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Fui capaz de mirarte a los ojos...

  • Última actualización
    28 septiembre 2018 23:28

IMe gusta tu sonrisa, pero tranquila. Jamás te lo diré. Es una incorrección, conozco las reglas. Me gusta también cómo huele el despacho y tu abrigo azul colgado en la pared y me parece espantoso el árbol de navidad que alguien te ha plantado en ese rincón junto al paragüero, pero sigo callado, lo mismo que si me emocionara o me resultara indiferente pero quisiera ser galante. A poco que abriera la boca parecería un balbuciente y torpe adolescente. Además, toda esa palabrería es innecesaria. He sido educado contigo, he sonreído, te he dado la mano, he dicho buenos días y todo al mismo tiempo y, eso sí, mirando para otro lado. Pero para eso he venido, ¿no?Me llamo Andrés, como mi padre, porque supongo que tendré que hablar de mi padre, porque querrás saber algo de mí, de mi vida, de mi pasado, de mis traumas, porque yo creo que todo lo que soy tiene que estar ahí descolocado desde el primer momento. Me retuerzo en la silla, cruzo las piernas, fijo los ojos en una de esas bolas brillantes con espumillón rosa y tú sacas un folio de una carpeta y te percibo serena pero inescrutable y sólo encuentro un silencio insoportable que me hace hablar y hablar porque supongo que ese es tu truco para tomar confianza, darme espacio y eso es lo peor, porque estoy encantado de escucharme y recordar todo lo importante que me ha pasado en la vida y lo acertado que estoy siempre en todo lo que afronto y la fortuna de saber, conocer y ser tan perfecto en todo... Y cuando he dicho esto he barrido la sala con mi rostro de un lado a otro para refugiarme en la otra esquina y me he esforzado en un mínimo cruce de miradas y he visto un repentino arqueo de las cejas y he decidido cambiar de argumento y volver a mi padre porque no sé si estoy diciendo lo que esperas, si te parece incorrecto que me esfuerce por mejorar lo que me rodea o si es que hoy solo toca hablar de mi pasado, por aquello de empezar por algo. Eso debe ser, todo tiene que ir siempre con orden.Pero claro, estarás harta de escuchar a huérfanos, viudos, despechados, locos, hundidos, maltratados, solitarios, asolados, perdidos, encontrados, ufanos, prepotentes, torpes y hasta gente normal o incluso vulgar que sólo necesita ser escuchada y yo te estoy contando mi historia y tu sigues tomando nota, impertérrita y perfecta y, cuando parece que hay un cruce de caminos y entreabres la boca y percibo que me vas a decir algo, a marcar el sendero de la verborrea de mi historia de miedos, no me contengo y digo una palabra más con la que parece que te doy respuesta y te limitas a apretar de nuevo los labios, a asentir con la cabeza y seguir escribiendo y me quedo mirándote pero tu no me miras y vuelvo al espumillón y a la horrible estrella lacada y termino ahogado en navidades pasadas y estupideces varias sobre villancicos que no canté y regalos que nunca vinieron, como si con 40 años esas chorradas tuvieran algún peso. Maldito árbol que me hace perder el hilo. Es espantoso, pero no te lo diré.

IIMedia hora después aún transitaba por un verano del 95, con dos amigos de la Facultad y la búsqueda de identidades futuras en una vuelta al mundo con una mochila que creí que me había enseñado a soportar lo imprevisto, a disfrutar de la aventura, a apurar lo desconocido, a no saber qué sucedería media hora después, y te hablaba de este espejismo y de una noche en una playa con una tortuga, una luna y una botella sin mensaje enterrada en la arena y, de pronto, he percibido que dejabas de escribir y me has arrancado del árbol y, como si me conocieras, por fin me has interrumpido y me has llamado por mi nombre y... me has ofendido.¿Que por qué he venido, que por qué he venido? Mírame, te digo con los ojos en mitad del silencio; mírame, te digo enrojecido incapaz de expresar al más mínimo comentario que pudiera contrariarte; mírame, te telegrafío con mis manos, y tu me estabas mirando y yo no te veía y pensaba que no notabas nada y, al final, ya sabes, he dicho "no sé" y han pasado los segundos como mazos sobre la fragua y me sigues mirando inquisitiva y te tengo que reconocer que estaba mejor en mi casa, en mis libros, mi cocina y mi vida cuadrilátera, regular y algorítmica, pero me he colado en tu sala de extravíos y te juro que me gusta tu sonrisa y aunque no fueras lo que eres tampoco te lo diría pero he de reconocer que si no me gustaras no confiaría, huiría, y no terminaría derrotado por tu silencio y reconociendo que me llamo Andrés, que tengo 40 años y que la semana pasada casi me cargo a un inútil.

IIICastellana 150, sentido Atocha, ¿te sitúas, no? Bueno, da igual, imagina, calle ancha, varios carriles, yo por mi lado, por mi lado, como marca el código, por la derecha, a 50, que no había señales, que he estado esta mañana y no había señales, todo verde, todos los semáforos, todos, y va el motero y me adelanta por la izquierda y un "patrol" verde lo arrolla y lo manda contra el suelo. Seguí, había mucho atasco, pronto dejaría de estar verde.¿Y? ¿Que no lo entiendes? ¿Que si le conocía? No. ¿Cómo voy a conocerle? ¿Qué dices de fragilidad del ser humano? No, no, no voy por ahí, ni por lo de que no le socorrí. Te digo que yo iba por la derecha, como marca el código, a 50, ni uno más ni uno menos, que miré el regulador, y la moto me iba azuzando y yo impasible, mirando las luces de navidad y los adornos de El Corte Inglés, pero atento, porque hay que cumplir las normas, si no esto es una selva, y el motero agobiando y no adelantaba porque iban todos los carriles llenos y venga a pegarse a mi culo y, sí, levanté un pelín el acelerador, a 48 a 45, no más bajé, imperceptible, no más, y el tipo intentó meterse por la derecha entre el bordillo y el retrovisor, por la derecha, imagina, infringiendo, como siempre, y giré imperceptiblemente el volante hacia ese lado, apenas, era un mensaje, eh, que está prohibido, no se puede por ahí, no se enteran, no saben, no respetan, y vuelta a la carga, agobiando, berrendo, y de repente le perdí, escuché su aceleración en busca de un hueco por la izquierda, y luego el frenazo, el golpe, su cuerpo rodando y mis ojos en el verde, que se cerraba y tenía que pasar.¿Y sabes qué fue lo peor, sabes? Grité, "imbécil", grité, "¿ves, ves?", grité, "por capullo", grité "así aprenderás, a cumplir las normas, idiota", como yo, escrupuloso, milimétrico, yo, yo y fue decir esto, muchos semáforos después de minutos y minutos de ufano sermón interno, que dudé y fue el principio de todo esto.Ha pasado un rato y ya no huelo a nada en tu despacho. Ya no me sonríes. ¿Qué esperabas? Sí, la cagué.

IV¿Que si me pasa a menudo? ¿El qué, desquiciar a todo el que me rodea hasta poner en peligro su vida? No, no, lo de la moto ha sido un punto de inflexión, no sé, sí, tal vez, tal vez lo de desquiciar, sí, y reparo en tus manos, tus uñas pintadas de rojo, tus dedos sin anillos, porque necesito pensar y veo que tienes una ventana que sólo refleja el azul hielo de este insoportable invierno, la calle vacía, la tarde cayendo, mis dedos girando el anillo anular varado en el tiempo en el que creí encontrar el amor verdadero. Sí, eso venía después del verano del 95, te lo iba a contar, pero me has desordenado la historia, así me cuesta continuar, así no puedo y ahora, mira, salta el interruptor. Te giras hacia el árbol, alguien lo ha programado, esa secretaria de la entrada, seguro, sus luces, horteras, asimétricas, informes, como las bolas, cada una por su lado y ahora una música, lo que faltaba, pero por fin sonríes y yo tengo aquí la oportunidad de dejar de ser un ogro, el momento de parecer humano, el instante de congraciarme con las cosas pequeñas, de reconocerme en este mundo informe e imprevisto, pero estaba hablando, yo estaba hablando, y esas luces y esa música me han interrumpido y al final no sonrío y te agarro con la mirada y te lanzo de nuevo contra tu hoja de papel.Silencio, y ahora hablas, un minuto seguido tal vez, no más. Creo entender lo que me dices, pero no puede ser como me lo dices, no así, pero acepto tu reto. Vale, te voy a dejar de contar dramas, de acuerdo, apartemos a un lado los grandes eventos de mi vida, y aún no te he contado lo del anillo pero si tu dices con los ojos que te lo imaginas, que no hace falta que te cuente nada para saber por qué se marchó, de acuerdo; si tienes claro por qué mi Nochebuena de pasado mañana se presenta más penosa que nunca, me callo; si crees que no necesitas que te mencione lo del pescado que se quemó en el horno y por qué por esa tontería terminamos chillando no menos de dos horas y al final me desperté y todo estaba en su sitio, todo, el horno limpio, la cocina ventilada, la bandeja fregada y ella, ella era la única que no estaba, vale. Tú dices que te cuente la estupidez de lo que he hecho esta mañana. Esta mañana. ¿Yo qué sé esta mañana? Lo de siempre, trabajar. Detalles, detalles... El único detalle que te puedo decir es que se limitó a tomar un café conmigo seis meses después y tal y como vino se marchó sin más afirmación que es que "estaba harta". Que vale, que eso no te importa, sólo lo de esta mañana.Ya, sí, respiro, no estoy enfadado, un poco acorralado, pero no te lo digo, no quiero que te sientas atacada, yo aquí, tu ahí, la mesa en medio, tu bolígrafo, tu folio, el árbol, ya calló su canto, por fin, y mi mañana, vulgar, pero te la tengo que contar.

VHe cogido el metro, a las ocho y cuarto. Me he fijado en el operario que siempre va a trabajar con el traje reflectante, hoy no se ha afeitado; en las dos universitarias que siempre van parloteando, hoy el tema era el fin de semana y, vaya, una se había puesto el pelo rojo; me he sentado... pues como siempre, ¿acaso es importante?, en el borde, a dos asientos libres de distancia de la rubia de bote de la semana pasada, hoy sin pintar, más despeinada, te fijas en alguien una mañana y ya nunca vuelve a ser igual, su luz se apaga. Todo el mundo leía, yo también, "Un lugar llamado nada", me justifico, como si te importara, pero me siento culpable por leer payasadas y veo que no apuntas, no te interesa, ¿ves como esto es una chorrada? Pero no te digo nada, y sigo: he llegado al transbordo y apuro la página del libro y les diviso con el rabillo del ojo, me levanto, y miro sus caras.Están nerviosos. ¿Tú no lo notas nunca? Mírales, con la mandíbula tensa y las pupilas perdidas, mírales, amontonados, y les comprendo, claro que les comprendo porque sé que en el fondo sufren, sabedores de que en apenas unos segundos toda su estrategia se habrá dinamitado y, para la mayoría, terminará en fracaso.Ahí están, al otro lado del cristal del vagón, apostados como un muro infranqueable en una delicada y sutil pugna repleta de astucia y resignación para conformar una parrilla repleta de vencidos. El reloj marca siempre la misma hora, el anden repiquetea con constancia a cada instante el mismo intervalo y terminar de última fila en la pared de ladrillos es o bien una torpeza o bien una elección personal fruto de la inconsciencia, la autosuficiencia o la indiferencia.Pero siempre entre la masa hay decenas de luchadores, de calculadoras humanas, de maquinas del orden y del esfuerzo que cada mañana afinan sus garras en pos del equilibrio y el asueto.Entre el despertador y la cerradura emplean siempre el mismo tiempo. Entre el portal y la estación transita siempre el mismo giro de reloj y cuando llegan hacen coincidir su primera pisada en el andén con la entrada veloz e impersonal del tren. Los hay que buscan el primero o el último vagón para caminar lo mínimo al llegar a destino en función de su puerta de salida. Los hay que se agazapan tras la marabunta y sutilmente transitan disimulados por los espacios impersonales y, de repente, lucen en primera línea. Los hay que conocen cada baldosa y saben perfectamente cual es aquella frente a la que se abrirá la puerta. Los hay, en definitiva, aterrados con la sola idea de permanecer diez, quince o veinte estaciones de pie y en milésimas de segundo despiertan su instinto animal en busca de esa presa llamada ASIENTO.¿Que si los he visto esta mañana? Como todas las mañanas, marabunta agresiva, incapaz de entender ese inmenso letrero que machaconamente exige que "dejen salir antes de entrar", o mejor dicho, que antes de invadir el vagón me dejen escapar. Porque a eso me obligan cada mañana. ¿Quieres que te cuente algo? Mira, al final te voy a contar algo.Intentan ser respetuosos pero no lo consiguen. Cuando sale del vagón la primera persona malamente están apostados formando un pasillo de apenas un metro. Esa apenas percibe su angustia, pero a partir de la segunda y conforme se vislumbra la salida de la última el pasillo humano se estrecha y se estrecha y se estrecha y si el postrero pasajero no tiene cuidado termina siempre arrollado. Ese soy yo siempre, el último pasajero, el último en cerrar el libro, el último en levantarse del asiento, el último en aproximarse a la puerta y el único en fijarse en sus caras, en su ansia, en su desesperación por un asiento.Y ahí estoy yo, mascullando su falta de respeto, harto de a menudo tener que salir casi a empujones y de aguantar cómo lo gente, sin esperar a que yo salga, ya tiene medio cuerpo dentro del vagón. ¿Se quieren esperar¿ ¿Se quieren esperar? Les chillo entre dientes. ¡Dejen salir antes de entrar! Pero he aprendido a ser poderoso y esta mañana lo he vuelto a aplicar.Había una chica en el centro, con un abrigo azul y un paquete de regalo rojo en una bolsa verde; un pasota con cascos mastodónticos a su derecha; una señora mayor mal peinada con gafas de pasta a su izquierda y creo que divisé a un mochilero y a un par de extranjeros con maletas inmensas y luego la masa que les oprimía y les asediaba y se abrió la puerta, y se abrieron ellos y salió la gente y a partir de ahí el embudo se fue estrechando y, entonces, decidí disfrutar de mi derecho, mi derecho a que me dejen salir sin antes entrar, mi derecho a ser el último del vagón, el último del tren, por un instante vacío sólo para mí.Y he ralentizado mi paso y me he gustado en la salida y he visto que la masa se abalanzaba pero aún se contenía y sólo quedaba un hilo de espacio, un hueco mínimo y les he mirado a los ojos, yo, y he visto que a mi izquierda había caído la chica del abrigo azul, labios fuertemente apretados, ceño profundamente tenso; y a mi derecha el de los cascos, juraría que a esas horas ya con un chicle en la boca y, entonces, he obrado el milagro, erigido en fiel de la balanza, y al tiempo que daba el último paso he metido las manos en los bolsillos del abrigo, he mirado a sus ojos y -porque unos iban a avanzar sin respeto alguno y otros aún parecían aguantar-, de improviso, como un defensa central al borde de evitar la debacle, he decidido sacar un codo, leve pero significativamente, para marcar el territorio, mi codo izquierdo, poderoso, decantando el destino de tal forma que en milésimas de segundo la masa se desbordaba por mi lado derecho y todos los que estaban a la izquierda se quedaban absortos y sin asiento. Otra vez se contendrán, he pensado, la chica del abrigo azul y el regalo rojo, la señora de las gafas de pasta, el mochilero, yo qué sé los que habría en ese lado. ¿Me estaban agobiando, sabes?Vaya, me estás ahora mismo mirando alucinada. Tal vez se te han dilatado las pupilas pero, como no me fijé antes, no sé la diferencia ahora. Me sigues mirando, lo noto, y ahora te miro y entreabres la boca y estoy tentado de excusarme pero por fin decido callarme y logro dejarte preguntar: ¿Que si no me recuerda esto a lo de la moto?

VINoto que me tiembla el labio, sí, me dedico a desquiciar a todo el mundo, pero no he matado a nadie, ni he puesto en peligro la vida de nadie, que no, que no, que es una chorrada, un hecho insignificante, que no me dejaban pasar, vale, sí, les he fastidiado, sí, sí, pues sí, vale, lo entiendo, vale, sí, al final es lo mismo, mierda, la cagué, todo por esta manía desquiciante de tener siempre razón, vale la cagué, pero no he hecho nada. ¿Qué ha podido pasar? ¿No se han sentado? ¿Y? ¿Es que crees en el destino? No, no sé ni lo que digo, no sé lo que te estoy diciendo, sólo sé que mi mente va a gran velocidad, que ya no estoy siendo correcto, que ya no me estoy escondiendo, pero tu me hablas de destino. ¡Venga ya! No me cuentes historias de esas que te llegan de rebote al Facebook o tras una condenada cadena por mail. Sí, claro, quieres que hablemos de la chica, la del abrigo azul, por ejemplo, vale, no se ha sentado, se ha tragado trece paradas de pie, se le ha agravado una tendinitis rotuliana, al salir a la calle el semáforo estaba en intermitente, ha querido correr pero le dolía la pierna, ha arrancado una moto y se la ha llevado por delante. ¿Eso es lo que me quieres decir?Bah, venga, otra mejor: ha salido tan cansada que se ha olvidado de comprar el pavo y pasado mañana sus hijos no tendrán la cena que esperaban y se les formará trauma y dentro de veinte años acabarán en tu despacho contándote aquella historia de su desdichada navidad. Buena ¿eh?Y qué te parece, por ejemplo, si al cabo de media hora por fin ha encontrado asiento y se ha sentido tan cansada que se ha descuidado y se ha pasado de parada y ha llegado tarde al trabajo y su jefe la ha despedido. ¡Horror! ¿Y todo porque yo, yo, he sacado el codo en el Metro? ¿Un codo? Y qué más. Ah, sí, mejor que eso, tras la paliza mañanera en vez de quedar por primera vez con ese chico que le gusta se ha ido a descansar a casa y ha perdido la oportunidad de su vida, su amor eterno y ahora vagará por siempre como tú, SIN ANILLO......y me he quedado helado porque ya no sé si esto último sólo lo he pensado o lo he dicho en voz alta, tengo frío, te has puesto de pie como un resorte, ofendida, y por vez primera en toda la tarde estoy escuchando nítida tu voz:"¡No ha pasado nada de eso!", has dicho sin perder la calma.Y ahora te estoy mirando, fijamente, de arriba abajo, y ahí estás, increíble, con tus labios fuertemente apretados, con tu ceño profundamente tenso, y reparo en el abrigo azul colgado y, vaya, en ese rincón, sí, ahí está el paquete de regalo rojo en la bolsa verde."Eres tú la de esta mañana...", balbuceo como un quinceañero, descolocado, mientras la vergüenza ahora sí se debe estar dibujando en mi mirada porque noto tus manos algo hinchadas, vislumbro ese platillo de caramelos y chinchetas junto al ordenador donde aflora un anillo de plata y la suave curva que ya se dibuja por debajo de tu bata blanca."Eras tú, y no ha pasado nada...", musito, y vuelvo a escuchar tu voz."No, Andrés, absolutamente nada. Un ‘pasota' con unos cascos mastodónticos y que estaba comiendo chicle me ha cedido de inmediato su asiento. He ido trece paradas sentada. He llegado descansada, no me han atropellado, no me han despedido, luego compraré la cena y pasado mañana celebraré con mi familia y la de mi marido la Navidad. ¿Te das cuenta? Ironizas con que un gesto insignificante me podía ‘destrozar la vida' y gracias a un gesto aparentemente también insignificante todo ha vuelto a su estado normal".Me derrumbo humillado mientras añades comprensiva, algo fría y con el inicio de tu maravillosa sonrisa: "¿Vas a seguir perdiendo el tiempo en querer tener siempre razón o vas a emplear el mismo esfuerzo en hacer pequeños gestos que multipliquen la felicidad a tu alrededor?"

VIIDe repente se ha vuelto a encender el árbol. Bailan las luces con la música. Con un nudo en la garganta he querido decirte "perdón". Sólo te he dicho "gracias". Fui capaz de mirarte a los ojos al despedirme y musitar sin balbucear "...feliz navidad..."