De los mil y un chismes que este suricata se llevó el martes de la toma de posesión de Óscar Puente me van a permitir que me quede con el de la reforma de la planta noble del Ministerio, en mi opinión, aberrante. En cuanto al salón de actos, pintar la caoba de blanco tal vez aporte más luz, pero se roza el clima hospitalario al hacerse desaparecer todos los cuadros que colocara Álvarez-Cascos de la mano de su flirt con la entonces directora de la Galería Marlborough, añejo morbo que nunca opacó la pertinencia de unos motivos modernos, coloristas y fiel reflejo de los cuatro modos de transporte esenciales y de la España mallada. En su lugar, sólo han puesto un cuadro con una montonera de manchas, supongo que reflejo de su idea de España. Uno de los antiguos cuadros, por cierto, lo han reubicado en la contigua “Sala de Presidentes”, igual de aséptica y ambulatoria y que han decidido que conserve el nombre, un sinsentido porque (aquí también) han quitado los cuadros que lo motivaban. En todo caso, el culmen de lo absurdo se alcanza en el hall de la planta 3ª, sembrado de paneles que invaden el espacio para soportar enormes cuadros y esculturas abstractas aportados por Enaire, que esconden ascensores, ventanas y, sobre todo, las placas conmemorativas, entre ellas la del considerado fundador del Ministerio, Juan Bravo Murillo. El único elemento “reciclado” es la luminaria de faro, antes posada sobre una mesa y que ahora descansa sobre un brazo a modo de dique en mitad de todo. Es la única y lejana referencia simbólica al transporte. Todo lo demás, lo han borrado.