Anticipábamos en enero en estas mismas páginas que, en 2025, tanto la política comercial (vía proteccionismo arancelario y no arancelario) como la medioambiental (vía tasa de compensación sobre las importaciones no procedentes de fabricación/cultivo respetuoso con el medio ambiente) se emplearían de forma creciente en apoyo de las políticas industriales y tecnológicas que, en múltiples países, sobre todo en Occidente, están buscando la recuperación y/o desarrollo de la actividad manufacturera, en especial en sectores que se consideran, con mayor o menor sentido, estratégicos. Ahora, en especial para el caso de Europa, la política de defensa y seguridad se orienta también en esta dirección. El esfuerzo de Europa Occidental en esta materia ha sido limitado en las última décadas, confiando en un entorno de tranquilidad geopolítica y en la protección ofrecida por Estados Unidos, directamente y a través de su liderazgo en la OTAN.
Vladimir Putin, primero, y Donald Trump, a continuación, han dinamitado esos dos elementos que permitían la laxitud europea en la materia. El aumento del gasto de seguridad y defensa, a partir de valores como los que refleja el gráfico superior (que muestra el porcentaje de gasto militar de cada país respecto al estadounidense en el año 2023) es tan necesario como inexcusable. Citemos algunas consideraciones sobre ese aumento, varias tenidas en cuenta (otras no tanto) en el intenso debate de las últimas semanas.
Primero, este incremento del gasto debe ir inequívocamente ligado a potenciar los sectores europeos cuya actividad, de manera directa o por su carácter de tecnología dual (aplicaciones civiles y militares), permitirá incrementar la seguridad europea. Es decir, ese nuevo enfoque de defensa debe estar asociado al crecimiento de la industria (y los servicios avanzados) en Europa conectados con la misma. Segundo, el concepto de seguridad no puede limitarse a armamento y munición: desde la ciberseguridad hasta la prevención de sabotajes, desde el control de flujos migratorios masivos a la protección ante ataques químicos o biológicos, deberían considerarse en esta nueva política europea de seguridad y defensa. No se trata de incluir cualquier cosa, como algunos parecen pretender, pero sí de emplear un concepto de seguridad propio del siglo XXI. Tercero, la seguridad europea tiene un flanco sur, además de un flanco oriental. Y la situación en el aquel no es precisamente benigna y se le debe prestar atención, sobre todo por parte de los países del sur de la UE. Cuarto, junto a los conceptos incluidos, hay que precisar cuál es el criterio de gasto más adecuado. Como revela el gráfico superior, las diferencias para cada país son considerables si se emplea el habitual del % del PIB, el esfuerzo per cápita o el peso del gasto militar en el de los presupuestos públicos. Volveremos en el futuro sobre estas cuestiones.