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El “curioso equilibrio” del mercado laboral estadounidense

  • Última actualización
    03 octubre 2025 05:20

La reciente rebaja de tipos de interés de la Reserva Federal, pese a una inflación que se mantiene inequívocamente por encima del objetivo de la autoridad monetaria, fue justificada por la debilidad creciente en el mercado laboral del país. Como revela el gráfico superior, la cifra de creación de empleo en los últimos meses se sitúa por debajo del 10% del promedio generado durante la Administración Biden (2021-2024, con un millón de nuevos empleos netos al trimestre), y constituye el peor dato desde septiembre de 2010, todavía entonces bajo la influencia de la Gran Recesión.

Pese al empeño de Donald Trump en acusar a la Fed de estos resultados (por una política monetaria presuntamente muy restrictiva) y su insólita decisión de despedir a la responsable del Bureau of Labor Statistics, institución que mide, entre otras muchas variables económicas, la evolución del mercado laboral (el primer dato con el nuevo director ha sido peor que el precedente), son las políticas de la propia Administración Trump las que están complicando la generación de empleo. Primero, por los despidos masivos (y parálisis en la contratación) en el sector público, incluyendo educación e investigación. Segundo, porque, según ha puesto de manifiesto la propia Fed, son las empresas importadoras y de venta minorista estadounidenses las que están absorbiendo el coste de la escalada arancelaria de Trump; por tanto, en su mayoría ni pagan los extranjeros, ni los consumidores, lo hacen esas empresas, que están reduciendo márgenes... y costes, conteniendo la contratación. Tercero, la incertidumbre que introducen los bandazos en las políticas de la Administración Trump y sus ataques a diferentes instituciones, Fed incluida, no ayudan en nada a las decisiones de inversión y contratación del sector privado.

Reflejado todo lo anterior en esos paupérrimos datos recientes de creación de empleo, lo cierto (véase también en el gráfico) es que la tasa de desempleo (en el 4.3% en la actualidad), apenas ha crecido dos décimas en lo que llevamos de 2025. ¿Cómo es posible? Porque la oferta de trabajo se ha reducido a la par que la demanda: los obstáculos a la inmigración (que ahora se van a extender a la más cualificada) y la expulsión de decenas de miles de trabajadores foráneos ya asentados en Estados Unidos (en su mayoría, aunque no todos, ilegales) explican esa contracción del número de trabajadores disponibles.

¿El resultado? Ese “curioso equilibrio” al que se refirió Jay Powell tras la última reunión de la Fed. Un equilibrio a la baja, debe subrayarse.

¿Están los mercados financieros desconectados de la economía real?

Los mercados financieros de los países desarrollados, sobre todo en Estados Unidos, atraviesan un período de notable exuberancia, tanto en los “convencionales” (por ejemplo, en la renta variable) como en los de nuevo cuño (tales como los de criptomonedas y asociados); la volatilidad es moderada y la remuneración del riesgo (diferencias en el coste de financiación de la deuda de bajo y la de alto riesgo) sorprendentemente reducida. Las dudas parecen limitarse a la sostenibilidad del endeudamiento de algunos gobiernos.

Todo ello, la verdad, se compadece mal con la situación de la economía real: los datos de crecimiento resultan, a lo sumo, regulares, y los de confianza, de consumidores, gestores y expertos, son, en general, mediocres. La inflación se resiste a doblegarse, al menos en los países anglosajones (y, gran novedad, en Japón). El grado de incertidumbre, económica y geopolítica, no termina de normalizarse. Y sin ser exhaustivo, al margen de los costes de la escalada arancelaria, la Unión Europea sigue sin avanzar en las reformas estructurales (tras un año, se ha aplicado un misérrimo 11% de las propuestas del Plan Draghi), Estados Unidos se enfrenta a la conflictividad social y un potencial nuevo bloqueo presupuestario, y Japón o Reino Unido a serias dudas sobre las políticas económicas (y de otro tipo) de sus respectivos gobiernos.

¿Cómo explicamos esta divergencia entre mercados y realidad económica? Hay múltiples posibles explicaciones, no necesariamente excluyentes. La primera es que los mercados financieros, al menos en el corto plazo, tienen una dinámica propia, que ya no depende de cómo vaya la economía no financiera, y hay que subirse al carro alcista... hasta que se revierta. La segunda es que, para todo el ruido que supone la disrupción trumpista, tampoco parece haber tenido costes económicos significativos, al menos de momento. Una tercera es que la Inteligencia Artificial va a constituir una transformación de tal calibre (en positivo) de la economía global, en especial del avance de la productividad, que cualquier empresa que pueda verse impulsada por la misma, empezando, claro, por las grandes tecnológicas, reportará beneficios que bien justifican una valoración que, ahora mismo, pudiera parecer excesiva. La cuarta explicación es que en todos los países desarrollados, de manera individual o colectiva (Unión Europea) se han implementado voluminosos programas de mayor gasto y/o reducción de impuestos en el último quinquenio, y que se continúa con los mismos, lo que finalmente aumentará el crecimiento... o ya se pagará la deuda en algún momento futuro. Porque, ligado a lo anterior, una quinta explicación es que nos encontramos ya en una era de “primacía fiscal” (fiscal dominance), en la que los Bancos Centrales acudirán, otra vez, al rescate de los gobiernos, cualesquiera que sean los niveles y objetivos del endeudamiento de éstos. Y, quien confía en ello, asume, además, que estas intervenciones tendrán más efectos positivos que negativos.

Por cerrar el listado, también existe la opción de que, simplemente, y como consecuencia de las desmesuradas expansiones monetarias del período 2009-2021 (el proceso de restricción cuantitativa posterior sigue manteniendo el balance de los Bancos Centrales muy por encima de los previos a la Gran Recesión), sigue habiendo demasiado dinero en las economías occidentales, que es suficiente para hacer vibrar a los mercados.

Elija la explicación (o varias de ellas) que desee, pero considere una cosa: a menos que sea usted un convencido de la bondad infinita de la transformación generada por la IA, en cuyo caso la economía real se moverá hasta alcanzar a los mercados, todas las demás explicaciones suponen que, más pronto o más tarde, los mercados financieros serán los que tengan que ajustarse a la baja hasta aproximarse a las preocupantes perspectivas para la economía no financiera.

Desconcertante

La obsesión de la Administración Trump por reducir el número de inmigrantes ha entrado en una nueva fase, cuyo coste para la propia economía estadounidense puede resultar notable a medio y largo plazo. No es que la expulsión de inmigrantes poco cualificados (y el freno a nuevas entradas) esté resultando gratuito para la economía, dada la dependencia de ciertos sectores de estos trabajadores. Pero la decisión de imponer una tasa de 100000 dólares anuales a los trabajadores extranjeros con la visa H-1B (la empleada para la contratación de foráneos de alta cualificación) supone o establecer una factura de casi 15000 millones anuales a empresas en sectores estratégicos, o privar de esos necesarios empleados a tales empresas, o generar esos empleos fuera de Estados Unidos por parte de las propias compañías americanas, cuando se está en plena lucha global (sobre todo, pero no solo, con China) por controlar las tecnologías de vanguardia. Y no, no existen trabajadores estadounidenses que puedan ocupar esos puestos ni el actual sistema educativo del país (al que la Administración Trump está restringiendo la financiación) puede formarlos. Se trata de un absurdo y autoinfligido tiro en el pie por parte del Gobierno estadounidense.

Incomprensible

Indonesia ha sido durante la pasada década y media uno de los países emergentes con mejores registros macroeconómicos, incluyendo un crecimiento (año COVID al margen) estable alrededor del 6% anual. La independencia del Banco Central, la voluntad de la ministra de Finanzas Sri Mulyani de cuidar el equilibrio presupuestario y mantener moderado el nivel de deuda pública, el esfuerzo inversor para mejorar progresivamente las infraestructuras y la querencia por una mayor integración con la economía global han sido factores relevantes en ese éxito. En apenas un año en el poder, el actual presidente, Prabowo Subianto, en un arrebato populista y con el irrealizable objetivo de crecer al 8% anual, ha reducido la inversión en infraestructuras para elevar el gasto corriente (subsidios en particular), ha dado un giro proteccionista, ha despedido a la ministra de Finanzas para situar un sustituto que comulgue con ese ejercicio populista y ahora compromete la independencia del Banco Central al querer fijarle un objetivo de crecimiento que puede ser incompatible con el de estabilidad de precios y financiera, además de facilitar la destitución por parte del Parlamento de los responsables monetarios. Es decir, ha dado todos los pasos necesarios para que Indonesia se convierta en una economía con severos problemas de desequilibrios macroeconómicos y estancamiento de la productividad. Realmente incomprensible.

Demencial

Existe una convicción generalizada de que Donald Trump (ver nuestra reflexión publicada el mes pasado) ha forzado la mano de sus socios comerciales, con la excepción de China, que ha optado por mantener el pulso, con su escalada proteccionista, en un ejercicio en el que Estados Unidos gana y el resto pierde. Aun con un enorme coste político y de reputación para quienes así lo han aceptado, puede entenderse, desde una perspectiva estrictamente económica (y/o por la dependencia en términos militares), incluyendo nítidamente la Unión Europea, que cerrar cuanto antes el proceso, evitando represalias y reduciendo la incertidumbre, y conceder esa “victoria” a Donald Trump, es una posición racional. Pero todo tiene un límite. Lo que aceptó el primer ministro japonés, Shigeru Ishiba, antes de dimitir y cerrar una labor calamitosa de menos de un año al frente del país, supera ese límite. Hasta 2029, Japón invertirá en Estados Unidos más de 550.000 millones de dólares... y Donald Trump decidirá dónde, sectorial y geográficamente se hará. Por si esto no fuera suficiente, los beneficios de esas inversiones se repartirán por igual entre las empresas japonesas y entre las de Estados Unidos hasta que se cubra el coste de las inversiones, y, en adelante, el 90% será para el anfitrión. Todo ello por una reducción de 10 puntos porcentuales (del 25% al 15%) en los aranceles estadounidenses a los productos japoneses. Si incluso la soberanía nacional no se percibe como un límite, no le sorprenda a nadie que la Administración Trump entienda como aceptable aplicar cualquier nivel de extorsión sobre sus “socios”.