Sí, lo sé... “Corrupción en Miami”. Aunque a mí me gustaba mucho más el título original de “Miami Vice” para esta icónica serie de los 80, con Sonny Crocket y Ricardo Tabbs como dupla estelar a las órdenes del teniente Castillo y la trepidante banda sonora de Jan Hammer, que ponía ritmo a la intro de cada capítulo con una rapidísima sucesión de imágenes, tan evocadoras como lejanas por aquel entonces: palmeras, playas y chicas en bikini, flamencos y carreras de galgos, lanchas rápidas y Roll-Royces... y un pelotari de cesta-punta del Jai -Alai golpeando el cuero con el dorsal 43, Víctor María Bereikua, de Elorrio, el pueblo vizcaíno de mi amama (abuela), y quien aportaba el toque “exótico” a aquel caleidoscopio de tópicos “made in Florida”.
Pero la voz en off en español que cerraba la intro, no anunciaba “Vicio en Miami”, sino “Corrupción en Miami”, y en realidad, tiene sentido, porque aunque la traducción literal fuera “Vicio en Miami”, la palabra “vicio” tiene más significados que el más habitual de “mala costumbre”. Por un lado, la RAE acepta como sinónimos palabras como, precisamente, “corrupción”, “degeneración”, o “inmoralidad”, y otra que me gusta mucho, como “sinvergonzonería”; mientras que “viciar” se define como “dañar” o “corromper física o moralmente”.
No sólo los delitos relacionados con la corrupción (prevaricación, cohecho...) son corrupción. El Código Penal tipifica ciertas conductas, pero no recoge la infinita casuística posible, por lo que puede decirse que numerosas actuaciones antiéticas que no constituyen delito pueden ser corruptas.
El caso que, como dice el latinajo, “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”, o lo que es lo mismo: “Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno”, por lo que siendo la corrupción y el vicio males propios de los humanos, ninguno de los ámbitos en los que nos desenvolvemos, está libre de padecer estos males. Tampoco el portuario.