El mundo entero está hablando sobre los aranceles, los déficits comerciales, las alianzas estratégicas, aliados y enemigos, y cómo se utilizan las transacciones comerciales internacionales como arma arrojadiza. Hay dos imágenes que nos acompañarán durante mucho tiempo. Una en la que Donald Trump esgrime las tablas de los aranceles, y otra, pocos días después, en la que aparecen Xi Jinping y Pedro Sánchez. ¿Pero qué significa esta batalla dialéctica, gestual y económica?
El comercio entre territorios existe desde el principio de los tiempos, y ha ido evolucionando, hasta que ha alcanzado en 2024 un volumen récord de 33 billones de euros. Cuando hablamos de comercio internacional hay que hablar de bienes, pero también de servicios cuyo peso ha ido pasando del 5% del PIB mundial en 1970 al actual 22%. Hay que recordar que los servicios incluyen capítulos tan cotidianos como la tecnología, las finanzas o el turismo. Y por qué no, también a las empresas logísticas que somos uno de los facilitadores del desarrollo de los intercambios de bienes entre países.
Frente a esta situación, lo prudente sería no utilizar datos aislados o sesgados para diseñar políticas comerciales, o únicamente considerar las balanzas de pagos como elementos para computar quién gana o quién pierde en las relaciones entre países. Además el comercio internacional es un motor de crecimiento en países poco desarrollados, generando empleos y reduciendo la pobreza. La denostada o ignorada Organización Mundial del Comercio tiene su razón de ser en facilitar y administrar los intercambios entre países y resolver los problemas comerciales entre sus miembros.
En este contexto lo prudente sería no utilizar datos aislados o sesgados para diseñar políticas comerciales
¿Cómo combinamos el desarrollo del comercio internacional y nuestras convicciones políticas? Esta pregunta que no tiene una fácil (ni una única) respuesta, está mucho más presente de lo que nos pueda parecer y os voy a dar tres escenarios donde cada uno seguro que tiene sus propias opiniones.
El primer escenario es el de comerciar con dictaduras o con países objeto de sanciones. Es una temeridad hacerlo ya que pondría en riesgo a las empresas y a sus gobiernos que se saltaran las sanciones, aunque en este escenario, para mí lo relevante es si es justo penalizar a los ciudadanos y a las empresas por las actitudes de sus dirigentes. Parece que de esta forma les aplicamos un doble castigo.
El segundo son los boicots comerciales. Es una respuesta primaria que se hace cuando un país se siente agraviado por el trato recibido por otro, o más en concreto por sus dirigentes. Si miramos la reacción que se ha suscitado en Canadá frente al discurso de la administración Trump, se constatan un descenso de los viajes de canadienses a su vecino del sur, tanto en desplazamientos en automóvil como por avión, y la campaña “Buy Canadian” está siendo exitosa, y ha conseguido destacar en campañas publicitarias y lineales los productos hechos en el país. Al margen de nuestras simpatías, que no se olvide que los que distribuyen y venden productos norteamericanos en Canadá son también canadienses.
Y el último escenario es el de aislamiento a los países, como por ejemplo Corea del Norte. Estando de acuerdo en que es un régimen totalitario y que sus dirigentes controlan también la economía local y su internacionalización, mis dudas son si el fomento de los intercambios y lazos entre nacionales y extranjeros, no pueda ayudar a que se abra más el país al exterior, primero comercialmente y después con una visión política menos cerrada. En una adaptación creativa de una frase célebre de Descartes, os diré que: “Comerciamos, luego existimos”.