Reflexionábamos en esta misma sección el mes pasado sobre el debate abierto en Estados Unidos respecto a la capacidad de la Reserva Federal de reducir los inaceptables niveles de inflación, ya constatables desde 2021, sin provocar una recesión, o, en otros términos, su habilidad para conseguir un “aterrizaje suave” de la economía. Como prometíamos entonces, he aquí una reflexión equivalente para el Banco Central Europeo (BCy la economía de la Eurozona. Para ello, empleamos el mismo conjunto de variables que hace un mes (ver gráfico).
Recordemos, en primer lugar, que las subidas de tipos en la Eurozona fueron aún más (erróneamente) tardías y lentas que en Estados Unidos, y el endurecimiento monetario acumulado hasta el momento es de 450 puntos básicos, 75 menos que el implementado por la Reserva Federal.
Por otra parte, el crecimiento europeo ha sido menos dinámico que el estadounidense desde la pandemia, por una menor capacidad de respuesta intrínseca de la economía y por la menor dimensión, aun siendo cuantiosa, de la expansión fiscal. Ello se traduce en la creación de unos 3,7 millones de empleos netos entre 2022 y la primera mitad de 2023, lejos de los 6,2 millones de Estados Unidos (para un mercado laboral de dimensión similar). No obstante, tanto esa cifra como una tasa de desempleo en mínimos históricos para la Eurozona muestra la solidez del mercado laboral europeo durante el año largo de endurecimiento monetario.
Coherente con esa fortaleza resulta que los salarios estén creciendo a ritmos notables (algo menores que en Estados Unidos), pero razonables, vista la pérdida de poder adquisitivo acumulada desde mediados de 2021. Eso sí, la tendencia futura de esos crecimientos salariales debiera ser descendente, para ir acomodándose al objetivo de inflación del BCE y evitar la espiral precios-salarios que reinó durante la segunda mitad de los setenta del pasado siglo.
Mientras tanto, la tasa de inflación se encuentra ya en la mitad del máximo de 2022, aunque todavía claramente por encima de la de Estados Unidos como consecuencia del mucho mayor impacto de los costes energéticos (y de los alimentos) en la UE. Y quizás esa sea la mayor diferencia entre las dos principales economías occidentales, y motivo de preocupación diferencial para el BCE. Mientras la inflación subyacente en Estados Unidos, fue más alta que la europea durante buena parte de 2022, presenta una trayectoria leve pero continuamente decreciente en los últimos trimestres. En la UE, por el contrario, la inflación subyacente se ha más que duplicado entre el primer semestre de 2022 y el de 2023.
No obstante, con parte de los países de la Eurozona flirteando con la recesión (o en ella) y los efectos diferidos del ciclo de restricción monetaria todavía por percibirse en toda su intensidad, sería conveniente que el pasado fuese el último aumento de tipos del BCE. Lo que empieza a conocerse como “no so high for longer”, es decir, tipos altos, pero no superiores a los ya alcanzados, pero mantenidos hasta al menos finales de 2024, es, en opinión del autor, la mejor estrategia posible para la autoridad monetaria europea.