Vivimos ya inmersos en la era de la mentira. El disponer de ojos que todo lo ven, de oídos que todo lo escuchan, de manos y brazos que digitalmente a todos los rincones del mundo alcanzan y de altavoces sociales que todo lo expanden y multiplican no sólo no está logrando que impere la verdad, sino que está multiplicando las herramientas para sublimar ese viejo y sucio arte llamado difamar.
Es más, la infamia es cada vez más atractiva porque es cada vez más poderosa, cada vez se pueden conseguir más cosas y más trascendentes para la humanidad a base de manipular. Incluso empieza a ser muy cuestionable ese viejo refrán de que “las mentiras tienen las patas muy cortas”, pues ya no se trata de mayor o menor longitud, sino de que con la que tienen ahora mismo es suficiente como para hacer todo el inmenso daño que persiguen, y luego qué más da ya si aflora la verdad.
Lo peor es que en esta sociedad de redes, ya ni tan siquiera es preciso construir estructuras difamatorias especialmente complejas. Las estupideces viajan a la velocidad de la luz y se insertan en el imaginario colectivo con tanta facilidad como persistencia, mientras todo se justifica bajo el sacrosanto principio del “cuando el río suena...”, el cual es cobarde, cínico y, obviamente, falso.
Y perdonen que me ponga estupendo, pero si en las guerras del ayer funcionó a destajo la propaganda, no quiero ni contarles el papel de la mentira y de todo lo fake en las batallas del hoy y del mañana.
En este contexto, donde incluso está sublimado el “tirar la piedra y el esconder la mano” (disculpen el enésimo refrán) y donde hay tanto esfuerzo en amplificar la mentira como en ocultar el emisor o la fuente de su información, cualquier ámbito o sector, incluido el logístico, tiene la opción de ir siempre a remolque y limitarse a intentar parar los golpes o diseñar estrategias activas y proactivas que en este nuevo contexto permitan que las verdades, como mínimo, también circulen por la plaza pública.
El sector logístico no puede seguir por más tiempo a verlas venir. Las guerras contra la mentira no se ganan lanzando una verdad al fango. Las guerras se ganan cuando se arroja un puñado de barro que resbala ante la conciencia general creada a base de verdad.
No sirven de nada los gabinetes de crisis ni las reacciones apresuradas. Para que la verdad germine y la mentira no anide hay que sembrar, y aquí estuvimos muchos años disfrutando de paraísos oscuros sin preocuparnos (o sin necesidad) de transparentar y, lo más importante, sin divulgar.
Esto no se trata de grandes principios o discursos, se trata de hacer pedagogía de la logística, de insertarla en la cultura de la sociedad, un trabajo en el que unos creen y del que otros pasan, sin lograrse el efecto del “todos a una” en lo que es una tarea de hormiga, costosa, sacrificada y no siempre bien valorada ni con resultados inmediatos, pero fundamental, porque no podemos afrontar este asunto con las urgencias de la cigarra.
No olvidemos que el sector es clave para el funcionamiento de la sociedad pero que interfiere en el día a día de esa sociedad. Por eso hay que ser humildes para no perder la perspectiva del recelo social pero, a su vez, hay que ser responsables para diseñar estrategias permanentes para la verdad. No sirve de nada la indignación a la defensiva, sino la seguridad de difundir de forma proactiva. La difamación es incontrolable, no así la divulgación y la pedagogía. Hay que tomar las riendas.