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Hablando de competitividad

  • Última actualización
    01 marzo 2024 05:20

La pérdida de competitividad de las economías europeas es una cuestión que suscita amplia preocupación en el continente, particularmente en la parte occidental del mismo. Mientras el foco de atención ha estado habitualmente puesto en los costes laborales, recientemente son las exigencias regulatorias de la Unión Europea las que están siendo muy contestadas. Se trate de las condiciones para acceder e invertir los fondos Next Generation UE, o de los requisitos establecidos para las más diversas actividades productivas al objeto de luchar contra el cambio climático, parece indiscutible que las exigencias europeas en materia regulatoria son muy superiores a las de ningún otro espacio económico.

No obstante, también el coste de la energía ha sido un sensible obstáculo para el mantenimiento de esa competitividad. Como revela el gráfico, a raíz de la invasión rusa de Ucrania, el precio del gas natural sufrido por los productores europeos llegó a decuplicar el de Estados Unidos, multiplicando también el experimentado en Japón, superior en épocas de normalidad, al tratarse esencialmente de gas natural licuado (GNL). Es cierto que el daño a la actividad productiva no ha sido mayor por las ayudas públicas recibidas en toda Europa, desde la asunción de la totalidad del coste durante varios meses en Alemania al fuerte descuento generado por la “excepción ibérica”. Un invierno particularmente suave en el tránsito 2022-2023 también evitó un impacto mayor.

No menos relevante fue la capacidad de Europa para encontrar (ignorando, por cierto, cualquier preocupación medioambiental) sustitutos al gas natural ruso importado por gaseoducto, principal fuente de suministro antes de la invasión. El aumento de las compras de GNL a Estados Unidos ha sido crucial en ese proceso de sustitución. Por ello, cuando por fin el coste del gas vuelve a ser similar al soportado por Japón y “solo” algo más del doble que en Estados Unidos, la decisión de la Administración Biden de “pausar” los permisos de exportación de ese GNL puede volver a presionar al alza sobre el coste del gas natural en Europa. De momento, un segundo invierno de frío muy moderado (salvo dos o tres semanas en las que se ha vivido en el extremo opuesto) ayuda a que los mercados anticipen estabilidad a corto plazo en tales precios.

Con todo, la factura energética seguirá dañando la competitividad relativa de las economías europeas mientras la UE carezca de una estrategia compartida y consistente en la materia. Europa quiere librarse de los hidrocarburos por contaminantes; rechaza la energía nuclear (con excepciones, como la francesa) por peligrosa; duda de la “energía verde”, primero por cara, ahora por atentar contra el medio y el paisaje rurales, siempre por ser irregular en su suministro; y, bueno, tampoco somos muy de ahorrar, que, al fin y al cabo, somos países ricos (¿a que el lector conoce edificios y medios de transporte en los que es casi necesario estar en manga corta en invierno y abrigado en verano?). Con todo ello a la vez, seguiremos con la energía más cara del mundo.

¿Ha funcionado tan bien la economía rusa desde la invasión de Ucrania?

Las fuertes revisiones al alza de los datos económicos rusos por parte de los organismos internacionales han suscitado el interés (y la inquietud) en los países occidentales, por lo que parece la constatación del fracaso de las sanciones establecidas sobre Rusia tras la invasión de Ucrania. La economía rusa no se desplomó (caída del PIB de poco más del 2%) en 2022 y está creciendo de manera moderada pero sólida en el bienio 2023-24. Mientras, la inflación se mantiene en niveles razonables, el déficit público está contenido y prosigue un estimable superávit exterior. Así que cualquiera se pregunta: ¿le ha ido a Rusia mejor de lo previsto en el corto plazo?; ¿es realmente sorprendente que las negativas expectativas se hayan superado?; y, ¿es lo anterior señal de que también será relativamente inmune, en lo económico, a los costes de la guerra a medio y largo plazo? Las respuestas son sí, no y no.

Sobre la primera cuestión poco que añadir. Todos los datos macroeconómicos son ostensiblemente mejores de los que se predijeron tras el estallido de la guerra y la imposición de las sanciones por parte de los países occidentales. Pero, ¿por qué no debe sorprender esta realidad?

Primero, por el amplio margen fiscal construido por la Administración Putin antes de la guerra. El nivel de deuda previo al conflicto era del 16.5% del PIB, con un superávit casi continuo en las cuentas públicas. Además, la gestión de la política monetaria por parte del Banco Central, bajo la dirección de Elvira Nabiullina, fue irreprochable antes de la guerra y lo ha seguido siendo durante la misma.

Segundo, las sanciones tienen múltiples agujeros. Dos ejemplos: mientras la UE reduce al mínimo las compras de gas natural ruso vía gasoducto, eleva a máximos históricos sus compras de gas natural licuado de Rusia (España ha duplicado el volumen que adquiría antes del conflicto). O el famoso techo de 60 dólares por barril al crudo ruso, que solo se ha cumplido cuando los precios del petróleo se han mantenido bajos, con el habitual descuento del barril de los Urales (crudo de referencia ruso) frente a otros tipos (Brent o WTI). Cuando el precio del petróleo se ha elevado, Rusia ha recibido más de esos 60 dólares por barril, de tal manera que sus ingresos por hidrocarburos alcanzaron el máximo de la serie histórica en 2022.

Tercero, son más los países, incluyendo la primera (China) y la tercera (India) economías mundiales que no se han sumado a las sanciones, o lo han hecho testimonialmente, que los que se han comprometido de verdad con ellas. Así que no solo Rusia ha estado vendiendo sus hidrocarburos (aunque en condiciones generosas para los compradores) y adquiriendo armamento en el exterior, sino que ha podido ir sustituyendo, aunque sea parcialmente, la tecnología occidental cuya exportación a Rusia está sometida a restricciones o prohibiciones, en especial con ayuda china.

Finalmente, nunca se olvide que pocas cosas son más sencillas que elevar el PIB comprometiendo recursos para la producción armamentística. Son unos cuantos los “milagros económicos” en la Historia consistentes en volcar la industria de un país en la producción de armas. Pero esta es una estrategia de corto plazo.

Aquí llega la tercera respuesta. Rusia va a sufrir un profundo coste económico a medio y largo plazo por su intervención en Ucrania, aunque su margen fiscal y sus ingresos por exportaciones de materia primas lo puedan paliar muy parcialmente. La pérdida de capital humano (víctimas directas de la guerra y exiliados voluntarios que han huido del régimen de Putin), la ausencia de capital y tecnología occidentales para las que no hay sustitutivo viable y la desviación de recursos productivos hacia la economía de guerra (dejando de lado la inversión en otros sectores mucho más relevantes para un país en paz) van a comportar severos costes que ya no podrán esconderse.

Europa no aguanta más

La Comisión Europea no parece dispuesta a seguir aceptando, por respetar los principios del libre mercado, el daño que medidas intervencionistas de política industrial, comercial y tecnológica de los otros colosos económicos globales están causando a las economías europeas. Masivos subsidios de toda índole y condición, generalmente orientados a captar empresas en sectores estratégicos (Estados Unidos) o a favorecer el aumento de la cuota del mercado mundial para las empresas nacionales (China), han obligado a la CE a responder con mecanismos que contradicen las posiciones tradicionales de apertura (y el recurso a la cada vez más inútil Organización Mundial de Comercio en caso de desacuerdo) defendidas por la Comisión. Las actuaciones europeas recientes incluyen desde programas propios de ayuda a sectores clave, a mecanismos correctores, como el Foreign Subsidies Regulation, aprobado el pasado año. Precisamente un caso que involucra a España muestra la necesidad de tal regulación: en el vigente concurso público para la provisión de trenes eléctricos a Bulgaria, la compañía China CRRC Quingday Sifang Locomotive ha presentado una oferta un 47,5% inferior a la de Talgo (y un 46% inferior a lo que estimaban las autoridades búlgaras al convocar el concurso). Semejante diferencia es simplemente imposible de justificar sin los subsidios masivos del gobierno chino. Ya es debatible que el voluminoso mercado de concursos públicos europeo esté abierto a compañías de países que no mantienen idéntica apertura a las empresas europeas. Que además éstas tengan que asumir una competencia tan desleal no puede admitirse. El libre comercio es un “first best” a escala global. Pero si parte de las grandes economías no lo respetan de manera flagrante, ya no es necesariamente bueno para el resto.

Y después de siete años y medio... tampoco

Japón entró técnicamente en recesión la segunda mitad del pasado año, tras la caída del PIB en el último trimestre (solo una décima, pero prolongando el descenso de ocho décimas en el anterior). Peor, la evolución adversa fue generalizada (consumo privado, inversión y gasto público) y solo las exportaciones evitaron, apoyadas en la debilidad del yen, un resultado más desfavorable. Además, este mal resultado coincide con una inflación reiteradamente por encima del 2,5% en los últimos meses, que indujo a algunos analistas a esperar un movimiento al alza de los tipos de interés, después de siete años y medio de estar situados por debajo de cero. La probabilidad de tal actuación por parte del Banco Central de Japón ya nos parecía muy escasa, dado que el ciclo de subidas por parte de sus equivalentes en Occidente ha finalizado, y se revertirá desde dentro de unos meses. Con el PIB en descenso, esa probabilidad es aún menor. La cuestión estriba en cuándo las autoridades niponas aceptarán que más de un cuarto de siglo de expansión fiscal y monetaria casi continuas, con escasas e inconsistentes reformas estructurales, no han funcionado, y no van a empezar a hacerlo ahora.

A gobernador del Banco Central (y pico) por año

El prudente dicho “los experimentos con gaseosa” no se conoce en la Turquía de R.T. Erdogan. Jugar con los tipos de interés y la cantidad de dinero resulta altamente peligroso para cualquier economía, pero la reciente sustitución de H.G. Erkan (primera mujer al frente del BC turco) después de solo ocho meses en el cargo, por su segundo, F. Karahan, supone el sexto gobernador en los cinco últimos años en el país. A veces, el motivo del cambio es colocar a alguien que coincida con la pintoresca visión del mundo económico del presidente turco (es decir, los tipos de interés altos generan inflación y son una conspiración de innombrados agentes internacionales); otras veces ha sido darle la responsabilidad a quien, mediante una cierta ortodoxia monetaria, frene el desastre causado por esa visión de Erdogan. En el último caso, la dimisión de Erkan se debe a una maliciosa campaña mediática contra ella. En principio, usted puede creer que la prensa no responde a indicaciones gubernamentales en Turquía. ¿O sí lo hace? Bueno, no desespere. El nuevo gobernador se ha estrenado osando criticar la política fiscal desmedidamente expansiva desarrollada bajo las directrices de Erdogan. Así que igual tenemos pronto algún otro relevo que comentar. Por si se lo pregunta, la inflación en Turquía ha superado el 30% de media anual en estos cinco años, y ronda actualmente el 65%. No exactamente estabilidad de precios.