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Cargueras

Hubo un tiempo, antes de los primeros remolcadores de vapor, en que gabarras y barcos ligeros remontaban desde Las Arenas, pasando por la vega de Lamiako, Axpe y Erandio hasta Bilbao a fuerza de tiro humano. La Ría de Bilbao contaba a finales del siglo XIX con 14 kilómetros hábiles de muelles y diques desde el Abra en su desembocadura hasta el Arenal bilbaíno. A lo largo de esta estrecha franja de tierra se agolpaban las actividades portuarias, entre las que se incluían la carga y descarga de buques, transbordo de las mercancías de éstos a las gabarras y, también, el arrastre de estas últimas hasta los puntos de descarga en las inmediaciones de los almacenes comerciales.

  • Última actualización
    09 marzo 2020 17:37

Es imposible no asociar la figura de las “cargueras” y de las “sirgueras” a estas actividades. Ambos colectivos femeninos constituían un triste ejemplo del penoso trabajo realizado por estas mujeres, más cercano al de bestias de carga. 

Como ha documentado Olga Macías Muñoz, de la Universidad del País Vasco,  en su estudio “Las mujeres y las actividades marítimas en el País Vasco: trabajo portuario y ámbito pesquero (1700-1950)”, tanto cargueras como sirgueras eran dos elementos básicos del engranaje portuario de Bilbao. Desde el punto de vista económico, realizaban labores que serían más costosas para las consignatarias que si hubieran sidon hechas por hombres o por animales de tiro. 

Además, su desamparo sindical agravaba aún más  sus duras condiciones de trabajo llegando a extremos hoy en día inimaginables y sin comparación posible con las actividades reglamentadas de sus compañeros varones a través de las sociedades de cargadores y trabajadores de los muelles de Bilbao.

Las cargueras constituían, según escribía el cronista Argos en un artículo publicado en El Noticiero Bilbaíno el 25 de abril de 1881 con el título de “Las Cargueras”,  una de las carreras especiales cuyos estudios se hacían únicamente en las plazas y calles de Bilbao. Argos recordaba que había visto “cómo luchaban a brazo partido y mano puerca, y se arrancaban el moño, se cascaban las liendres, y se acariciaban con otros desaguisados, dos o más de aquellas bravas amazonas”.

Acostumbradas a andar desde niñas por los muelles, casadas con trabajadores del puerto, hechas a trabajar sin descansar, sabían bien cuál era su obligación y la cumplían sin vacilar y sin formular la menor protesta. La escena habitual era ver a una media de setenta mujeres descargando un vapor, con un cesto sobre la cabeza llevando cuatro arrobas de carbón o de mineral. Con la cara sucia, pañuelo raído a la cabeza, sayas remangadas hasta media pierna, tipos desgarbados y aspectos famélicos, invocaban compasión.

Según el semanario socialista La Lucha de Clases, en su artículo “Por los muelles de Bilbao”, del 4 de julio de 1892,  estas mujeres ponían de manifiesto la gran corrupción moral que imperaba en la sociedad del momento: “Desdichadas mujeres, pobres seres femeninos, desventuradas obreras, son algunos de los epítetos que se les adjudican a las cargueras, que con sus cantes indecorosos y dicharachería libre, vestidas con inmundos harapos, degradadas hasta lo sumo, sin pudor, sin vergüenza, mujeres inmoralmente hombrunas, de formas extravagantes, de aspectos grotescos, que ríen y charlan y gesticulan y blasfeman, acometen la rudísima tarea que ha matado en ellas en flor todas la nobles afecciones inherentes al bello sexo”.

En 1892, una festividad como el Día de la Mujer, que celebramos ahora todos los 8 de marzo, sería algo inimaginable. Sin embargo, el 1 de Mayo ya se festejaba. Precisamente, el 1 de mayo, pero de 1905, el semanario “La Lucha de Clases” dedicaba un artículo a otro colectivo de mujeres portuarias en Bilbao: las “sirgueras”.  Aquí, en esta columna, la próxima semana.