Hace ahora cinco años, en la primera entrevista que hicimos al entonces nuevo presidente de la APV, Aurelio Martínez, ya nos habló de una posibilidad concreta de apoyar la desestacionalización del tráfico de cruceros a través del “cabotaje” crucerístico, concebido como rutas de pocos días entre ciudades españolas e incluso de una misma comunidad autónoma.
El objetivo ya no sólo era prolongar la temporada de cruceros, sino tratar de acercar todo lo posible a los ciudadanos al entorno portuario, al mundo del turismo de cruceros (tan aparentemente inaccesible para determinados segmentos poblacionales) y ya de paso, promocionar los destinos locales como una alternativa válida para los amantes en exclusividad de los grandes viajes internacionales.
Tal y como explicaba mi compañera Loli Dolz en su última columna, ha tenido que llegar una pandemia para que el sector cruceros, prácticamente paralizado, orientara su foco hacia el mercado local. Lo que son las cosas, ¿verdad? Si alguien despreció la de Aurelio Martínez, ahora tiene una oportunidad magnífica de cambiar de opinión para reconocer que, efectivamente, siempre se puede hacer algo más.
Tengo la sensación de que cuando llegue la normalidad (la normal del todo), y estoy seguro de que ese día llegará sí o sí, dejaremos en el cajón del olvido este tipo de propuestas surgidas en época de necesidad, unos momentos en los que es necesario estrujar el cerebro para exprimir hasta la última de las buenas ideas en busca de la supervivencia.
Efectivamente, en un mundo tan mercantilizado, se imponen las economías de escala, la eficiencia máxima y el incremento del beneficio. Todos aquellos factores accesorios, o que no pasan el filtro pecuniario, quedan relegados en la carpeta de proyectos chulos pero inviables.
Tengo la sensación de que cuando llegue la normalidad (la normal del todo), y estoy seguro de que ese día llegará sí o sí, dejaremos en el cajón del olvido este tipo de propuestas surgidas en época de necesidad, unos momentos en los que es necesario estrujar el cerebro
Siempre he sostenido que una empresa municipal de transportes puede ser necesariamente deficitaria en sí misma y no por ello ha de ser cuestionada o cerrada. Me explico: si lo que realmente se quiere potenciar en una ciudad es el uso del transporte público es necesario contar con una estructura adecuada (buenos autobuses, frecuencias de paso muy cortas, infinidad de rutas, paradas bien dimensionadas…) y unas infraestructuras perfectamente armonizadas al servicio.
Si al ciudadano le quitamos excusas para no utilizar el servicio público y encuentra más beneficios que problemas a este tipo de desplazamiento, habremos conseguido iniciar el proceso de trasvase.
Será entonces, justo entonces, cuando el déficit generado por la empresa se convierta en un beneficio muchísimo mayor, tanto que sería difícil cuantificarlo (mejor ordenación del tráfico, reducción de emisiones…).
Que me pierdo. Si concluimos que el tráfico local de cruceros puede generar importantes beneficios a medio o largo plazo, quizás sea el momento se hacer una profunda reflexión en torno a este asunto e implicar a todos cuantos tengan algo que decir.
Hay que actuar rápido y tomar decisiones cuanto antes, porque de lo contrario, en cuanto queramos darnos cuenta, estaremos tratando de volver a dejarlo todo como estaba, convirtiendo los proyectos en oportunidades perdidas.
Todos queremos regresar a la “normalidad normal”, pero si esta puede ser mejor que la que había, todos saldremos ganando.