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Lo que todavía tenemos que aprender

Spoiler: viene historia de abuelo cebolleta en ciernes. Lo siento.

  • Última actualización
    03 febrero 2021 14:01

Al comienzo de los años 80, quizás finales de los 70, siendo todavía un preadolescente con aspiraciones de adolescente, mis padres me obligaron a pasar un maravilloso domingo familiar en el que, como novedad, se incluyeron un par de visitas pseudoturísticas por Valencia para que mi abuela (poco amiga de salir de su casa) pudiera comprobar cómo había cambiado la ciudad en los últimos años.

La mujer, que meses antes había visto en la tele un reportaje sobre el crecimiento del puerto, quedó impresionada y desde entonces no paraba de repetir en su única lengua vehicular : “No he de morir-me sense anar abans a veure el port” (No tengo que morirme sin ir antes a ver el puerto).

Así fue como se fraguó ese domingo del que antes les hablaba en el que, tras paseo preceptivo por la Plaza de la Virgen y comida posterior en el Camino del Canal, acabamos rematando la tarde en el Muelle Norte del Puerto de Valencia (entonces perfectamente accesible en fin de semana), jalonado por las singulares grúas de Zorroza, de las que hoy todavía se conserva una a modo de adorno en la rotonda de acceso a APM Terminals.

Ese Muelle Norte, construido para enlazar con el dique de la Xità, se dedicó al tráfico de graneles y, como comprenderán, tenía una estética bastante peculiar e impresionante para los seis legos en la materia que nos plantamos allí embutidos en un SEAT 127, verde oliva, para más señas.

He de confesar que con diez años de edad, más o menos, era la primera vez que visitaba el puerto (al menos conscientemente) y algo bueno tuvo que ser porque todavía hoy recuerdo con nitidez y cariño aquella visita.

Me siento un privilegiado al poder comprender todo lo que es un puerto y poder vivirlo tan intensamente, por eso creo que es absolutamente necesario que nosotros, los que tenemos esa suerte, redoblemos o tripliquemos esfuerzos para tratar de trasladar a los demás todo aquello que nosotros vemos y sentimos

En años posteriores, de forma fortuita, se fortaleció esa relación mía con el puerto y con el paso de los años la casualidad hizo que fuera a aterrizar profesionalmente en Diario del Puerto. Seguramente, no les tengo que explicar mucho más de mi relación con el entorno portuario.

El caso es que hoy en día me siento un ciudadano, de una ciudad cualquiera, que se siente profundamente unido a su puerto. Adoro los puertos y todo lo que tiene que ver con ellos y no escatimo esfuerzos, nunca, cuando se trata de hacer pedagogía sobre ellos ante quien haga falta.

¿Qué me diferencia del resto de ciudadanos encabritados y #antitodoloquehueleapuerto? La respuesta es sencilla: la información.

He tenido la suerte de tener acceso a todo tipo de información de los puertos, de sus actividades y de sus gentes. He podido pisar muelles de toda España; he sufrido con las desgracias, sufro con el menosprecio y me alegro con las buenas noticias; comparto gran parte de mi vida con personas que saben bien lo que es un puerto y sigo aprendiendo de aquellos que con su trabajo contribuyen a hacer un sector potente, esencial y con un claro sentimiento de comunidad.

En cierto modo me siento un privilegiado al poder comprender todo lo que es un puerto y poder vivirlo tan intensamente, por eso creo que es absolutamente necesario que nosotros, los que tenemos esa suerte, redoblemos o tripliquemos esfuerzos para tratar de trasladar a los demás todo aquello que nosotros vemos y sentimos.

Es una tarea larga, densa y muy costosa, porque no podemos obviar que en ocasiones nos enfrentamos a muros inaccesibles, pero tengo la certeza de que cualquier mínimo esfuerzo vale la pena.