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A España le ha ido bastante mal desde la pandemia

  • Última actualización
    07 julio 2023 05:20

En estos últimos meses, en un proceso que, claro está, no es ajeno a las sucesivas citas electorales, existe un debate permanente sobre la bondad (o no) del ritmo de crecimiento de la economía española, en el que se elige un período concreto para obtener el resultado que resulta políticamente conveniente a cada cual.

No obstante, para España y para cualquier otro país, el punto de referencia más lógico para establecer una comparación es el inicio de la pandemia asociada a la COVID-19, porque ese momento implica una sucesión de shocks, de respuestas a los mismos y de inicio de cambios estructurales (desde una nueva globalización a una nueva política industrial) que afectan a todas las economías, alteran sustancialmente sus trayectorias previas y las obligan a adaptarse a unas nuevas realidades.

Ese punto de referencia es el que se elige en el gráfico adjunto, en el que se muestra el comportamiento del PIB y del PIB por persona en las doce mayores economías occidentales en el período 2020-2023, con datos de crecimiento ya cerrados para los tres primeros años y con las previsiones del Fondo Monetario Internacional para el último de ellos.

En términos de producción total, España ha sido la última de esas doce economías (salvo Reino Unido, todavía pendiente de hacerlo) en recuperar el nivel alcanzado en 2019. Cuando se incorpora al análisis el crecimiento demográfico (para determinar la evolución del PIB por persona, la variable más significativa), los resultados no se modifican mucho, salvo para Corea del Sur y Japón (al alza, al descender la población en el período) y Canadá (a la baja, por el fuerte crecimiento demográfico del cuatrienio). En términos per cápita, España sigue mostrando el segundo peor comportamiento, solo por delante de Reino Unido.

Esta es la realidad. ¿Explicaciones? Se han apuntado múltiples. La especialización económica, el tipo de respuesta sanitaria y económica a la pandemia, la mayor o menor coordinación y/o centralización entre las administraciones de cada país, las políticas macroeconómicas empleadas, el impacto diferencial de la guerra en Ucrania, incluso argumentos de tipo más sociológico y cultural sobre el comportamiento de los ciudadanos de cada país.

Pero claro, no parece que nada de ello una a las dos grandes economías de peor evolución en estos cuatro años, España y Reino Unido. ¿Qué pueden tener en común estos dos países? Se admiten sugerencias, pero el autor de estas líneas tiene muy claro que hay una manifiesta coincidencia en un aspecto: el devastador deterioro institucional experimentado por ambos países estos últimos años. Y este siempre es un factor adverso para el crecimiento y la prosperidad.

¿Es realmente necesario seguir subiendo los tipos en Occidente?

Las economías occidentales viven ahora mismo una dicotomía llamativa que está centrando la atención de analistas y mercados financieros.

Por una parte, el contundente lenguaje de los principales Bancos Centrales desarrollados (Japón al margen) que, con independencia de si han elevado (la mayoría) o no (la Reserva Federal) los tipos de interés de referencia en sus últimas reuniones, anuncian que el endurecimiento monetario está lejos de concluir. La lentitud en la reducción de las tasas de inflación (y, más aún, de las tasas subyacentes) y la fortaleza de los mercados laborales, en los que los incrementos salariales pactados se van elevando con el paso de los trimestres, están detrás de esa determinación de las autoridades monetarias. Tampoco cabe excluir un cierto remordimiento porque, como se ha insistido desde hace casi dos años en estas páginas, la lentitud exasperante de su respuesta al despegue de la inflación no es ajena a los problemas que ahora afrontamos.

Pero, por otra parte, sobre todo en la Unión Europea, los datos de crecimiento efectivo y las expectativas sobre el futuro se van deteriorando, y plantean si subidas adicionales de tipos no terminarán causando no solo el estancamiento que los Bancos Centrales están entendiendo como necesario para recuperar la estabilidad de precios, sino una recesión. ¿No es posible salir del fuego sin caer en las brasas?

Posiblemente, pero deben coincidir varios factores, dependientes de muy diferentes agentes. Primero, como acaba de solicitar el Banco de Pagos de Basilea (BIS) en su recién publicado Informe Anual, la política fiscal debe mostrar una contención que se abandonó hace años (y que también vendría muy bien para ir reduciendo la excesiva deuda pública de los gobiernos occidentales), facilitando el trabajo de reducción de la inflación. Segundo, empresarios y trabajadores deben mantener una prudencia en la elevación de precios y salarios que fue la norma durante buena parte de la postpandemia pero no tanto en los últimos meses. Idéntica reflexión sirve para el comportamiento de otras rentas, sean estas determinadas por los gobiernos o (más o menos) por el mercado. Tercero, los propios bancos centrales deben recordar que los efectos de sus políticas siempre llegan con retardos significativos, y que todavía no se está contemplando plenamente el enfriamiento que las economías occidentales deben experimentar con las subidas de tipos ya realizadas. Aunque es cierto que un aumento en los últimos años de los préstamos a tipos fijos en Occidente (en especial, los hipotecarios) reduce la efectividad de la política monetaria, ello no implica que la actividad y los precios sean insensibles a la misma. Cuarto, confiemos en que no nos afecten nuevos shocks negativos inesperados.

Si pudiésemos contar con todos estos factores, y siendo conscientes de que, en cualquier caso, no recuperaríamos lo que entendemos como “estabilidad de precios” hasta, al menos, 2025, podríamos ir corrigiendo el problema del exceso de inflación sin subidas adicionales significativas de los tipos de interés que podrían conducir a una recesión.

Eso sí, lo que deberían recordar los Bancos Centrales es que NO debe haber prisa alguna por bajar los tipos desde los niveles actuales, que los costes de la casi ininterrumpida expansión monetaria desde 2008 a 2021 han sido considerables y que, como bien expresa el BIS en el informe citado, “Gobiernos y Bancos Centrales deben evitar la tentación de resolver todos los problemas de la sociedad mediante estímulos económicos”.

Rectificación imprescindible y previsible (I)

Nada tiene de extraño una drástica rectificación en las políticas económicas de un país tras unas elecciones generales. Mucho menos frecuente es que tal cambio se produzca cuando el ganador de las elecciones es quien ya ostentaba el poder. No digamos ya que el nuevo ministro de Finanzas, nominado, claro, por el Presidente ganador, afirme que es hora de aplicar políticas económicas “racionales”.

Bien, todo ello acaba de suceder en Turquía. Una vez consumada la victoria electoral de Erdogan, apoyada en un crecimiento plagado de desequilibrios y un abundante reparto de prebendas, la “racionalidad” (empleando el mismo término que M. Simsek, nuevo ministro de Finanzas) se impone. Con una inflación media del 70% en los doce meses previos a las elecciones, la lira depreciada hasta su mínimo histórico y las reservas de divisas evaporadas (si se tiene en cuenta la devolución futura de los préstamos en dólares recibidos por el Banco Central de los bancos privados), en un intento de contener el mencionado hundimiento de la lira, se producen los primeros movimientos para intentar atajar los desequilibrios. Subida de tipo de interés de referencia desde el 8,5% al 15% (que, por cierto, ha parecido muy insuficiente a mercados y analistas, con la inflación en el 50%) y anuncio de libre flotación de la lira.

Muchos pasos le quedan todavía a Simsek y H. G. Erkan (nuevo Gobernador del Banco Central) para restaurar el equilibrio en la economía turca. No obstante, la paciencia de Erdogan nunca ha sido mucha...

Rectificación imprescindible y previsible (y II)

Cuando A. Bailey, el Gobernador del Banco de Inglaterra (BoE), declaró hace solo unos meses, al elevar el tipo de referencia al 4%, que se estaba cerca del final de las subidas, el estupor fue considerable y generalizado. Aunque quizás no tanto como el generado por la calamitosa desviación, mes tras mes, de los análisis del BoE respecto a la trayectoria futura de la inflación y los datos reales sobre la misma. Finalmente, con el problema inflacionista mucho más intenso (todavía la tasa interanual en el 8.7%) y enquistado (la tasa subyacente sigue en el 7%) que en el resto de Occidente, el BoE anuncia no solo una subida del tipo de referencia hasta el 5% (y no será la última, desde luego), sino la completa revisión de su proceso de elaboración de previsiones. Bienvenidas ambas decisiones. Porque no se entiende demasiado la lectura de la situación del BoE hasta ahora, teniendo en cuenta que a los factores que han presionado la inflación en todo Occidente a niveles desconocidos en casi medio siglo, hay procesos idiosincráticos que complican adicionalmente la situación en el Reino Unido.

Recordemos, por ejemplo, el BREXIT (y su impacto negativo sobre comercio e inmigración), las inconsistentes políticas gubernamentales, el estancamiento secular de la productividad, o la estrechez de un mercado laboral al que le faltan un número llamativamente elevado de enfermos de largo plazo por la COVID, lo que deriva en fuertes presiones salariales (tasa interanual de más del 7%). Demasiado tiempo le ha costado al BoE aceptar esta realidad.

¿Es esto “decoupling”?

Pocos términos están tan de moda en los últimos trimestres como el de “desacoplamiento”, es decir, la separación económica de países con diferentes regímenes políticos y que están estrechamente ligados por el proceso globalizador.

Los datos de las exportaciones surcoreanas de 2022 han sido presentados desde algunas fuentes como un ejemplo de cómo este desacoplamiento está en marcha. Por vez primer en dos décadas, Corea del Sur ha exportado más a Estados Unidos (con un crecimiento anual del 22%) que a China (caída del 10%), tendencia reforzada con las cifras del primer trimestre del presente año. Claro que existe la posibilidad de que no se trate tanto de una desviación del comercio de las democracias (aumentando entre ellas, reduciéndose con China) como del resultado de las propias políticas chinas de limitar su dependencia de Occidente (“dual circulation”) y de incrementar sus posiciones en manufacturas avanzadas (“made in China 2025”). O, quizás, simplemente ha sido un mal año, por el propio tibio crecimiento chino, para la venta de semiconductores (la principal partida exportadora coreana a su vecino). Será cuestión de seguir el comportamiento futuro de estos flujos (y no solo los surcoreanos, ciertamente) para entender mejor los fundamentos del cambio, si se mantiene, en los mismos.