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29 de octubre de 1993, 23 de noviembre de 2023

  • Última actualización
    27 noviembre 2023 05:20

Aquella planta baja, donde empezó Diario del Puerto, estaba llena de miles de trapos. Se ve que el anterior inquilino se dedicaba a la compraventa de trozos de tela. Era, qué queréis que os diga, un local ciertamente trapero. Pero hicimos de la necesidad virtud, eso que en estos tiempos está tan de moda. Mi santa madre se encargó, conmigo, de la primera limpieza del local aquel. Los trapos vinieron de maravilla. Las mesas estaban construidas a base de restos de estanterías metálicas, con un tablón de madera encima. Las primeras máquinas fueron de segunda o tercera mano. Una Heildelberg GTO y una guillotina de marca blanca que, a base de años, estaba ya más negra que el carbón. Recuerdo que era una herramienta realmente díscola. Inolvidable la guillotina aquella. Cada dos por tres se encasquillaba y se negaba a funcionar. Era entonces cuando llegaba mi hermano Valerio, uno de esos seres con inmensa sabiduría y habilidad natural, y, tras observar la infernal guillotina, y analizar con detenimiento y sabiduría todas las piezas y engranajes, empuñaba una pesadísima maza y, golpeando con determinación y contundencia, la hacía funcionar de nuevo. Hasta que se volvía a parar. Podemos decir que los comienzos de Diario del Puerto en aquel octubre de 1993 fueron, además de duros y especialmente difíciles, traperos y familiares.

En aquella época teníamos menos papeles que la pata de una liebre. No creo que hubiera en la instalación de aquella planta baja algo que hubiera pasado hoy los controles burocráticos para conseguir permisos. Estuvimos poco tiempo allí. Pero no sé ni cómo estuvimos tanto. La vecina del primer piso bajaba a quejarse del ruido que generaba la máquina de imprimir. En cierta ocasión me hizo subir a su casa, entrar en su dormitorio y, cuando yo ya me estaba emocionando, preguntarme si no oía la máquina. Yo no oigo nada, le dije. Creo que fue la única mentira que se ha concretado en nombre de Diario del Puerto.

El evento fue la culminación del camino iniciado en aquella planta baja. Una meta cuya mayor virtud es que es una meta volante

Teníamos, los que empezamos aquello y que hoy siguen en esto, Luis Mateo, Magda Tatay, Fernando Vitoria... y yo mismo... más ilusión que medios. Más talento que dinero. Más ganas que apoyos. Y empezasteis a llegar vosotros, los amigos logísticos que fuisteis sumándoos a esta aventura de periodismo contrastado, de honestidad innegociable. Lo que hoy llamamos Socios Suscriptores, sois parte fundamental de todo lo que hemos avanzado desde aquellos días de ilusión y esperanza hasta la gala conmemorativa de nuestro 30 aniversario celebrada el pasado jueves, llena, también, de ilusión y esperanza. El evento fue la culminación del camino iniciado en aquella planta baja. Una meta cuya mayor virtud es que es una meta volante. Una estación más en un largo viaje para el que seguimos llenos de energía, gracias a todos nuestros lectores y anunciantes en general y en particular a todos los que nos acompañasteis el pasado jueves. Estamos listos para seguir caminando hacia más y mejor, en todos los frentes.

El jueves, viendo el auditorio totalmente lleno, viendo tantas caras conocidas procedentes de toda la geografía logística, nos recargamos las pilas todo el equipo de Diario del Puerto, del que tengo muy claro que formáis parte todos vosotros. Puede que vengan nuevas crisis y nuevos problemas y tengamos que volver a sacar la maza para enderezar el futuro, pero seguiremos adelante mientras mantengamos la fidelidad recíproca entre todos vosotros y todo el magnífico equipo de Diario del Puerto.

Sé que, si pudiéramos volver a 1993, muchos cogeríais uno de aquellos trapos para ayudarnos a empezar. Gracias. Seguimos.