse.Un tercer tipo de cirugía plástica es la que viene forzada por una operación anterior. Ya saben, te quitan las arrugas de los ojos y se te mueve el párpado, te corrigen el párpado y te estropean los pómulos, te realzan los pómulos y te quitan la expresividad de la cara y así vas encadenando una tras otra, en un no parar.Esta es la dinámica en la que nos encontramos ahora. El proyecto de reforma del actual Gobierno socialista busca corregir los, a su entender, defectos originados por la operación de 2003, unos en el ámbito económico -especificados por la propia Unión Europea- y otros en el ámbito de los servicios, sobre todo la estiba, con el temita de las APIEs.El problema ahora mismo radica en que tras quedar suspendida la operación en la legislatura pasada, se vuelve a la carga sin conocerse exactamente el diagnóstico tras la intervención de 2003. Es decir, el Grupo Parlamentario Socialista recurrió al Tribunal Constitucional la Ley 48/2003 pero todavía el Constitucional no se ha pronunciado, por lo que se dice lo que hay que corregir pero el cirujano jefe, el que tiene la última palabra, o sea, los tribunales, aún no han pronunciado su sentencia.Es más, servidor ha hablado con el Constitucional y aseguran que, metidos en el pantano de los Estatutos, sus señorías no están para leyes portuarias y que esto aún tardará en resolverse: No antes de nueve meses, aseguran.En la Seguridad Social lo aplazarían todo pero, como aquí vamos por lo privado, y no va con segundas, estamos dispuestos a entrar ya en quirófano y a cortar sin tener muy claro si vamos a acertar.Por eso, en el tema de las APIEs, la propuesta del presidente de Puertos del Estado es la más segura: como no sabemos si hay que cortar o añadir, pongamos dos narices, una fina y una chata, o sea, convivencia de doble modelo, APIEs y Sociedades. ¿Y yo pregunto? ¿No se puede esperar? ¿No se puede aguardar al pronunciamiento del Constitucional?Por cierto, parece que andan los estibadores nerviosos estos días con que no se les pregunta sobre la ley. Yo creo que de momento no toca. Es tiempo de borrador, cuando esté listo, eso sí, la consulta será indispensable. Así fue, por ejemplo, en 2003 y no pasó nada, ni siquiera cuando todo el mundo se prestó al atraco orquestado por Grupo Recoletos y Francisco Álvarez-Cascos, con aquella presentación pública del borrador a 900 euros por cabeza. ¿Recuerdan? Fue como asistir de invitado a una mamoplastia y ver como el público pagaba los implantes. Qué tiempos.