MADRID. En la actualidad, la automoción mundial está creciendo progresivamente. La producción de vehículos ligeros se sitúa en torno a los 85 millones de unidades, destacando la región Asia-Pacífico. Por su parte, aunque a menor ritmo, también continúa aumentando la fabricación de coches eléctricos e híbridos. De hecho, según apunta Karen Kinsella, manager europea de automoción y movilidad de Expeditors: “Los fabricantes están invirtiendo alrededor de 500.000 millones de euros en vehículos eléctricos y mejoras tecnológicas para los próximos cinco años”, ya que actualmente representan más del 30% de las ventas en mercados como Noruega o Alemania.
Esta transformación de la industria automotriz responde, principalmente, a siete factores: electrificación, conducción autónoma, avances en inteligencia artificial, sensores y software, sostenibilidad (destacando las prácticas de economía circular), cambios en las preferencias de los consumidores (transición de la propiedad al acceso y a los modelos de uso compartido), nuevos actores y competencia (los gigantes tecnológicos y las empresas emergentes están desafiando a los fabricantes tradicionales con innovaciones audaces y un desarrollo ágil) y unas cadenas de suministro resilientes y localizadas.
Todos estos aspectos conducen al constante crecimiento de la industria de la automoción a nivel internacional. Prueba de ello es el mercado español, donde el sector automovilístico ya supone un 10% del Producto Interior Bruto (PIB).
España es el segundo productor de automóviles de Europa, solo por detrás de Alemania, y el octavo del mundo, llegando a fabricar casi dos millones y medio de vehículos en 2023. Asimismo, las exportaciones nacionales, incluyendo vehículos y componentes, representan un 18% y han generado un superávit comercial de 16.000 millones de euros, lo que “pone de relieve la competitividad española a nivel mundial”, según la mánager.
La automoción española, considerada “una potencia en transición” por Kinsella, encara el futuro invirtiendo activamente en electrificación y diversificación. Sin embargo, al igual que sucede a nivel internacional, el sector se enfrenta a numerosos retos que requieren un delicado equilibrio entre innovación, inversión y agilidad operativa en toda la cadena de valor del sector.
Algunos de ellos son la transición hacia la electrificación (limitaciones en el suministro de baterías y desigualdad en las infraestructuras de recarga), el estricto cumplimiento normativo, que obliga a los proveedores de primer nivel a alinear sus carteras de productos con los requisitos cambiantes de los fabricantes de equipos originales (OEM) mientras gestionan su propia transformación, o las expectativas de los consumidores, quienes apuestan por vehículos más sostenibles, softwares avanzados y capacidades de actualización inalámbrica.
Estos retos se han agravado con los últimos acontecimientos geopolíticos. Las tarifas del 25% impuestas por Estados Unidos a vehículos importados, piezas de automóvil y materias primas (acero y aluminio) han aumentado los costes de producción. De hecho, tal y como apunta la mánager de automoción y movilidad; “dado que ningún vehículo se produce íntegramente con componentes nacionales, todos los fabricantes, incluyendo los estadounidenses, han visto reducidos sus márgenes”.
Esto ha supuesto un desequilibrio competitivo, ya que las marcas extranjeras dependientes de las importaciones se enfrentan a retos más difíciles que los fabricantes nacionales, quienes obtienen ventajas temporales. Como consecuencia, las cadenas de suministro son cada vez más volátiles, lo que deriva en incertidumbre, aumento de costes y nuevas estrategias de reubicación de la producción.