Recientemente, charlando con profesionales del sector portuario sobre los retos que implica la integración puerto-ciudad, ponían encima de la mesa el caso de Hamburgo. Aunque históricamente en esta ciudad del norte de Alemania hubo una separación física con grandes vías que dividían el centro del puerto, el proyecto HafenCity transformó áreas portuarias en desuso en un vibrante barrio urbano. Este desarrollo ha creado nuevos espacios residenciales, culturales y de ocio junto al agua, como la icónica Filarmónica del Elba. Se han diseñado espacios públicos como paseos con anfiteatros que permiten a los ciudadanos interactuar y disfrutar de las vistas del puerto, fomentando una simbiosis única entre la vida urbana y la actividad portuaria.
Sin intención alguna de comparar las ciudades y sus puertos, Barcelona está realizando un gran esfuerzo para mejorar esta integración puerto-ciudad. En los últimos años se han recuperado para la ciudadanía varios espacios que dejaron de usarse para la actividad marítimo-portuaria. El último ejemplo, la apertura de 13.600 metros cuadrados del muelle Barcelona cuya inauguración se realizó el viernes pasado y que se suma a otras actuaciones destacadas que se han realizado en los últimos dos años como la reurbanización del muelle Drassanes, la construcción de la nueva Lonja de Pescadores, la urbanización de la Rambla del Rompeolas o la restauración de los antiguos Tinglados del muelle Oriental.
Seguro que todavía hay mucho camino por recorrer, pero es innegable que cada vez son más los ciudadanos de Barcelona que se acercan a la zona del Port Vell para llevar a cabo actividades deportivas, culturales o simplemente a pasear.
Más difícil es la integración del puerto comercial, con las limitaciones de movilidad que existen dentro del recinto por motivos de seguridad y las dificultades para observar cómo se desarrolla su actividad desde el exterior del recinto, pues solo se ve cuando circulas por la Ronda Litoral o si subes a Montjuïc.