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Agua, fuego y acero

Forges, Antonio Fraguas. Tan ausente como añorado. En una de sus viñetas del volumen  nº 2 de su antología,  publicado en 1974, uno de sus “Marianos”, coronado con un sombrerillo tipo trilby, acude a un concesionario de coches. “¿Tienen Maseratis de pedales?”, pregunta. “Pues no, pero los vamos a recibir  de un momento a otro”, responde el vendedor parapetado tras el mostrador. “No me extraña”,  remata Mariano resignado.

  • Última actualización
    05 noviembre 2018 17:25

No son precisamente Maseratis de pedales los que cientos de compradores de varios países del Golfo Pérsico están esperando a que lleguen a los concesionarios del fabricante italiano. Y no, esta vez el vendedor no podrá ofrecerles  la misma versión que a Mariano. Porque no los van a recibir “de un momento  a otro”. El vendedor del concesionario de Maserati en Dubai, por poner el caso, respondería algo tal que así: “Se nos han incendiado unos cuantos cientos de Maseratis en el Puerto de Savona y tardaremos algunos meses en recibir los nuevos”. “No me extraña”, podría replicar igualmente, en este caso, el “Mariano” dubaití.

En menos de siete días, los que transcurren entre la mañana del martes 23 de octubre y la madrugada del lunes 29, el puerto italiano de Savona sufrió su “settimana orribile”.  Primero, con un incendio que destruyó por completo el nuevo edificio de la sede de la Autoridad Portuaria.  Aparentemente, casual. Afortunadamente, sin víctimas. 

Después, con el incendio de más de un millar de  automóviles nuevos, la mayoría de ellos de la marca de lujo Maserati, que estaban estacionados en una de las terminales portuarias a la espera de ser embarcados con destino a diferentes puertos, principalmente de Oriente Medio. Afortunadamente, también sin víctimas. Aparentemente, también casual. Aunque con explicación.

Efectivamente, en el segundo de los siniestros, sí ha quedado probado que fue la adversa meteorología la causante del mismo, cuando el fuerte temporal, acompañado de lluvias torrenciales, hicieron que el fuerte oleaje provocara el anegamiento de dos estacionamientos llenos de vehículos a la espera de ser embarcados. Y entonces, los principios de la química actuaron sin reparar en las consecuencias. Por mucho Maserati que hubiera. A saber, las baterías de los coches, que en el caso de los Maserati eran de litio y con una carga entre 30 y 40 veces superior a la de una batería convencional, entraron en contacto con el agua salada, lo que al parecer  provocó una reacción en cadena que hiciera que explotaran. Fuego.

Por si no fuera ya suficiente, los fuertes vientos que acompañaban la tormenta ayudaron a avivar las llamas y a que el fuego se expandiera por la terminal devorando a cientos de vehículos. 

Apenas dos días después, en la ventosa mañana del miércoles 31, el ferry  “Excellent” de GNV impactó por la parte de proa y estribor contra una de las grúas de la terminal de APM del Puerto de Barcelona, provocando su desplome y el posterior incendio. Afortunadamente, también sin víctimas. 

La desgracia y la fortuna son caras de una misma moneda que en los puertos   sigue en circulación por mucho que la tecnología, los planes de prevención y todas las ISOs habidas y por haber, traten de impedirlo. Basta una chispa, una tormenta o una racha de viento para mandarlo todo al traste. Es la vida en los puertos. Una lucha entre elementos. Un piedra, papel y tijera transformado a veces en agua, fuego y acero. Inevitable.