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El pato, la cabra y el perrito de la pradera

  • Última actualización
    10 septiembre 2008 00:00

Cuando el hambre se junta con las ganas de dar de comer, uno puede disfrutar de ese placer -mitad bucólico, mitad raza superior- de dar de comer a los animales en la palma de la mano. Un parque, un zoo, una granja, cualquier escenario es bueno para, eso sí, vivir experiencias diferentes según el voraz animalillo que tengamos enfrente.Pongamos por caso tres ejemplos de dóciles e inofensivos seres vivos: un pato, una cabra y un perrito de la pradera.En cuanto al ave palmípeda, sólo con ver cómo se acerca ya le dan a uno ganas de quitar la mano y salir corriendo: cuello erguido y desafiante, trote raudo y nervioso, alas semidesplegadas y sonidos repetitivos y persistentes propios de su especie. Sientes su grito -¡HAMBRE! ¡HAMBRE! ¡HAMBRE!- sientes su aliento, su voracidad, y encojes la mano esperando notar cómo se hunde el pico en la carne para arrancar el pan, pero... Sí, el pato golpea, aunque es tan sólo un cosquilleo. La experiencia resulta agradable. No ha sido para tanto.En cambio, no sucede lo mismo con la cabra. Ves su trote pausado y cansino por el corral, con esos ojos amarillentos e hipnóticos, con ese inocente balar con el que educadamente te dice: “¿Tendría la amabilidad de saciar el hambre de esta pobre y humilde cabritilla?”. No te importan los cuernos ni el apestoso olor a cuadra. Tienes incluso la tentación de acariciarle su pelaje y tu mano se mece relajada con ese puñado de bolitas de pienso que la cabra... la cerda de la cabra coge con su asquerosa y babosa lengua, que recorre de arriba abajo tu mano, en unos instantes chorreante de flujos salivales caprinos, mientras sus morros se contraen y desvelan unos dientes mínimos, mitad negros, mitad amarillos. Tu mano queda inerte, suspendida de la muñeca, incapaz de dirigirse a ninguna parte, levemente agitada por la arcada que convulsiona todo el cuerpo en un difícil, húmedo y maloliente despertar.Y en cuanto al perrito de la pradera, le ves suave, rollizo y mullido, casi masticable, pero aquí el que tiene miedo es él, que da un paso para adelante y dos para atrás, se acerca y, cuando está a punto de lanzarse, cualquier movimiento le hace echar a correr. El perrito sólo murmura, habla consigo mismo: “Ay que hambre tengo, y si me lanzo, voy a esperar, pero es que es apetitoso, no creo que haya peligro, no sé, a ver si ahora, a ver...” Y lentamente se arrima, estira sus dos manos delanteras y comienza a comer. No lo sientes, no te enteras. coge las pipas y el maíz con tal habilidad que si cerraras los ojos pensarías que la comida simplemente se esfuma.Dicho esto, ¿a quién preferirían dar de comer, al pato, a la cabra, al perrito de la pradera? No sean remolones. No les que va a quedar más remedio que poner la mano. Se lo garantizo.Miren sino el corto horizonte que se dibuja de aquí a Navidades y analicen las transformaciones previstas. Casi, casi se nos avecina un final de año como aquel de 2003.Entonces, como colofón de la última legislatura del Gobierno de José María Aznar, se aprobaron un total de cuatro leyes que han marcado el devenir del sector logístico durante los últimos cinco años: una fue la Ley 29/2003 de reforma de la LOTT, esa que ahora enarbolan los energúmenos de la Plataforma para anunciar una nueva convocatoria de paro; la segunda fue la Ley 21/2003 de Seguridad Aérea, nuevo orden para el sector aéreo derivado de los atentados del 11-S que, por cierto, incluía la creación de una serie de órganos de actualidad tras el accidente del avión de Spanair en Barajas; la tercera fue la Ley 39/2003 del Sector Ferroviario, la piedra angular para la liberalización del sector del transporte ferroviario de mercancías, una realidad desde enero de 2007; y la última es la Ley 48/2003 de Régimen Económico y de Prestación de Servicios de los Puertos de Interés General, sí, la de las APIEs y la tasa de servicios generales, la misma que el Gobierno fue incapaz de reformar durante la pasada legislatura.Pues bien, tras aquel hito de 2003, este final de 2008 se aproxima mucho en cuanto a trascendencia futura, pues antes de que termine el año deberán quedar definidas tres reformas de hondo calado.La primera implica la creación de un nuevo modelo de gestión aeroportuario. Tras las primeras pinceladas anunciadas antes del verano, ahora la ministra de Fomento tiene de plazo hasta octubre para empezar a poner por escrito sus intenciones.También antes de que termine octubre deberán anunciarse un conjunto de transformaciones para el impulso del transporte de mercancías por ferrocarril, algunas tan trascendentales como la segregación de Renfe Mercancías o la liberalización de los servicios prestados a la carga en las terminales de ADIF.Por último, está el segundo intento de reforma de la Ley de Puertos de 2003, un proyecto de ley que estará listo antes de diciembre, según Zapatero.¿Han tomado nota? Muy bien, pues les vuelvo a repetir la misma pregunta que antes, ¿a quién preferirían, al pato, a la cabra o al perrito de la pradera?No hay escapatoria. El Gobierno ha servido la mesa. Es la hora de comer. ¿Prefieren que esto sea como con los patos, todos muertos de miedo a ver qué demonios hace el Gobierno, acobardados por si los cambios en vez de ayudar sólo sirven para dañar, traumatizados durante meses sin parar de pelear, agotados para que al final no pase nada o casi nada?¿O les parece mejor que esto sea como con la cabra, una dulce y tranquila tramitación hasta que cuando te quieres da cuenta, el Gobierno te la ha colado doblada y todo queda hecho un cisco?¿O acaso les gusta más lo del perrito, todo cautela, todo cuidado, te roban la cartera y no te has enterado?¿Pato, cabra, perrito? ¿Ninguno? Pues para mí que todos a la vez. Pato porque los cambios son estructurales y muy complicados: échense a temblar. Perrito, porque no terminan de arrancar, ni con los puertos (segundo intento), ni con los aeropuertos (pendiente desde el lío estatutario), ni con el ferrocarril (dijeron que dirían algo antes de agosto). Y cabra porque el Gobierno tiene el gesto conciliador, pero cuando no existe voluntad de mantener bien arriba los pantalones, el resultado es un cajón de sastre, concretamente un desastre, como ese batiburrillo de modelo aeroportuario que se anuncia, o ese modelo de estiba cuya convivencia y supervivencia está por ver.¿Quién come de la mano de quién?