Hubo un tiempo en la logística en el que todos fuimos sanchistas, incluso aquellos que más alardeaban de independencia y más estupendos se ponían, incluso en los tiempos de barricadas y negociaciones intempestivas o incluso cuando el sector se abría en carnes por cuestionarse sus propios principios de representatividad. En las duras y en las maduras, en el consenso y en el disenso, en el continuismo y en la revolución. Todos creíamos en Sánchez, en su palabra, en su coherencia, en sus principios y en su proximidad y eso no minoraba en absoluto la responsabilidad sectorial de exigir a la Administración en todo momento y en toda circunstancia lo que se creía mejor para el sector y con la intensidad que hiciera falta. Hubo importantes conflictos, hubo importantes acuerdos, hubo periodos dulces y fases muy tensas, pero sobre todo había admiración y respeto, sanchismo en estado puro. Y no me refiero a Pedro, ya imaginarán, sino a Juan Miguel, a Juan Miguel Sánchez.
El que fuera director de Transporte por Carretera marcó una impronta de tal calado en su gestión que casi 15 años después de que abandonara el cargo seguimos analizando la proyección de ese departamento desde su espejo, hasta el punto de que cada relevo al frente de dicha Dirección General nos provoca cierta ansia de tener que sentir la misma orfandad, cuando lo que se viene y lo que se va ahora mismo nos da, por desgracia, más bien igual.
No es este sector el ogro que muchos imaginan. Cuesta muy poco llegar a amarlo, pues en verdad solo hay que conocerlo
Es cierto que en la última década el sector del transporte por carretera se ha sentido representado, defendido y escuchado en niveles muy elevados por directores que siguieron aquella senda y aquel perfil, como sucedió claramente con Joaquín del Moral y más recientemente con Jaime Moreno, dos grandes ejemplos de los usos y costumbres que ha ido conformando el sector a lo largo de los años, en el trato y en la interlocución, con una idiosincrasia de raíces profundas por el largo recorrido que tiene el diálogo y, no es un cuestión menor, porque los portavoces sectoriales mantienen una trayectoria longeva que refuerza su carácter.
Por tanto, por unas cosas y por otras, la carretera tiene establecidas sus tradiciones, sus protocolos y sus reglas, a menudo extremadamente sencillas e incluso obvias, sólo hay que conocerlas, pero que si se cumplen te permiten que se abran todas las puertas o, a la inversa, que no se salga de la permanente ofensa.
Entre tantos asesores y funcionarios, siempre hemos defendido que en el ir y venir de equipos ministeriales alguien debería tener a bien dejar estos valores por escrito o saber explicárselos al que te sucede, antes de dar un portazo ofendido u ofendida por el cese.
Curiosamente, nadie ha sido cesado a lo largo de estos últimos 20 años por cuestiones directas relativas al transporte de mercancías por carretera, ni siquiera Juan Miguel, al que Concepción Gutiérrez cargó el sambenito de “poco ferroviario”. A unos se los llevó el color político, a otros las licencias VTC o los concursos de viajeros, a los de más allá el fuego amigo o la incomprensión del secretario de Estado e incluso hubo quien se ahogó en su techo de incompetencia.
En el fondo, no es este sector el ogro que muchos imaginan. Cuesta muy poco llegar a amarlo, pues en verdad solo hay que conocerlo. Tras el intrascendente paso por el cargo de Roser Obrer, esperemos que su sustituta, Elena Atance, capte esta esencia y, de verdad, escuche y, por supuesto, actúe.