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San José decapitado

(Misterio en el Ministerio)

  • Última actualización
    29 diciembre 2023 08:35

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Por Miguel Juan Jiménez Rollán (*)

I

A San José lo decapitaron no antes de las 00:30 y no más tarde de las 03:43. A las 00:30 ya no quedaba nadie en el Ministerio; la última en salir, como siempre, había sido la ministra. A las 03:43 fue cuando en plena ronda, Conrado Cobo, guarda de seguridad con placa número 2412, se había acercado al belén para apagar las luces, tal y como estaba indicado en el protocolo actualizado el lunes 15 de diciembre, momento en el que descubrió que el niño Dios se había quedado huérfano.

Al principio parecía más bien una espantada, un “cariño, me voy a por tabaco”, un salir por piernas ante la presión y el no poder soportar ni más miradas ni más prejuicios. Así se lo figuró con humor el guarda. La huella de la peana se hundía pesada y amarillenta entre el verdor del musgo que la circundaba. María permanecía impertérrita con los ojos puestos en el pesebre y Conrado Cobo se aproximó por ver si el pobre carpintero se había vencido hacia atrás. Fue en ese momento cuando en el afán por escrudiñar en el interior del portal, con todo el cuerpo volcado sobre el misterio, su pie derecho se introdujo con cierta brusquedad por bajo de la faldilla de raso que cubría el catafalco. Topó entonces la punta de su mocasín negro con un objeto de sonoridad pétrea que rodó estrepitoso sobre el marmóreo enlosado y emergió por el otro lado de la faldilla como cuando al guarda se le caían del pantalón las monedas del café, cada mañana al desnudarse para meterse en la cama.

Todavía giraba sobre sí mismo el objeto cuando Conrado Cobo llegó a su altura, primero intrigado y luego con cierta mueca de espanto, pues sus dedos índice y pulgar terminaron por sujetar la cabeza pulcramente guillotinada del eterno padre putativo.

II

“¿Y el cuerpo”?, fue lo primero que preguntó a la mañana siguiente Ginés Portales. “¿Dónde está el cuerpo?”, inquirió con dramatismo el bedel ante la playa de adjuntos que antecedía al despacho de la subsecretaria.

“El cuerpo ha desaparecido”, sentenciaron todos a coro y sin levantar el rostro de las pantallas.

Hundido, Ginés Portales salió al pasillo, justo cuando el ambiente comenzaba a ser irrespirable, justo cuando la atmósfera se retorcía densa y ponzoñosa, justo cuando el primer café de la jornada había tenido que ser servido a la desesperada en todas y cada una de las máquinas sin poder esperar a la sacrosanta hora del desayuno, tal fue el atómico estallido en cuanto en Servicios Generales leyeron el parte del guarda. A esa hora ya murmuraban hasta las goteras de las paredes, ya acusaban hasta los marcos de los cuadros, ya despellejaban hasta los pomos de las puertas, ya calumniaban hasta los chirridos falaces de las ventanas.

Se ahogaba Ginés Portales camino de su silla de escay porque en cada mesa, en cada despacho, en cada ascensor, en cada sala escuchaba sin oír y oía sin escuchar las carcajadas con las que todos en el Ministerio hablaban ya en ese momento del santo cercenado, siempre con el mismo corolario: “No quiero ni pensar lo que debe estar pensando ahora mismo Portales...” y volvían a estallar las carcajadas.

III

Portales. En su DNI Ginés Portales Domínguez (San Juan de Aznalfarache, 1962), pero en el Ministerio simplemente Portales y en ocasiones “el de los Portales”, tal era su esencial y genuina aportación a la Administración española. Soltero. 61 años, 39 de los cuales en el mismo Ministerio.

Todo había comenzado en los tiempos en que Velasco Verdaguer era ministro y se podía ser tradicional y sindicalista. Alguien de Comisiones propuso que como en cada planta y en cada departamento los trabajadores se afanaban en la decoración con motivo de las fiestas navideñas, era buena idea convocar un concurso anual de belenes, sin más galardón que un diploma simbólico y, eso sí, el indescriptible honor del reconocimiento público en aquella tediosa y diluida grisura funcionarial.

Se convocó el concurso durante 14 años seguidos. Se volcaron con pasión muy diversos estamentos ministeriales durante 14 años seguidos. Y aunque en muy distintas ubicaciones y perteneciendo a departamentos diversos, ganó el concurso el mismo funcionario durante 14 años seguidos. Sí, Portales, el ganador fue siempre Ginés Portales, cada año más sublimado, cada año más sofisticado, cada año más elaborado, cada año más envidiado, pero cada año Portales en estado puro.

Hubo tensión soterrada pero palpable la primera Navidad en la que cambió el signo político y nombraron ministro a Castillo del Puerto. No le hizo falta emitir directriz alguna. Los sindicatos, ya de otra pasta, aprovecharon para callar por siempre y no hubo ni más concurso, ni más diplomas, ni más belenes pues, sin el aliciente de mojar la oreja a los de las otras plantas y, sobre todo, de hacerle morder de una vez el polvo a Portales, lo de los nacimientos perdió su encanto y desaparecieron de los despachos.

Eso sí, por aquello de hacer la transición hacia la aconfesionalidad de una manera ordenada y evitar posibles filtraciones desagradables a la opinión pública, alguien tuvo la feliz idea en la Subsecretaría de mantener un nacimiento en el vestíbulo central y ubicarlo bajo la protección de la escultura del santo patrón, siempre vacunado contra ministros e ideologías. De igual forma, para desactivar internamente la posible reacción furibunda de los activistas navideños, fue designado responsable de dicho belén, cómo no, Ginés Portales.

“Felicidades”, le llegaron incluso a decir un par de compañeros en aquel diciembre de hace 23 años, lo que bastó a Portales para confirmar que aquel no sólo era un nombramiento más que merecido, sino además necesario y envidiado, como se demostraría mucho tiempo después cuando amaneció San José decapitado.

IV

Sobre todo porque el de este año no era un San José cualquiera, tras angustiosos meses de incertidumbre política y las duras presiones a las que se veía sometido el insigne hacedor de belenes.

Todo el mundo sabía en el Ministerio que Ginés Portales, desde su puesto de bedel en la cuarta planta, desde su bigote encanecido y su camisa blanca recién planchada, desde su periódico leído a partir de la última página y sus bandejas de sobres y documentos diligentemente vaciadas vivía por y para el belén, pero sobre todo vivía para hacer pervivir el belén.

Por eso hasta ahora había navegado con sagacidad entre los vientos favorables y los vientos en contra, entre gabinetes de izquierdas y gabinetes de derechas, siempre hábil en el manejo de las figuras, los ropajes y los adornos para evitar suspicacias y despertar halagos según fuera lo que tocara.

Trabajaba cada detalle con meses de antelación, con variables como el color político del ministro, su comunidad autónoma de origen o sus gustos confesados. Para empezar, tenía una versión de figuras más altas y ornamentadas para los gabinetes de derechas y otra más reducida y recatada para los de izquierdas y ya luego, según fuera, cómo fuera y quién fuera el ministro o la ministra colocaba o no el castillo con su Herodes, ponía más pastores o más pastoras o bien plantaba un boyero baturro, un pescador con sombrero cordobés o un recatado caganer. Hubo un año que alguien dijo que la entonces ministra Catalina María Ruiz de Alegría, aquella que más tarde sería todopoderosa vicepresidenta, era vegana y Portales se abstuvo de colocar una de sus figuras más renombradas: la vieja friendo huevos. Luego, ese año, en la copa de Navidad, vieron a la excelentísima hartándose de montaditos de solomillo con queso brie y Ginés terminó por ser el hazmerreír.

Lo mismo que esa mañana, sólo que esta vez había un afán superior: descubrir al dueño de la guillotina.

V

Y es que transcurridas un par de horas, tal y como estalla la peste, tal y como ruge la marabunta, se pasó de la risa al drama y el espíritu de Conan Doyle, de Agatha Cristhie, de Allan Poe, de Vázquez Montalban, de G.K.Chesterton, de Raymond Chandler, de George Simenon, de cada uno de ellos y de todos juntos infestó el Ministerio de impostados e impostores Poirots, señoritas Marple, Holmes, Carvalhos, padres Brown, Maigrets y Marlowes en una cacería donde sólo había una verdad: el punto de partida, es decir, la cabeza del santo, entregada a media mañana a Portales envuelta en un clínex mentolado por la asistente personal de la subsecretaria: “Lo siento”, masculló la joven sin saber muy bien qué decir.

Sostuvo Ginés Portales el paquete en la palma de su mano y de nuevo salió al pasillo con la pose de quien a la puerta de una iglesia recibe indignado una mísera limosna. Y así avanzó, lento y con sumo pesar mientras las decenas de puertas se iban abriendo a su paso y desde los despachos se abalanzaban los funcionarios entre ánimos y misericordias para confesarle sus teorías, todas ellas irrefutables.

“Ha sido Marcelino Errejón. Te la tiene jurada desde que le ganaste el concurso en el 92”.

“Ha sido Concha Gabarda. Te la tiene jurada desde que en el despacho rumorearon que el caganer de 2005 era clavadito a su marido”.

“Ha sido Piluca Petrell. Te la tiene jurada desde que intentó cambiar el belén de sitio para poder limpiar mejor la base del santo patrón y tu ese año lo plantaste un metro más largo y medio metro más alto”.

“Ha sido Genaro Iglesias. Te la tiene jurada desde que en 2012 hizo chanzas en la cafetería sobre la tremenda fealdad del niño Dios y su sospechoso parecido con el nuevo ministro y tú, que escuchabas a sus espaldas, gritaste para que lo oyeran todos los presentes que el único parecido era el de él con el trasero del camello del rey Gaspar”.

“Ha sido Noelia, la de la Planta Tercera. Te la tiene jurada pues no hay año que no se queje de que monopolizas el belén y de que lo montas sin contar con nadie, mientras exige su derecho a participar y decidir”.

“Ha sido Antón Humanes. Te la tiene jurada por ser él más rojo que La Pasionaria y tú más beato que el secretario personal del Papa”.

“Ha sido el secretario de Estado, Arturo del Río. Te la tiene jurada porque te niegas año tras año a poner no sé qué figura antiquísima perteneciente a un belén propiedad de Patrimonio Nacional que nadie sabe por qué está en sus manos y a la que le tiene especial devoción. ¿No era acaso un San José?”

“Ha sido Lali Morales, sí hombre, la peluquera de la ministra. Te la tiene jurada porque no dejas que le ponga a la virgen pelo natural”.

“Ha sido Conrado Cobo. Te la tiene jurada porque, porque... chico, porque todos te la tienen jurada y es el único que a esa hora estaba en el Ministerio”.

“Ha sido Eduardo, ha sido Guillermo, ha sido Asumpta, ha sido Mateo, ha sido Nicolás, ha sido Ágata, ha sido Almudena...”

“...has sido tú, por Dios, has sido tú, Portales”, es lo último que escucha nítido el bedel, ya casi a la altura de su mesa. “No hay más sospechoso que tú, que quieres ir de víctima para con el rollo de la intolerancia y la solidaridad garantizarte otros veinte años más de belén. ¿Sabes que ya han revisado las cámaras de seguridad y justo la que enfoca al portal está tapada por un espumillón que tú mismo colocaste anteayer? Qué casualidad, ¿verdad Portales? Imagina que hubiera sucedido algo mucho más grave y no podemos enterarnos por culpa de tus perifollos navideños...”

“Pero si el adorno era rojo”, acierta a responder el bedel, desnortado, compungido.

“Pero qué memeces dices, Portales”, le responde su interlocutor con desdén.

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VI

Pero no. El color de ese adorno que tapaba la cámara no es ninguna memez. Es una de las claves para entender lo que ha pasado en las últimas horas, en los últimos días, en las últimas semanas, en estos últimos meses en los que Ginés Portales fue víctima de su método, de las encuestas y de la pura y dura aritmética electoral.

La noche en la que se anunció el adelanto, Portales no pudo dormir. La fecha fijada por el presidente era el domingo 14 de diciembre, un día antes de la tradicional colocación del belén ministerial: ¡un día antes!

¿Cómo acertar con las figuras, con los ropajes, con los personajes si se antojaba imposible predecir el vencedor en las elecciones? ¿Cómo contentar al clima que se respiraría al día siguiente tras lo que se presumía una noche de recuento muy larga?

Azules, verdes, naranjas, morados, rojos, amarillos, blancos, marrones, negros, plateados, dorados, todos los colores hervían en la cabeza de Portales y frente a la vieja Singer de su madre, en la que cosía año tras año turbantes, paños y mantos. Tres veces había ido al comercio de la Plaza de Pontejos, tres bolsas distintas había comprado de hilos, amontonados sobre la mesa auxiliar ante un Ginés que no terminaba de tener claro por dónde empezar.

Le rescató de su parálisis el orgullo y el coraje, encendido tras un comentario de Genaro Iglesias lanzado en un pasillo de la quinta planta y sin anestesia: “Portales, este año, tal y como vamos, veo que vas a tener que poner a San José desnudo”.

“Antes que eso, me jubilo”, se dijo, y decidió fiarlo todo a las encuestas. Sobre todo porque, conforme se acercaba la campaña, la coalición de Gobierno parecía enfilar el precipicio ante una oposición que ya nadie dudaba que a la postre iba a conseguir mayoría absoluta.

“¿Por qué no pones este año ropajes de muchos colores y así no te complicas tanto?”, le propuso bienintencionada su compañera más próxima, Elisa Pradales, en lo que fue, para el bedel, su último momento de duda.

“¿Y que parezca un arcoíris?”, replicó Portales ya convencido del todo y con el fastidio de tener que aguantar que “de algo tan trascendental pueda opinar cualquiera”.

Herido en su amor propio, tomó una decisión firme: desempolvó las figuras de mayor porte y, una vez que introdujo la primera bobina azul en la canilla de la Singer, ya no hubo freno. Había que apostar y Portales había decidido jugárselo todo al cambio. Que fuera lo que Dios y los votantes quisieran.

La noche del 14 al 15 de diciembre, mientras media España se comía las uñas frente al Telediario, Ginés Portales se afanaba concienzudo a los pies del santo patrón entre mulas, ovejas, gallinas, cerdos y una veintena de pastores festoneados en prusias y dorados, en contraste con los cobaltos y celestes de los humildes arrendatarios del pesebre. Sobre ellos, Portales se había permitido una única alegría: el ángel con el que ganó su primer concurso, en los tiempos de Velasco Verdaguer, brillaba en lo alto revestido con una banda turquesa en un guiño al espíritu de aquella época.

Eran las 22:55 cuando con el 98,5% de los votos escrutados se computó en el sistema informático la última urna del Colegio los Doce Linajes, sito en Soria capital. De golpe bailó un escaño. De golpe, la ajustada mayoría absoluta saltó por los aires. De golpe y por la mínima, la coalición en el Gobierno iba a poder seguir siendo coalición e iba a seguir en el Gobierno. Soria dictaba sentencia.

La ministra, que con su séquito había optado por vivir la previsible derrota en el Ministerio, tuvo que salir rauda con dirección a la sede el partido. No podía faltar en la foto de carcajadas estentóreas y aplausos desaforados al redivivo líder del partido.

Bajó la escalinata central dando saltitos rodeada de corifeos y se apareció tras el belén justo cuando Ginés, ajeno a todo, terminaba de aposentar los pies de San José.

“Nos vamos a celebrarlo”, le gritó con retintín Eduardo, director de Comunicación de la ministra, al frente de toda la corte.

Ginés Portales se quedó aliviado al no haberse detenido la ministra a observar su obra, hasta que la puerta principal se cerró de golpe y con los altos cargos perdiéndose en las sombras de la noche se repitió las palabras de Eduardo: “Nos-va-mos-a-ce-le-brar-lo”... y despertó en mitad de su peor pesadilla.

Lo encontró Conrado Cobo, recostado en el pedestal del santo patrón, con los ojos en blanco e hiperventilando. “Qué hago, qué hago...”, mascullaba fuera de sí. “¡Portales! ¡Portales!”, le gritaba el guarda a la par que le agarraba por los hombros y le zarandeaba.

“Dime que no es cierto, Conrado, dime que no es cierto” comenzó a inquirir Portales en plena recuperación del sentido. “¿El qué, por Dios, el qué?”, le respondía el guarda, hasta que comprendió lo que estaba pasando y acertó a darle la esperada explicación: “Lo siento, Ginés, lo siento, pero no va a haber cambio de color. Tenemos ministra para rato”.

Enmudecido y con los ojos acuosos quedó Portales de pie frente al belén. Fue posando la mirada, figura por figura, mientras le declaraba una a una la rendición. Ahora bien, en el último instante, refugiado en el pesebre, creyó tener un arranque de lucidez. Echó a correr, subió hasta su mesa y al instante regresó con una inmensa estrella tachonada de adornos bermellones y granates y conservada de un viejo árbol que antaño se colocaba en una de las entradas laterales. Arrancó Portales el lucero de perfiles índigos colocado apenas hacía una hora y plantó en lo alto del portal la estrella roja con una de sus puntas clavada entre las ramas que hacían de tejado. Con la misma resolución, sacó del bolsillo varios espumillones también colorados y ayudado por una escalera de mano los situó en las cuatro esquinas cenitales del hall. Para sostener uno de ellos se apoyó en la famosa cámara de seguridad, detalle en el que no reparó en ese instante un anodadado Conrado Cobo.

Nervioso, Portales aseguró una última vez la desproporcionada estrella y desesperado se convenció de que con ese detalle lograría el perdón de la ministra. Aún así, esa noche no durmió.

Al día siguiente el bedel creyó haber sofocado el incendio. Nadie hizo comentario alguno en el Ministerio sobre el belén, con toda la plantilla volcada en las conversaciones sobre el resultado electoral. Parecía que todo iba a quedar en una anécdota, hasta que esa noche alguien sacó la guadaña para dejar como huella la cabeza de San José.

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VII

Del descubrimiento y la posterior agitación ministerial no hace falta dar más detalles. Lo único a destacar es que Portales ya muy avanzada la mañana, tomó la cabeza envuelta en el clínex mentolado y, hundido, pidió permiso para salir antes. Le fue concedido. Todos podían imaginar su estado de nervios.

Quiso huir el bedel por la puerta principal para echar un último vistazo al belén y, tal y como hiciera la noche electoral, recorrió con la mirada figura por figura, manto por manto, azul por azul, mientras se preguntaba dónde estaría el cuerpo y le martilleaba el mismo pensamiento: “Tenía que haber sido suficiente, la estrella roja

tenía que haber sido suficiente, la estrella, tan grande, tan roja, debía ser suficiente, o no, o servir para resaltar aún más la marea azul, con una estrella discordante, una estrella estrambótica, una estrella maldita, una estrella roja, una estrella ...”,

se repetía Ginés Portales, hasta que, con desesperación, reparó en que no sólo faltaba San José en el portal. Nadie hasta ese momento, ni siquiera Conrado Cobo, se había percatado de que también había desaparecido la estrella.

VIII

El martes 16 de diciembre Ginés Portales tuvo una reunión en la tercera planta, no antes de las 7:56 y no más tarde de las 08: 53. A las 07:56 había fichado el bedel en la máquina instalada en la puerta lateral de la calle Raimundo Fernández Villaverde, ante su firme intención de no volver a poner los ojos en el belén hasta que el 7 de enero hubiera que desmontarlo todo. A las 08:53 se vio a Portales con su viejo Samsung haciéndose autofotos junto al belén en ridículo escorzo.

Entremedias, hubo una llamada telefónica de Noelia, la bedel asignada de forma preferente a las puertas del despacho de la ministra. “Ven, por favor”, fueron sus únicas palabras.

Encogido y tembloroso inició Ginés Portales el descenso hasta la tercera planta por la gran escalinata. La puerta del ala ministerial se abrió sola y recorrió el bedel el largo pasillo paso a paso hasta el fondo, asaeteado por las miradas acusatorias de los 53 exministros que posaban a ambos lados en la ilustre galería de cuadros. “Estás acabado, querido”, llegó a escuchar con nitidez Ginés Portales justo a la altura del retrato de Indalecio Prieto.

“Pasa, por favor”, le dijo Noelia nada más verle, con una bandeja en la mano izquierda y sobre ella una lata de Cola toda ella escarchada. “Es para ella”, aclaró rauda la bedel.

Era la antesala del despacho un cubículo oscuro forrado de telas verdes. Al fondo, brillaba la empuñadura dorada de un sable, en el borde recortado de un retrato de Alfonso XIII.

Todas las cortinas permanecían descorridas para dejar pasar la luz de un Madrid plomizo de lluvia intermitente. Avanzaron juntos.

—Este es Ginés Portales, ministra -dijo Noelia no sin antes recomponerse las mangas de su camisa blanca abullonada.

—Pues un placer, Ginés, un placer. Siéntese por favor y, lo primero de todo, quiero que acepte mis disculpas.

—Usted no tiene la culpa de lo que han votado los españoles -respondió impulsivo Portales, mientras buscaba el mejor ángulo para que los libros que estaban sobre la mesa no le taparan el rostro de la nimia ministra, a quien le costó entender el sentido de las palabras del bedel.

—Ay, no, por favor, Ginés, no me refería a eso. Quítese esa concepción de una vez de la cabeza. Mis disculpas son por todo lo que ha pasado estos días con el belén.

—Pues de eso estamos hablando, ¿no? -apostilló Portales cada vez más descolocado.

—Sí, por supuesto, pero pensé que nada más entrar en el despacho se había fijado en lo que está sobre mi mesa.

Estiró el brazo izquierdo la ministra y con el dedo índice señaló al rincón más alejado del escritorio. Allí, desafiante, se erguía...

—...San José -farfulló Portales desconcertado.

—San José...decapitado -añadió azorada la ministra.

—¿Cómo es posible, Dios mío, cómo es posible?

—Insisto, querido Portales, insisto: mil perdones, de verdad.

—Pero, ¿perdón por qué? -preguntó el bedel, que no fue capaz de verlas venir.

—Porque yo le corté la cabeza a San José: fui yo -reveló su excelentísima.

—¿Cómo?

—Pues, para qué le voy a engañar. Yo le corté la cabeza, pero la culpa es suya por plantar sobre el portal semejante estrella. Horrenda, Portales, la estrella era horrenda. Mira que llego yo de la fiesta en la sede del partido, eufórica y me encuentro con el belén recién plantado, precioso, tan elegante, las figuras tan esbeltas, todo tan brillante... Qué bonito, por favor, qué bonito, pensé. Y de pronto me veo este adefesio en lo más alto -enfatizó la ministra alargando su mano y extrayendo la famosa estrella de entre un fajo de periódicos-. Hacía tanto daño a la vista que me puse de puntillas e intenté quitarla con tan mala suerte que medio me caí sobre el belén y el San José terminó por el suelo y la cabeza, qué vergüenza, de la cabeza no pude dar cuenta.

—La cabeza está aquí, ministra -dijo Portales mientras depositaba sobre la mesa el clínex mentolado.

—¡Qué bien! ¿Estamos a tiempo de usar algún tipo de pegamento y volver a colocarla?

—Supongo...

—¿Y de colocar otra estrella acorde con la belleza del resto del nacimiento? Porque esa no era la estrella que usted había pensado en un principio, ¿verdad?

—En absoluto -se sinceró Portales-. Y sí, puedo colocar la otra estrella -prosiguió emocionado.

—Pues todo arreglado entonces... aunque déjeme que le diga una cosa muy importante. Como quiera que estoy al tanto de sus habituales guiños partidistas y es ahora cuando descubro el maravilloso belén que nos estábamos perdiendo año tras año por culpa de que somos de determinado, digamos, color, le voy a pedir un favor: dedíquese como se dedica a cultivar en el Ministerio una tradición tan bonita y, por favor, deje que sean los políticos los que administremos las ideologías. Para complicar las cosas, nos bastamos y nos sobramos solos.

—Claro que sí ministra -afirmó Portales.

—Fantástico. ¿Tiene pegamento?

—Muchísimo.

—Pues quiero ver a San José en su lugar cuanto antes. Y, por favor, tire ahora mismo la estrella roja a la basura. ¿Estamos?

—Estamos.

Portales, consagrado como eterno belenista del Ministerio, salió del despacho henchido como un pavo.

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IX

Fue Eduardo, el director de Comunicación quien vio a Ginés Portales haciéndose fotos a las 08:53. A San José apenas se le distinguía ya la cicatriz. En cuanto a la estrella de azules infinitos, era francamente hermosa.

“Esta ministra está en todo -pensó Eduardo-. Se va a apuntar un gran tanto cuando esta tarde entre por la puerta del ministerio su homólogo italiano, vaticanista y belenista declarado. Está claro que todo guiño es poco para seguir negociando los fondos europeos...”

FIN

(*) Miguel Juan Jiménez Rollán es director de Diario del Puerto y acaba de publicar su nueva novela “El cese” (Kolima Books, 2023), que este año sirve de inspiración para su tradicional relato de Navidad.

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