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Un oportuno alivio... si no eres productor

  • Última actualización
    06 junio 2025 05:20

El turbulento período generado por el infame “día de la liberación” de la Administración Trump, con sus implicaciones negativas tanto para el comercio como para la inversión internacionales y, con ellos, para el crecimiento económico global, contempla un elemento de (modesto pero significativo) alivio en forma de la evolución reciente del precio del petróleo.

En efecto, como muestra el gráfico que acompaña estas líneas, el precio del barril (de sus tres tipos principales – WTI, Brent y Dubai), que superaba los 80 dólares hace un año, se ha reducido en una cuarta parte desde entonces, con dos tercios de ese descenso concentrado en los meses transcurridos de 2025. La misma debilidad del crecimiento económico mundial, con perspectivas poco favorables, supone el factor de demanda clave en esa trayectoria. Más importante ha sido el cambio radical de estrategia por parte de la OPEP (más Rusia, en el cartel ampliado conocido como OPEP+), revirtiendo, a través de una serie de incrementos sucesivos de su producción, más de la tercera parte de los recortes de hasta 6 millones de barriles diarios acordados después de los precios inusualmente bajos forzados por la parálisis de la economía mundial debida a la pandemia asociada a la COVID-19. Como es habitual, aunque esas reducciones de producción han sido muy efectivas en mantener los precios relativamente elevados, se han enfrentado al comportamiento de “free-rider” de algunos socios (en esta ocasión, la acusación se dirige sobre todo a Kazajstán) y al aumento de producción de fuentes alternativas (con el fracking estadounidense a la cabeza), cómodamente rentables a esos precios de más de 80 dólares por barril.

La nueva estrategia permitirá vender más sobre todo a los saudíes, pero con precios que van a comprometer gravemente la capacidad de financiar sus presupuestos (dramáticamente dependientes de los precios del crudo) para países como Irán, Venezuela e incluso la propia Arabia Saudí, entre otros. Y, claro, convierte en un “brindis al sol” el famoso “drill, baby, drill” de Donald Trump. Como ya hemos escrito aquí con anterioridad, la producción en Estados Unidos implica costes de producción que hacen inviable el empeño del presidente de incrementar la producción de petróleo del país a los precios actuales. No se puede tener todo: o una gasolina más barata que contribuya a reducir la tasa de inflación, o una nueva era de expansión de la producción en el país, solo factible con altos precios del crudo, que exigen sacrificios en la cuota de mercado de otros productores, que ya no parecen estar dispuestos a hacerlos.

¿Cuánto importa que EE.UU. haya perdido la máxima calificación crediticia?

Moody´s, la agencia de calificación crediticia, ha decidido privar a Estados Unidos de su condición de emisor de máxima garantía (o. técnicamente, más alejado de la posibilidad de impago), que son identificados como AAA. Con ello, se suma a un proceso iniciado hace ya casi década y media por Standard and Poor´s y continuado a finales de la pasada década por Fitch Ratings (las otras dos principales agencias de calificación internacionales). En realidad, el estado de las finanzas públicas de Estados Unidos se ha degradado de tal manera en lo que llevamos de siglo que cualquier otro país hubiera perdido esa calificación (y no solo por un grado) hace tiempo.

El último empujón en ese camino de deterioro es la pintorescamente denominada “One Big Beau¬ti¬ful Bill Act”, la ley fiscal, pendiente de aprobación definitiva por parte del poder legislativo al escribir estas líneas, que el presidente Trump ha impulsado. Se trata, básicamente, de una colosal rebaja impositiva, no financiada ni remotamente (con datos, no con ilusiones imaginarias, en la mano) ni por los recortes del gasto que incluye la ley, ni por sus efectos sobre el crecimiento económico, ni por la recaudación procedente de la guerra arancelaria contra el resto del mundo. La no partidista Oficina Presupuestaria del Congreso estima que la ley añadirá otros tres billones de dólares a la ya disparada deuda pública del país en la próxima década. Al parecer, se supone que por simplificar, algunos partidarios de la legislación la han denominado BBB. Como el lector avezado en la materia percibirá, BBB es el grado más bajo (en realidad, lo es BBB-, el mínimo alcanzado por la deuda española en los peores momentos de la crisis de la deuda soberana en la Eurozona) para que un país siga estando por encima de la condición de inversión especulativa.

Y, sin embargo, incluso considerando que el pago de intereses de la deuda (880 millardos de dólares en 2024) excede incluso el gasto en defensa, y que los títulos del Tesoro a 10 y 30 años están rondando peligrosamente unos ya respetables 4,5-5% de interés, respectivamente, nadie da mucho peso a la probabilidad de un default (impago) de Estados Unidos. Primero, porque hasta en esto Donald Trump se muestra reticente a romper la baraja, como sí está haciendo en muchos otros ámbitos. Segundo, porque cada vez que ha tenido que discutir el incremento del techo de la deuda (un proceso kafkiano como pocos, que se repite cada pocos años desde la Gran Recesión), la Cámara de Representantes lo ha aprobado, tras intenso postureo, eso sí. Tercero, fundamental y explicando los dos primeros factores, un impago de la deuda de Estados Unidos, activo seguro por excelencia y de respaldo de incontables billones de dólares en contratos en los mercados financieros, provocaría una crisis global de tal magnitud que convertiría la Gran Recesión en una broma.

Pero, para los catastrofistas, nunca desesperen mientras Donald Trump ocupe el poder. Aunque inicialmente ha pasado desapercibida, una cláusula de la sección 899 de la “One Big Beau¬ti¬ful Bill Act”, permitirá establecer un impuesto (hasta del 20%) para los inversores internacionales que procedan de países que el gobierno estadounidense considera que establecen políticas impositivas perniciosas (¿tener IVA, por ejemplo?). Ese impuesto aplicaría a la inversión directa, a la de cartera en empresas y, quizás, a la inversión en títulos del Tesoro, reduciendo seriamente, claro está, el incentivo a tales inversiones. En un momento en que Estados Unidos precisa, más que nunca, de la financiación internacional de sus déficit presupuestarios, y en que el propio Donald Trump exige a las empresas foráneas que inviertan en la economía estadounidense, esta cláusula no solo resulta incoherente, sino un notable ejercicio de idiocia0.

¿Y si al final sí tenemos que analizar aquí las consecuencias del impago de la deuda estadounidense? Mejor no pensarlo.

El sector exportador chino resiste, ¿hasta cuándo?

Ni siquiera la acometida proteccionista de Donald Trump ha sido capaz de contener el crecimiento de las exportaciones chinas, al alza un 8% en términos interanuales en abril. Eso no quiere decir que los nuevos aranceles no hayan tenido efecto específicamente en las exportaciones a Estados Unidos, más de un quinto inferiores a las de marzo (en realidad, toda empresa que pudo adelantó sus envíos al mercado estadounidense en meses previos, para eludir ese incremento del coste de sus productos). Pero China ha sido capaz de incrementar sus exportaciones al Este de Asia en un porcentaje similar al que han disminuido hacia Estados Unidos, parte de las cuales, sin duda, serán reexportadas, con aranceles adicionales de solo el 10%, precisamente al mercado norteamericano. Mientras, también Europa absorbe parte de las exportaciones desviadas (crecimiento interanual de casi el 10%). Sumemos a este éxito de relocalización exterior de su producción que las importaciones chinas llevan tres meses consecutivos disminuyendo y entenderemos que el récord de superávit comercial chino de un billón de dólares en 2024 lleva camino de ser ampliamente superado en 2025. O China estimula el consumo interno, o las medidas proteccionistas sobre sus empresas se van a agolpar, en Estados Unidos, en el resto del mundo desarrollado y en los países emergentes. La exuberancia del sector exportador chino va a tener muy poco vuelo adicional.

Las empresas estadounidenses “se comen” los aranceles, ¿hasta cuándo?

El Índice de Precios a la Producción (IPP) de Estados Unidos se redujo un 0,5% en abril, movimiento a la baja sin precedentes desde el inicio de la pandemia. Dado que los aranceles del Gobierno Trump (al menos la tasa básica general del 10%, además de los niveles muy superiores sobre los productos chinos) han repercutido ya en las importaciones (incluyendo las de inputs) en el pasado mes, este descenso de los precios que productores de bienes y servicios cargan por sus productos señala una absorción de costes a cuenta de los beneficios de las empresas (en línea con el “que se coman los aranceles” en el siempre sutil lenguaje de Trump) en lugar de su traslado a los consumidores. No obstante, es el IPP de servicios, mucho menos afectado por los aranceles, el que se redujo siete décimas en abril. Por lo demás, cuando hasta Walmart anuncia (con el consiguiente enfado presidencial) que no será capaz de seguir asumiendo en su cuenta de resultados el aumento de los costes por la escalada arancelaria, se puede anticipar que esa será la tendencia general en los próximos meses: una evolución alcista apreciable del IPP, que terminará trasladándose al IPC. Los consumidores estadounidenses empezarán a sufrir los aranceles de su Gobierno en los próximos meses.

Los tipos de interés seguirán bajando en Europa, ¿hasta cuándo?

Con la inflación subyacente retornando a los niveles deseados (o incluso a tasas menores, como en el caso de Suiza), el precio del crudo a la baja y los efectos de la guerra comercial más nítidos sobre el crecimiento económico (a la baja) que sobre los precios (no está claro si el efecto final será inflacionista o deflacionista), los Bancos Centrales europeos continúan su serie de recortes en los tipos de interés iniciados a mediados del pasado año. Si en abril fueron las últimas (de momento) bajadas del BCE o el BC de Dinamarca, en mayo continuaron con las mismas el Banco de Inglaterra o los de los países del este de Europa no integrados en el euro. En este caso, seguiremos viendo descensos, pausados, en la segunda mitad del año, pero con dos cauciones. La primera, coyuntural, la posibilidad de que realmente los aranceles sean inflacionistas no solo en Estados Unidos, sino también, por ejemplo, en Europa. La segunda, estructural: los Bancos Centrales (más allá del caso de Suiza, forzado por la incontenible apreciación del franco) se van a mostrar reticentes a volver a tipos próximos a cero en ausencia de una verdadera emergencia, porque carecerían de margen alguno ante una crisis grave y porque ya nadie debe dudar que fijar tipos nulos durante demasiado tiempo tienen serios costes tanto sobre la economía real como sobre la financiera.