Ingresé el pasado sábado en la Real Academia Española, en concreto por el acceso principal de la calle Ruiz de Alarcón, habilitado con motivo de la exposición “Los Machado. Retrato de Familia”, comisariada por el exvicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra. En el mismo hall de entrada, pero solo perceptible a la salida de la exposición, a mano derecha, se ha instalado la “máquina de trovar”, artilugio concebido hace ochenta años por Antonio Machado a través de sus personajes Juan de Mairena y Jorge Meneses.
El concepto, para nuestros avezados ojos del siglo XXI, se antoja sencillo. Meneses y Mairena imaginaron una máquina capaz de captar los sonidos, las emociones, las palabras y las ideas que se manifestaran a su alrededor y que, por sí misma, compusiera con todo ello a continuación una serie de coplas o poemas. Al fin y al cabo, para los personajes de Machado, el temor era que en el futuro ya no hicieran falta los poetas y que estos fueran sustituidos por las máquinas, más en concreto por esa “máquina de trovar”.
Hoy este artilugio ya existe, no es más que la IA, de ahí la idea de los responsables de la exposición de, con un diseño retro, plasmar la máquina que concibió Machado e instalarla en la exposición: aprietas un botón rojo; pronuncias tres o cuatro palabras a través de un interfono; y en apenas unos segundos la máquina, mediante IA, te compone y te imprime un soneto totalmente nuevo con el estilo y el imaginario de Antonio Machado. Este fue el “soneto” que “creó” la IA para mí:
La soledad ante la vida/ un susurro en el viento / un eco en la noche, herida/ un pesado lamento. / Caminos de tierra y sombra / las hojas caen, desvanecen / recuerdos que el alma nombra / con el tiempo en que perecen. / Bajo cielos desolados, en el silencio de un día / la esperanza florece en caos. / Por entre brumas y en sombra / el alma busca su vía / en su andar nunca se nombra.
¿Qué les parece? Perfecta versificación, perfectas rimas, perfecta musicalidad, perfecto tono poético y... perfecta ensalada de palabras sin verdad y sin alma. Juzguen ustedes si tiene sentido.
Estamos por tanto, de momento, en lo que temía Machado de los nuevos poetas de su época, pero sobre todo en lo que más temía de su “máquina”: una poesía sin emoción, una poesía sin alma.