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Al menos, que se mantenga la estabilidad

  • Última actualización
    27 febrero 2024 13:29

Cuando, a raíz de las distorsiones generadas sobre las cadenas mundiales de producción y suministro de materias primas por la pandemia ligada a la COVID19 y por la invasión rusa de Ucrania, los precios de tales materias se dispararon (ver Gráfico), las repercusiones para las economías de todo el mundo fueron tan graves como ampliamente analizadas. Especialmente sentido, para empresas y consumidores, fue en Occidente, sobre todo en Europa, el encarecimiento de la energía y, en menor medida de los alimentos. El aumento del precio de estos últimos resultó singularmente dramático para una parte importante del mundo en desarrollo, a lo que no ayudó un tercer elemento, las restricciones a las exportaciones de algunos de los grandes productores mundiales, con India a la cabeza. Por si fuera poco, el impacto inflacionista generado por el comportamiento del precio de las materias primas se fue deslizando al resto de la economía, y se sumó a otros factores, de oferta y de demanda, para forzar a los Bancos Centrales occidentales, completamente despistados respecto a los procesos en marcha (al contrario que las autoridades monetarias de no pocos países emergentes) a subir los tipos de interés rápida y drásticamente a partir del otoño de 2022.

Pero no se ha destacado tanto, ni glosado sus implicaciones, el comportamiento de esos precios a partir del otoño de 2022, y hasta finales de 2023, con descensos significativos desde los máximos alcanzados (barras blancas en el gráfico superior; recuerde el lector que un precio puede subir ilimitadamente, pero solo puede caer un 100%). Esa evolución del pasado año y medio ha contribuido a una drástica disminución de las tasas de inflación y a que los Bancos Centrales hayan puesto ya punto final al ciclo de endurecimiento monetario. Incluso las perturbaciones provocadas por la geopolítica o por las maniobras de la OPEP+ apenas alteraron durante períodos de días la mencionada tendencia a la baja, impulsada tanto por la recuperación de una cierta normalidad en las cadenas de suministro como por el progresivo debilitamiento de la demanda global.

En el final de 2023, algunos factores adversos, como los nuevos recortes de producción de crudo de la OPEP+, la amenaza de los hutíes de Yemen al tráfico marítimo en el Canal de Suez o las limitaciones impuestas por la sequía en la zona a los movimientos de barcos por el Canal de Panamá, han introducido inquietud (y, al, menos en el corto plazo, mayores costes) sobre si la contención de los precios de las materias primas se sostendrá en 2024. En este punto, con el tibio crecimiento mundial previsto y asumiendo la ausencia de problemas de oferta más significativos, debemos esperar que, como poco, los mencionados precios se mantengan estables. Sería un elemento muy positivo en un año en el que no hay grandes márgenes para eludir un estancamiento generalizado, en especial en Occidente.

¿Qué nos deparará 2024?

Presentamos a continuación el escenario central para las principales variables económicas previsto en 2024.

+Crecimiento económico. Será mediocre y de manera generalizada, aunque probablemente el panorama mejore con el transcurso del año, asumiendo que las actuales tensiones geopolíticas van a continuar, pero no a incrementarse. La Unión Europea en particular va a partir de un virtual estancamiento, y todas sus economías crecerán por debajo de su potencial. Pero en Occidente en general, el cambio de tenor de la política monetaria, el crecimiento de los salarios reales y el impacto de los grandes programas de inversión deben permitir una aceleración del crecimiento en la segunda mitad del año. Se espera que los estímulos de las autoridades chinas permitan sostener allí un mesurado avance de la economía, con mejores perspectivas desde para India, Indonesia o Brasil.

+Inflación. La masiva reducción de la misma en el último año permite afrontar 2024 con menores urgencias, pero, si realmente existe la intención de volver a llevarla al entorno del 2%, esa “última milla” de la reducción no va a ser sencilla de recorrer. Especialmente con los balances de los Bancos Centrales muy por encima de lo normal y con una colaboración reticente de las políticas fiscales. Es por ello que, aunque pudiera alcanzarse en algún mes una tasa de inflación inferior a ese 2%, el promedio del año estará por encima en todo Occidente.

+Mercado laboral. El mantenimiento del empleo, tanto por los soportes públicos como por la escasez de mano de obra que se extiende a un número creciente de sectores en buena parte de Occidente, ha sido el punto más favorable de las economías desarrolladas en los pasados cuatro años. En 2024 los salarios van a crecer por encima de la inflación, permitiendo recuperar parte del poder adquisitivo perdido en 2022 y 2023, pero parece que con un suave deslizamiento hacia tasas más compatibles con la estabilidad de precios. Si beneficios y otras rentas acompañan esa trayectoria, los Bancos Centrales podrán relajar su temor a una espiral precios-salarios y aplicar las reducciones de tipos de interés previstas.

+Políticas macroeconómicas. La política monetaria va a cambiar su tenor a expansiva, pero no de la manera extrema que anticipan ahora los mercados. Reducir los tipos de interés seis veces, como se está descontando, salvo debacle económica imprevista por medio, sería un grave error. La expansión cuantitativa no se ha revertido en su mayor parte, la inflación aún no ha retornado al objetivo y fomentar más procesos de “exuberancia irracional” es algo que los Bancos Centrales no debieran volver a realizar.

Tres recortes de 25 puntos básicos en la Eurozona y Reino Unido, comenzando al final del primer semestre, y cuatro en Estados Unidos, liderando el ciclo de bajadas, parece un perfil más adecuado de los movimientos monetarios para 2024. Sus efectos favorables para la actividad económica comenzaran a percibirse hacia finales del año. Mientras, parece improbable que el Banco de Japón mueva los tipos a territorio positivo.

Un último apunte para recordar que, salvo actuaciones enérgicas de los organismos multilaterales y los acreedores nacionales, públicos y privados (incluyendo los chinos), que no parecen estar sobre el tapete, los problemas para las economías en desarrollo van a seguir acumulándose, y estallando en forma de impagos también en 2024.

Los riesgos al alza sobre el escenario central

Si, al contrario de lo esperado (véase, por ejemplo, los malos datos del mes de diciembre en la Unión Europea), continuase sin altibajos el reciente proceso desinflacionista durante 2024, la combinación de un mayor crecimiento de lo previsto en los salarios reales (en un mercado laboral todavía razonablemente firme) y de algún descenso adicional de los tipos de interés, permitiría al consumo privado (principal elemento de la demanda en Occidente) impulsar un crecimiento más dinámico de lo esperado. Una muy improbable desescalada de las tensiones geopolíticas sería especialmente positiva para la economía mundial. Con unos mercados de deuda que han reducido drásticamente las tensiones vividas en otoño, el ajuste fiscal en buena parte de las principales economías podría ser aún menos intenso de lo anticipado en nuestro escenario central, lo cual no necesariamente es positivo en el medio plazo, pero sí supondría un impulso al crecimiento en el corto plazo.

En otro orden de cosas, conviene hacer referencia a que aunque la Inteligencia Artificial Generativa no dejará de sorprendernos, en lo bueno y en lo malo, en 2024 todavía su implementación en el mundo de los negocios será del todo insuficiente para que impulse significativamente la productividad y el crecimiento económico.

Los riesgos a la baja sobre el escenario central

Por supuesto, el agravamiento de las tensiones geopolíticas y, peor aún, el estallido de otras nuevas, en especial en el este de Asia (Taiwán, Mar del Sur de China, Corea del Norte) sería la noticia más negativa posible para la economía mundial, por sus efectos directos sobre la actividad, el comercio y los precios de las materias primas. La resistencia a la reducción de la inflación subyacente podría obligar a los Bancos Centrales a retrasar el inicio del ciclo de recortes de tipos de interés, provocando, además del efecto sobre el coste de la deuda y el crédito, potenciales turbulencias en unos mercados demasiado entusiastas con la magnitud de ese suavizamiento monetario. Un posible fracaso de las medidas, prudentes pero continuas, de estímulo en China, impidiendo al país alcanzar su nueva velocidad de crecimiento de crucero, que debiera estar entre el 4% y el 5%, también supone un riesgo a la baja. Y, pese a las buenas perspectivas al respecto, el “aterrizaje suave” en Estados Unidos no está garantizado. El apreciable aumento de impagos, en empresas y familias, por ejemplo, es una mala señal. En su conjunto, los riesgos a la baja señalados respecto al escenario central son mayores que los riesgos al alza. Por cierto, recuerden que a estas alturas del próximo año podríamos estar glosando las implicaciones del regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Mejor que no sea el caso...

No es por molestar, pero fue otra COP vacua

Cerramos con algo que permanece año tras año. El lector habitual de estas páginas ya conoce la opinión de quien suscribe sobre las Conferencias Anuales de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (puede consultar la reflexión de diciembre de 2022 para el detalle).

Resultan carentes de utilidad, costosas en lo económico y en lo ambiental, e incapaces de reconocer la disparidad de prioridades entre un mundo rico minoritario con recursos para acelerar la transición verde, y un mundo en desarrollo mayoritario y carente de esos medios. Ha habido un empecinamiento en vender como un gran logro de la COP27, celebrada en EAU, que los países participantes se hayan comprometido a una progresiva transición desde los combustibles fósiles a las nuevas fuentes energéticas. Eso sí, esa transición se hará de forma “justa, ordenada y equilibrada”, lo que, obviamente, cada país interpretará según su propia conveniencia (por no hablar del ambiguo corolario “de acuerdo con la Ciencia”). Mientras, las emisiones globales han crecido otro 2% el último año. De verdad, esto no funciona.