En esta España de localismos y ombliguismos, hacer patria ha sido uno de los grandes frontispicios de todo cargo público que es aupado a la política nacional. Es el paradigma el Ministerio de Transportes, donde los sucesivos ministros han pasado a la historia o bien como héroes, por poner la pica en Flandes de tal o cual señera infraestructura en su terruño, o bien como traidores por no haber sisado nada de provecho para los suyos. En los tiempos en que había poco dinero, lo que decantaba la balanza era el corazoncito del ministro.
Ahora que corre el dinero europeo, cantan algo menos las preferencias, aunque los guiños sean inevitables. En el caso de nuestro querido Óscar Puente, ha llegado tarde para ponerle el AVE a Valladolid, pero no así para encargar una excelsa estación, presentada hace escasas fechas y cuyo forro tiene reminiscencias de ese Bernabéu al que con tanto gusto el ministro se deja invitar. Nada que reprochar, en todo caso, a un proyecto que es solo la guinda de la macro reestructuración ferroviaria en curso en toda la ciudad.
Si aplicáramos estas leyes no escritas de la política al ámbito portuario, probablemente en Cartagena en estos momentos tendrían gran parte del camino andado. El problema es que Álvaro Rodríguez Dapena es cartagenero pero no es político y, además, en su proverbial ecuanimidad sus referencias públicas al lugar donde le nacieron por no ser no son ni testimoniales.
Se agradece, porque la encrucijada del Puerto de Cartagena merece ser analizada con distancia y frialdad, en lo que es una oportunidad inmejorable para que entre todos acometamos un debate necesario, intenso y, sobre todo, transparente y público.
El debate no es si pueden, es si deben
Reivindica Cartagena su derecho a reforzar de forma contundente su apuesta por el contenedor desde los principios de su autonomía de gestión. Reivindica se apuesta por desarrollar nuevas terminales para esta actividad desde su potencia inversora y financiera. Reivindica su expansión a través de El Gorguel y Barlomar desde su derecho a crecer y a responder al empuje de su hinterland. Y reivindica su potencia tractora para la economía local desde el consenso entre el Gobierno Regional, el Ayuntamiento y el propio puerto, una alineación tan deseable como en ocasiones imposible, lo cual representa un valor incuestionable.
Dicho esto, de partida debe asumir Cartagena la losa, no menor, de lo que representa El Gorguel en el imaginario portuario de este país, pues hablamos del proyecto que mejor ejemplificó no ya sólo la voraz expansión portuaria en el contexto de la crisis de 2009, sino, sobre todo, el acierto de poner pie en pared en tales circunstancias.
Ahora bien, situados ya en otros tiempos y contextos y siendo de justicia observar los nuevos proyectos de Cartagena con la mente abierta y limpia, es necesario recordar que aunque Cartagena quiere y puede invertir en un nuevo Gorguel, el debate es si debe, y no desde la óptica como ciudad, ni siquiera como región, sino desde la óptica como país.
Y ahí no sólo debemos valorar si Cartagena requiere de infraestructuras para su hinterland inmediato, que es incuestionable, sino si tiene un hueco en el concierto del contenedor a nivel nacional (import-export) y, sobre todo, internacional (transbordo) en correlación con los proyectos que como país tenemos en curso y otros países desarrollan en igual contexto.
La nueva Terminal Norte de Valencia y la liberación de actividad en el Muelle Príncipe Felipe; la aún pendiente concesión de la Fase B de Isla Verde Exterior en Algeciras y su también ampliación sur; la ampliación sur de Barcelona y reorganización de todo el tráfico de contenedores; y Málaga como acordeón de picos y valles, son todas realidades o proyectos reales donde es necesario que decidamos si como país tiene cabida incorporar a El Gorguel. Y no hemos mencionado a Nador West Med. Casi nada.