La marcada trayectoria alcista del euro en 2025 (hasta julio, un 6% en términos efectivos y un 11,5% respecto al dólar estadounidense) ha conllevado valoraciones muy dispares.
Entre las visiones optimistas se sitúan quienes entienden este reforzamiento de la moneda europea como un paso hacia el “global Euro” (en palabras de Christine Lagarde). Esta fuerte apreciación se corresponde a un período de desconfianza internacional respecto al dólar (dado el comportamiento de la Administración Trump y la carga de la deuda pública de Estados Unidos) y de una renovada, aunque tímida, confianza en que Europa por fin dará un paso adelante en términos de integración, potenciación de la inversión en actividades productivas de vanguardia y asunción de las responsabilidades que corresponden a una gran potencia (por ejemplo, en seguridad y defensa). Además, señalan los optimistas, un euro fuerte facilita, vía reducción del precio de las importaciones, la labor del BCE en su (casi culminado) esfuerzo por recuperar de forma continuada la estabilidad de precios perdida en 2021.
Los pesimistas, desde luego, subrayan que ese euro apreciado, precisamente en el momento en el que los aranceles impuestos por la Administración Trump encarecen las exportaciones europeas, suponen otra pesada carga sobre las empresas de la Eurozona; un 15% de arancel más un 11% de apreciación del euro impone, en efecto, un severo estrés sobre la competitividad, al menos en el mercado estadounidense.
Aunque, como revela el gráfico superior, en realidad el euro está con relación al dólar exactamente en el valor con el que empezó su existencia, y un 1% depreciado respecto a la media histórica, lejos de los máximos del momento posterior a la Gran Recesión y previo a la crisis de la deuda de la Eurozona. Sí es cierto que, respecto al conjunto de los socios comerciales, el euro nunca ha estado tan fuerte, un 15% por encima de la media histórica, lo que, en efecto, dificulta las exportaciones, pero a la vez aumenta el poder adquisitivo de la región y sus ciudadanos, importando desinflación y abaratando, por ejemplo, los viajes al exterior. Claro está, el efecto sobre cada país de la Eurozona difiere, dependiendo de su tipo de ventaja comparativa (productos de calidad o de precios bajos), su grado de apertura respecto al exterior o su dependencia energética, por citar solo algunos factores.
Por tanto, la fortaleza del euro tienes sus contras y sus pros, y al menos a quien suscribe le encantaría que entre estos últimos de verdad estuviera la consolidación de una mayor relevancia de la moneda europea en el Sistema Monetario Internacional, y no gracias a los problemas de otros, sino a una Europa más competitiva e integrada. No soy muy optimista al respecto.