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El gran espejismo

El shock de oferta provocado por la COVID-19 en febrero del pasado año, como consecuencia del parón en China, puso encima de la mesa un concepto que, si bien no era nuevo, se convirtió en una constante en foros especializados en las cadenas de valor y de suministro globales, aunque, como suele suceder en numerosas ocasiones, su aplicación real y práctica ha quedado en un espejismo.

  • Última actualización
    12 julio 2021 12:17

Febrero de 2020: China detiene su economía y paraliza la producción de toda su industria. Las imágenes de fábricas occidentales esperando unos componentes que no llegan dan la vuelta al mundo y se convierten en un aviso de lo que está por venir. Un mes después, es Occidente el que deja en paréntesis su economía, confina a la población y provoca un shock de demanda que dejará tiritando, aún más, a la economía mundial en general y al sector logístico en particular.

En los casi infinitos webinarios que surgen en aquella época no deja de hablarse de relocalización de la industria, de volver a atraer a esas fábricas que en los años 90 del pasado siglo abandonaron los países más desarrollados para caer en manos del gigante asiático, que con unos costes laborales por los suelos y una capacidad de producción mucho mayor que la occidental, se convierte en la gran alternativa para las grandes empresas.

El término “relocalización” se pone de moda. El hecho de quedar desabastecidos durante casi la primera mitad de 2020 pone a la economía occidental contra las cuerdas, y va a provocar que la demanda de todo un año quede concentrada entre junio y diciembre, provocando unas consecuencias de sobra conocidas por el sector logístico. Y tras el paso de esos primeros meses, y al recuperar las cadenas logísticas y de valor de siempre su funcionamiento, esa relocalización, tan necesaria y urgente en los primeros momentos de la pandemia, pasa a un segundo plano, utilizada de vez en cuando por algún que otro representante de alguna administración pública.

Lo cierto es que, salvo excepciones muy contadas y según para qué tipo de sectores productivos, la relocalización ha quedado como un brindis al sol. El costoso replanteamiento de las cadenas logísticas y de suministro globales, con el epicentro en China; el tiempo que se necesitaría para implementar las alternativas (los expertos hablan de décadas); y la casi nula competencia que tiene el gigante asiático a la hora de producir, hacen que hablar de relocalización quede bien en círculos teóricos y políticos, pero poco más.

Tras el golpe inicial de la COVID en la economía mundial, y con la paulatina recuperación de las cadenas logísticas globales tradicionales, esa relocalización, tan necesaria y urgente en los primeros momentos de la pandemia, ha pasado a un segundo plano