En el barrio de Olabeaga, pegado a la Ría, en el llamado Muelle de las Sirgueras (merecedoras de un artículo aparte), y próximo a las ruinas del antiguo depósito de aguas de Urgozo, propiedad de la Compañía de Remolcadores Ibaizabal, el Ayuntamiento de Bilbao ha tenido a bien colocar un panel informativo de la historia y las tradiciones del lugar. Es un domingo de diciembre por la mañana y llueve en Bilbao. Un domingo más.
Los muelles que contienen el empuje de la Ría a su paso por Bilbao, hace tiempo que dejaron de recibir cargueros. Y con Euskalduna se fue el último astillero bilbaíno. Ahora, Bilbao es una ciudad de postal, en la que si uno quiere puede echar la caña en las aguas limpias del Nervión (o del Ibaizabal, según se mire) y pescar una breca o incluso un lenguado, o tirarse con la tabla de paddle-surf para hacer una travesía contemplado la historia de Bizkaia a través de una mirada a sus orillas.
Por el Muelle de Olabeaga, a medio camino entre el “nuevo” Bilbao que dibujan Abandoibarra, el Guggenheim o el Palacio Euskalduna, los paseantes caminan con paso ligero, sosteniendo con fuerza el paraguas para resistir los embates del viento, mientras un rosario de atletas de fin de semana, trotan, entre empapados y sudorosos, sorteando a los paseantes y a las varillas de sus paraguas.
Al parecer, nadie tiene tiempo, ni curiosidad, ni ganas, de detenerse ante el panel informativo y deleitarse con el poema de Rafa Redondo o con algunos de los textos explicativos del panel:
“Bilbao es desde hace siglos una ciudad de gran actividad comercial. Por su ría y su puerto han circulado el hierro vizcaíno, la lana de Castilla, las manufacturas del norte de Europa, el carbón, el bacalao... La carga y descarga de buques mercantiles era realizada por las cargueras, mujeres de todas las edades que transportaban enormes cestas sobre sus cabezas. Cuando llegaba un barco al muelle de Olabeaga, las cargueras se ponían en fila con sus cestas esperando a que el capataz decidiera quién trabajaba ese día. También ligada a la actividad del transporte surge la figura de las sirgueras...”.
Caminando ría abajo (si es que en una ría se puede utilizar el término), llego hasta Zorroza, último barrio de Bilbao antes de llegar a Barakaldo. Allí, en un pequeño promontorio, hay otro panel informativo donde se describe con profusión de fotos, gráficos y textos, el pasado industrial y portuario de Zorroza y su muelle, sobre el que reposan oxidados una vieja tolva, varios ganchos y una grúa pico-pato azul y roja que aún espera el momento de su pactada restauración. Tres barcos tan achacosos como pertinaces, el “Manzanares”, el “Aldamiz Tres” y el “Aldamiz Nueve”, resisten amarrados al muelle hasta que una Orden Ministerial los retire hacia un destino más que incierto.
La Autoridad Portuaria de Bilbao se desprenderá este mes de diciembre de su último reducto en la capital, el Muelle de Zorroza. Los barcos, los muelles, los puertos, sus gentes.... son esas cosas, no tan materiales, de las que se dice “imprimen” carácter a una ciudad.
El carácter bilbaíno, si es que aún existe, le debe al puerto una buena parte de su esencia. Como en cualquier otra ciudad portuaria. No somos tan diferentes. Aunque ya “no invaden sus diques los cargueros bajo el ronco clamor de las sirenas, ni sortean los buques las arenas que ahora anegan tus astilleros”, Bilbao fuiste, eres y seguirás siendo puerto antes que villa. Con carácter propio.