No hay vida sin alma y, en cambio, no sirve de nada asomarnos al cuerpo humano para constatar si por la ausencia de la una se dio el fin de la otra. Frente al espíritu, estamos ciegos. Lo único palpable, lo único visible, lo único demostrable es abrirse la venas y ver correr los litros de savia y oxígeno por las arterias. Ningún logístico sería capaz de discutir que los barcos tienen alma pero, en cambio, si se trata de ver nos enfrentamos al mismo fracaso ante igual reto. Y al mismo éxito, porque podemos recorrer sus arterias, caminar por los desnudos canales de las entrañas de un portacontenedores como el de la imagen y, en esa monocroma penumbra de cables, conductos y llaves, escuchar el latido inmenso del alma que se despereza, que bulle, que flota, que viaja, que vive, que navega.