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Informados desinformados

¿Puedo endulzar mi vida con azúcar o es mejor que lo haga con sacarina, panela o stevia? ¿Y qué pasa si utilizo aceite de oliva en mis ensaladas? ¿Me subirá el colesterol? ¿O lo sustituyo por girasol, soja o sésamo? ¿Y el de palma? ¿Es bueno o es malo? Y cuando tengo dolor de cabeza, ¿será mejor la aspirina o el paracetamol? Aunque quizás me vaya mejor el ibuprofeno. Para tomar una decisión acertada sobre estos y otros dilemas que se nos plantean a diario (y más ahora que nunca ya que con un simple click tenemos acceso a la más variada información, aunque no sepamos si está contrastada o no), siempre podemos recurrir a los miles y miles, por no decir millones, de estudios que hay para todo y sobre todo.

  • Última actualización
    07 junio 2019 16:04

Siempre encontraremos un estudio que sostiene una teoría y otro que apuesta por la contraria. Y nuestro sector no es ajeno.

La semana pasada se generó una enconada polémica en torno a la contaminación que emiten los cruceros. La mecha prendió cuando se hizo público un estudio de la Federación Europea de Transporte y Medio Ambiente sobre este tema. Probablemente, las conclusiones del estudio no destapaban nada que no se supiera ya –aunque eso sí, su contenido invitaba a hacer llamativos titulares–, como que España e Italia son los países europeos más afectados por esta contaminación, algo obvio si se tiene en cuenta que son los países de Europa que mayor tráfico de cruceros tienen. O que el Puerto de Barcelona era el que soportaba mayor carga de contaminación, como no podía ser de otra manera siendo el primer puerto europeo en tráfico de cruceros.

Tanto CLIA, la asociación internacional de navieras de crucero, como Medcruise, entidad que reúne a los puertos con tráfico de cruceros, se apresuraron a contraatacar asegurando que el estudio era más que discutible ya que se basaba en análisis realizados internamente, con una metodología “altamente cuestionable” y resultados basados en datos estimados de emisiones, que no en datos reales obtenidos de mediciones en los propios buques. Coincidían, tanto CLIA como Medcruise, en subrayar que los datos no habían sido revisados o validados por la comunidad científica. Y recordaban que los cruceros suponen menos del 1% del transporte marítimo y en esta industria están “firmemente comprometidos” con un futuro de “cero emisiones”.

La polémica me recordó a la acontecida hace muy pocos días en un tema radicalmente distinto: las cremas solares. La OCU hacía público un estudio en el que aseguraba que dos cremas de dos marcas (una de ellas de reconocido prestigio y líder en el sector) no cumplían con el grado de protección que decían. Obviamente, ambas marcas negaron la mayor. Tanto estas como los colegios de farmacéuticos pidieron el estudio a la OCU pero ésta se negó a facilitárselo. Partiendo de la base de que seguramente todos tienen su parte de razón, ¿a qué se debe esta falta de transparencia? ¿No tenemos los consumidores el derecho a saber cómo se hacen los estudios, quién los hace, con qué datos y quién los valida?

En un mundo en el que reinan las tecnologías de la información, muchas veces estamos más desinformados que nunca. No importa qué, quién o cómo, lo único que parece importante es repetir como papagayos lo que nos cuentan, sin llegar hasta el fondo de la cuestión. Todo para hacer ver que estamos muy enterados. Aunque solo lo estemos de oídas. ¿Es eso, de verdad, información?