Menú
Suscripción

Para una vez que no se dispara el desempleo...

  • Última actualización
    13 enero 2023 05:20

El economista estadounidense Arthur Melvin Okun postuló una sencilla forma de medir la insatisfacción causada a los ciudadanos por dos procesos económicos abiertamente negativos, el desempleo y la inflación. En su presentación original, Okun simplemente agregaba los valores de ambas variables. Las penurias causadas por el desempleo no precisan explicación; las derivadas de una inflación excesiva, algo olvidadas, se están percibiendo con claridad en los últimos meses.

Traducido por Índice de Insatisfacción, de Desutilidad , más directamente, de Miseria, este indicador había permanecido desde mediados de los años noventa del pasado siglo ligado, en las economías occidentales, a los movimientos en las tasas de desempleo, dado el entorno de estabilidad de precios que había caracterizado desde entonces y hasta recientemente a esos países. Ello explica, por ejemplo y como revela el gráfico adjunto, que el Índice de Miseria haya sido permanentemente mayor para España que para el resto de los países desarrollados (dado el calamitoso problema estructural de desempleo que ha arrastrado durante cuatro décadas la economía española); o que las fluctuaciones del Índice sean mayores para Estados Unidos (con un mercado laboral más flexible, en creación y en destrucción de empleo) que para las grandes economías europeas.

Sin embargo, lo acontecido desde la pandemia es inédito, con carácter general y, en especial, para España. Una inflación desatada, sin precedentes en casi medio siglo y generada por motivos ya conocidos (disrupciones en las cadenas de suministro a raíz de la COVID-19, masivos subsidios inyectados por los gobiernos, desajustes temporales de oferta y demanda, impacto de la invasión rusa de Ucrania, tardía y deficiente respuesta de los Bancos Centrales), ha elevado el Índice de Miseria hasta máximos (o niveles cercanos a ellos) desde 1990 en todo Occidente. Pero ello ha coincidido con unos mercados laborales particularmente resistentes, en los que apenas se ha incrementado el paro (o no lo ha hecho en absoluto). El respaldo público al sostenimiento del empleo, la voluntad de las empresas de no perder trabajadores ante lo que han entendido como crisis coyunturales o, sobre todo en los países anglosajones, una falta de recuperación del volumen de población activa previo a la pandemia, explican ese favorable comportamiento del desempleo. Para España, que en las crisis anteriores (ver en el gráfico los datos de mediados de los noventa y los posteriores a 2008) vio dispararse en el desempleo y, con él, el Índice de Miseria, este cambio ha sido especialmente relevante.

En 2023, como comentaremos en las siguientes secciones, la inflación se reducirá más intensamente de lo que aumentará el desempleo, lo que debe reconducir el Índice de Miseria hacia niveles inferiores... aunque todavía inconfortablemente elevados.

¿Qué nos deparará 2023 tras un muy complicado 2022?

Concluyó un año 2022 en el que la guerra en Ucrania y sus implicaciones sobre los mercados de materias primas energéticas y alimenticias (junto a otros factores, como las consecuencias económicas de la política de “COVID-cero” del Gobierno chino) complicaron sustancialmente el escenario macroeconómico previsto, tanto en Occidente como en el resto del mundo. De hecho, mientras la pandemia (China al margen) se diluyó como factor determinante en la evolución económica, el lector que recupere esta misma sección en la edición equivalente de Diario del Puerto Plus de enero de 2022 observará que el escenario principal aquí delineado derivó hacia el adverso por el resto de los factores de riesgos a la baja que apuntábamos, penalizando el crecimiento y, sobre todo, acelerando la inflación. Eso sí, las inyecciones de dinero público y el ahorro acumulado durante los meses centrales de la pandemia, como también sugeríamos entonces, ejercieron de factores compensadores. ¿Qué podemos esperar para 2023?

El escenario central para las principales variables económicas puede delinearse de la siguiente manera:

1. Crecimiento económico: las economías desarrolladas bordearán en su mayoría la recesión, aunque, salvo excepciones, su magnitud será limitada y su extensión breve. El endurecimiento monetario, la moderación de los subsidios fiscales y los costes de la inflación penalizarán la demanda de consumidores y empresas y, con ello, la producción de éstas. Pero la resistencia del mercado laboral, la permanencia de cierto exceso de ahorro acumulado durante la pandemia y la moderación de los costes energéticos deben ejercer de contrapuntos en la balanza. Atención especial a un amplio número de economías en desarrollo incapaces de atender la carga de sus voluminosas deudas.

2. Inflación: las tasas de crecimiento de los precios han comenzado una reducción que se acentuará, por los efectos de comparación con 2022, a partir de marzo de 2023. Pero este es el año en que se hablará mucho menos de la inflación general que de la subyacente (la que excluye el precio de la energía y los alimentos no elaborados). Esta última va a permanecer en niveles abiertamente incompatibles con cualquier noción de estabilidad de precios y hará imposible revertir la restricción monetaria en marcha. Una menor fortaleza del dólar, el escaso dinamismo económico y los altos tipos de interés ya mantenidos durante un período prolongado deben permitir una evolución de la inflación más favorable.

3. Mercado laboral: la evolución del desempleo en los últimos dos años ha sido muy favorable. En un entorno próximo a la recesión, el paro aumentará en la totalidad de economías desarrolladas, pero de forma contenida, lo que conducirá, simultáneamente, a apreciables subidas salariales.

4. Políticas macroeconómicas: la política fiscal, con niveles de deuda pública desmedidos, debiera abandonar la mayor parte de los estímulos a corto plazo. Desde luego, debe continuar la inversión de los fondos creados tras la pandemia para la transformación estructural, pero la clave del año estará en la política monetaria: el severo (y tardío) endurecimiento monetario de la segunda mitad de 2022 ya se ha moderado. No obstante, tanto las subidas de tipos de interés como la venta de activos continuarán, aunque seguimos estimando que las primeras serán menores de lo que el contundente lenguaje de las autoridades monetarias parece sugerir. La intensidad de esas subidas depende de cuatro elementos: inflación subyacente (malas perspectivas), magnitud y sentido de los subsidios fiscales (dudosas perspectivas), intensidad de las subidas salariales y de otras rentas (irregulares perspectivas, según los países) y anclaje de las expectativas de inflación (favorables perspectivas).

Los riesgos al alza sobre el escenario central

La confluencia de buenas noticias en los cuatro elementos con los que cerrábamos la reflexión sobre la política monetaria (recuerden, inflación subyacente, expectativas de inflación, subsidios fiscales y subidas de rentas, sobre todo de los salarios) permitiría un pronto final del ciclo de subida de tipos, sin duda un plus para el crecimiento. En ausencia de nuevos shocks adversos y con un resistente mercado laboral, cabría esperar una liberación de los significativos volúmenes de ahorro excedentario aún existentes en ciertas economías (sobre todo en el centro y el norte de Europa), lo que impulsaría la demanda nacional en las mismas y, vía comercio, la de otros países sin ese margen.

Los riesgos a la baja sobre el escenario central

El enquistamiento de los factores que presionan al alza sobre la inflación futura exigiría una mayor intensidad del ya previsto endurecimiento monetario, con un impacto negativo sobre el crecimiento. Atención al problema del abastecimiento energético en Europa hacia finales de 2023, cuando la situación podría ser mucho más complicada que la finalmente manejable que se está viviendo en estos momentos.

Y, claro está, China. Nuestro escenario central asume que el caos y los centenares de miles de muertos (todo lo cual nunca será reconocido por el Gobierno chino) provocados por el kafkiano y drástico abandono en pleno invierno de la política de “COVID-cero” (que entendemos se debe mucho más precisamente a motivos económicos que a las protestas ciudadanas o a un análisis epidemiológico racional) van a dificultar el funcionamiento de la economía china durante el primer trimestre del año. Pero, a partir de ahí, la progresiva normalización de la situación, con el final de las interrupciones de la actividad, va a implicar un fuerte impulso desde China al crecimiento global, por el aumento de la demanda interna y por los efectos sobre el comercio. Si esa recuperación se retrasa en el tiempo, la economía mundial se resentiría adicionalmente en un año en el que el escenario central es de, como mucho, un tibio crecimiento global.

La evolución de la situación de Ucrania como factor crítico

Por supuesto, no hemos olvidado el último de los shocks estructurales que ha complicado la situación económica global, la intervención rusa en Ucrania y sus amplias y complejas implicaciones. El escenario central delineado en esta columna cuenta con una prolongación del conflicto durante meses (quizás todo el año 2023), pero sin una extensión del mismo... y sin que surjan problemas significativos en otras áreas geográficas.

Una pronta (e improbable) resolución de la guerra sería la mejor noticia posible; el agravamiento de la misma o situaciones de conflicto serio en escenarios como Taiwán u Oriente Medio conducirían a la economía mundial a una seria recesión.