Desde el momento, hace año y medio, en el que la Reserva Federal, con un retraso evidente (ahora ya reconocido por casi todos, en estas páginas señalado desde el principio), compartido con los principales Bancos Centrales occidentales, inició su ciclo de subidas de tipos de interés, se abrió un debate sobre la extrema dificultad de reducir las disparadas tasas de inflación sin generar una recesión. La velocidad e intensidad del endurecimiento monetario (525 puntos básicos en 17 meses) necesarias para recuperar la estabilidad de precios podrían conducir a la caída del PIB, e incluso en declaraciones de los máximos responsables de la Fed parecía aceptarse que un estancamiento o una recesión suave serían un mal menor si se conseguía hacer volver la inflación a su senda normal.
Pero los últimos datos parecen mostrar una economía que avanza en la corrección de su desequilibrio de precios sin dejar de crecer, aunque sea modestamente, y con un mercado laboral muy sólido, aunque convenientemente menos exuberante. El gráfico superior muestra la reducción a la mitad del crecimiento interanual del IPC entre el inicio de 2022 y mediados de 2023, la todavía lenta pero esperanzadora corrección a la baja de la inflación subyacente, en paralelo a un desempleo cercano a mínimos históricos y la creación de más de 200.000 empleos netos mensuales (cifra notable, pero lejana del medio millón de hace unos meses, que estaba tensionando seriamente el mercado laboral estadounidense).
¿Objetivo al alcance de la mano? Uno sugeriría prudencia. Primero, porque bajar las tasas de inflación del 4% actual al 2% es más complicado que lo realizado hasta ahora (aunque se haya ya recortado el triple de esos dos puntos). Al fin y al cabo, todos los agentes entienden en Occidente que elevar sus rentas a tasas del 8 o el 10% anual es insostenible, pero el 4% no parece gran cosa, en especial cuando se ha perdido poder adquisitivo en años previos. Pero si las rentas crecen un 4% la inflación no regresará al 2%. Véase la línea azul en el Gráfico superior, que revela cómo el crecimiento salarial interanual sigue moviéndose alrededor del 5%.
Segundo, hasta ahora, más por suerte que por diseño, el endurecimiento monetario se ha visto compensado por los ahorros acumulados durante la fase más intensa de la pandemia y por una política fiscal extremadamente expansiva (más sobre ello en nuestra Pregunta del mes). Ese exceso de ahorro ya se ha consumido en su práctica totalidad y los planes fiscales de la Administración Biden quedan constreñidos en adelante por una Cámara de Representantes de mayoría Republicana. Tercero, los efectos diferidos de las subidas de tipos aún no se han manifestado en su totalidad.
Por tanto, no está garantizado que el último tramo de la normalización inflacionista sea compatible con el mantenimiento del actual dinamismo económico estadounidense. Pero no está mal partir del punto en el que se encuentra en este tórrido verano de 2023. Reflexionaremos sobre el caso europeo en nuestra próxima colaboración.