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La política de defensa como nuevo argumento de política industrial

  • Última actualización
    04 abril 2025 05:20

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Anticipábamos en enero en estas mismas páginas que, en 2025, tanto la política comercial (vía proteccionismo arancelario y no arancelario) como la medioambiental (vía tasa de compensación sobre las importaciones no procedentes de fabricación/cultivo respetuoso con el medio ambiente) se emplearían de forma creciente en apoyo de las políticas industriales y tecnológicas que, en múltiples países, sobre todo en Occidente, están buscando la recuperación y/o desarrollo de la actividad manufacturera, en especial en sectores que se consideran, con mayor o menor sentido, estratégicos. Ahora, en especial para el caso de Europa, la política de defensa y seguridad se orienta también en esta dirección. El esfuerzo de Europa Occidental en esta materia ha sido limitado en las última décadas, confiando en un entorno de tranquilidad geopolítica y en la protección ofrecida por Estados Unidos, directamente y a través de su liderazgo en la OTAN.

Vladimir Putin, primero, y Donald Trump, a continuación, han dinamitado esos dos elementos que permitían la laxitud europea en la materia. El aumento del gasto de seguridad y defensa, a partir de valores como los que refleja el gráfico superior (que muestra el porcentaje de gasto militar de cada país respecto al estadounidense en el año 2023) es tan necesario como inexcusable. Citemos algunas consideraciones sobre ese aumento, varias tenidas en cuenta (otras no tanto) en el intenso debate de las últimas semanas.

Primero, este incremento del gasto debe ir inequívocamente ligado a potenciar los sectores europeos cuya actividad, de manera directa o por su carácter de tecnología dual (aplicaciones civiles y militares), permitirá incrementar la seguridad europea. Es decir, ese nuevo enfoque de defensa debe estar asociado al crecimiento de la industria (y los servicios avanzados) en Europa conectados con la misma. Segundo, el concepto de seguridad no puede limitarse a armamento y munición: desde la ciberseguridad hasta la prevención de sabotajes, desde el control de flujos migratorios masivos a la protección ante ataques químicos o biológicos, deberían considerarse en esta nueva política europea de seguridad y defensa. No se trata de incluir cualquier cosa, como algunos parecen pretender, pero sí de emplear un concepto de seguridad propio del siglo XXI. Tercero, la seguridad europea tiene un flanco sur, además de un flanco oriental. Y la situación en el aquel no es precisamente benigna y se le debe prestar atención, sobre todo por parte de los países del sur de la UE. Cuarto, junto a los conceptos incluidos, hay que precisar cuál es el criterio de gasto más adecuado. Como revela el gráfico superior, las diferencias para cada país son considerables si se emplea el habitual del % del PIB, el esfuerzo per cápita o el peso del gasto militar en el de los presupuestos públicos. Volveremos en el futuro sobre estas cuestiones.

¿Estamos realmente ante un punto de inflexión histórico?

Hace apenas un mes reclamábamos que la UE pusiera a trabajar su ahorro excedentario para atender a los muy notables retos estratégicos a los que se enfrenta. Con la inestimable ayuda del tan impredecible como hostil comportamiento del nuevo gobierno de EE.UU., parece que nuestra petición va a verse satisfecha.

Por una parte, la retirada del paraguas estadounidense obliga a Europa a asumir una responsabilidad creciente en el ámbito de la defensa y seguridad, lo que, por cierto, es algo que cualquier europeísta deseaba desde mucho antes del segundo advenimiento de Trump. Los 150.000 millones de euros “europeos” puestos sobre la mesa por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se deben sumar al impacto de la relajación de las reglas fiscales para que los países de la UE eleven, en promedio, un 1,5% del PIB su gasto militar.

La fracción del gasto proporcionada por Europa en su conjunto solo se invertirá en producción de la UE, y el que provenga de los países no debería diferir mucho de esa orientación, porque esta política de defensa y seguridad debe ser también política industrial y tecnológica. No obstante, acuerdos para un trato recíproco en la materia con Japón, Corea del Sur, Reino Unido, Suiza, Noruega, Australia o Canadá son factibles e incluso deseables. La otra consecuencia trascendental de la aversión de la Administración Trump hacia Europa es el cambio radical exhibido por el ganador de la recientes elecciones y próximo canciller conservador de Alemania, el líder de la CDU, Friedrich Merz. Dejando atrás su obsesión anterior con el “freno de la deuda” y el equilibrio presupuestario, su iniciativa de incrementar drásticamente el gasto militar y en infraestructuras, aprobado por la mayoría necesaria de dos tercios (para superar la cláusula constitucional) con apoyo de los Verdes y los socialdemócratas del SPD, supone un verdadero Zeitenwende (el punto de inflexión histórico al que se refiere el título) para Alemania. Y si la locomotora alemana arrastra en una dirección, los vagones de la UE se mueven en la misma, por el efecto de la propia demanda germana y por la nueva orientación de política económica que implica.

En efecto, los más de 500 millardos de euros (a PIB actual, con la media del ahorro excedentario de la UE durante los últimos diez años) que los 28 acumulan anualmente por un nivel de ahorro superior al de inversión da para impulsar una transformación estratégica europea. Pero uno de los inconvenientes es que, en realidad, alrededor del 60% de esa cantidad se genera en Alemania. Ahora, con medio billón de euros en diez años invertidos en reforzar las infraestructuras del país, más un incremento no limitado del gasto de defensa y seguridad, la decisión de Merz supone el punto de partida de una dinamización del crecimiento alemán y, con ello, europeo, centrado en manufacturas y servicios avanzados, desarrollados y producidos en la UE.

Parece evidente que otros países, que precisamente estaban esperando un cambio de perspectiva en Alemania y en los centros de decisión europeos, aprovecharán este novedoso margen de actuación derivado de los nuevos planes germanos y de la Comisión, que es particularmente bienvenido a medida que se vayan extinguiendo los fondos procedentes del programa Next Generation. Ahora es necesario exigir, claro está, que el dinero se destine de forma pertinente a esas prioridades estratégicas para Europa. La recepción inicial de los mercados ha sido, debe subrayarse, muy favorable, por lo que el dinero privado parece dispuesto a invertir en esa UE que se espera más dinámica y competitiva.

No quieren hacerse notar, pero no pueden ocultarse

Si algo caracteriza a los responsables de la Reserva Federal, incluyendo a su presidente, Jay Powell, desde el inicio de la segunda Administración Trump, es su deseo de pasar desapercibidos, pese a la incertidumbre generada por la absurda combinación de medidas de política económica de aquélla. Todo sea por no enfadar al presidente. Pero claro, hay obligaciones que las autoridades monetarias deben cumplir. Entre ellas, señalar sus expectativas sobre la evolución de la economía. Y el cambio en las mismas, solo entre diciembre y marzo, ha supuesto rebajar cuatro décimas el crecimiento previsto y aumentar dos décimas la inflación esperada en 2025. La referencia al coste de los aranceles en ambas dimensiones ha sido también inevitable en la última intervención de Powell. En respuesta a las mayores tensiones en los precios se anticipa el retraso de cualquier rebaja en los tipos de interés. A cambio, ante el menor crecimiento, se ralentiza el ritmo de la restricción cuantitativa en marcha (se reduce en un 80% el volumen mensual de deuda pública en el balance de la Fed que no se renueva). Es de temer que las próximas previsiones de la Fed impliquen una lectura cada vez más estanflacionista de la política económica de Trump, complicando cada vez más la labor de la autoridad monetaria estadounidense... y la de las que la siguen en otros países.

Amigos y aliados solo hasta cierto punto

Son suficientemente conocidas las proclamaciones de amistad y alianza sin límites entre los máximos responsables políticos de China y Rusia. También el intenso incremento de los flujos comerciales, con términos particularmente beneficiosos para China en su importación de hidrocarburos, a raíz de la invasión de Ucrania y las sanciones occidentales sobre Rusia. Pero parece que, también en este caso, los automóviles señalan una línea roja. Con la práctica desaparición de la venta de vehículos occidentales en Rusia, no han sido los fabricantes locales sino los chinos quienes han sustituido a los de Occidente... y parcialmente a los propios rusos. Durante 2024, más de un millón de vehículos chinos fueron exportados a Rusia, multiplicando por siete la cifra de 2022 y acaparando casi dos tercios del mercado. Al contrario que en el mercado europeo, se trata en su casi totalidad de vehículos de gasolina y diésel, no eléctricos. En respuesta a ese aluvión de importaciones, las autoridades rusas han duplicado la denominada “tasa de reciclaje”, que supone esencialmente un arancel, y que seguirá aumentando al menos un 10% al año hasta 2030. El proteccionismo no conoce aliados cuando se trata de proteger determinados sectores, en especial en el ámbito de las manufacturas.

No ha podido estarse quieto

En Turquía, el trabajo durante el último año y medio del gobernador del Banco Central, Fatih Karahan, y del ministro de finanzas, Mehmet Simsek, había conseguido éxitos estimables en la reducción de la inflación (todavía un 39% interanual, en todo caso), la estabilización de la economía y la recuperación de la confianza de los inversores internacionales y, con ella, de las reservas de divisas del país. Volver a la ortodoxia en las políticas económicas y dejar atrás las kafkianas ideas al respecto del presidente Erdogan estaban detrás de esos resultados. Pero el máximo mandatario turco no puede pasar desapercibido mucho tiempo. Su decisión de detener al alcalde de Estambul y principal líder opositor, Ekrem Imamoglu (me disculpará el lector si no creo que se trate de una decisión autónoma de una justicia independiente), ha precipitado una salida masiva de capitales, que ha obligado a la intervención directa del Banco Central, consumiendo alrededor de 25.000 millones de dólares en una semana de defensa, provisionalmente exitosa, de la lira. Aunque para los ciudadanos turcos la máxima preocupación es el deslizamiento hacia la autocracia de su país, los inversores internacionales temen aún más que Erdogan decida defenestrar al tándem Karahan-Simsek, cuyo trabajo está teniendo ese favorable impacto sobre la economía. Aunque supondría tirar piedras contra su propio tejado, no descarten que el presidente turco decida añadir sendas muescas más a su ya amplia lista de gobernadores y ministros destituidos.