Vaya por delante que no tengo nada en contra de trabajar intensa y sesudamente en tácticas y estrategias, que diría Benedetti. Yo mismo estoy en ello. En trazar una línea de acción de futuro para las empresas de Grupo Diario. Lo que ocurre es que hay varios factores que hacen especialmente complejo eso de mirar al futuro. O al menos hacerlo con determinadas opciones de que sirva para algo. Muchos de esos factores afectan a todas las empresas, organizaciones e instituciones. Otros solo a las más grandes. La principal cuestión que nos lleva a desmotivarnos a la hora de hacer planes, estratégicos o no, es la de la incertidumbre. La globalización es otro factor contra la certeza, ya que todo lo que ocurra en todo el mundo acaba afectando a todos. Antes, con controlar nuestro entorno, teníamos suficiente para hacer planes. Ahora todo nos afecta: Donald Trump, el cambio climático, las guerras y otras tragedias de la humanidad, han generado la posibilidad innegable de que en cualquier momento pueden hacernos tirar por la borda todo lo planificado. A esto hay que sumarle un nuevo condicionante general: las nuevas tecnologías y su frenética evolución.
Nada como la capacidad de decidir activada 24/7, cercana e inmediata
Entonces... ¿planificamos o no planificamos? Para dar respuesta hay que tener en cuenta la última variante, la que solo afecta a un determinado número de empresas: las muy grandes. Tom Peters, uno de mis gurús favoritos en esto de la teoría de la gestión empresarial, mantenía la idea de que a las empresas muy grandes les era más difícil sobrevivir a largo plazo. La clave está en la toma de decisiones. Los tiempos cambiantes, climatológicos también, sumados a los mandatarios que nos ha tocado sufrir, hacen que solo para empresas o instituciones muy grandes tenga sentido un plan a largo plazo. Para todas las demás, la única planificación sagrada es aquella que se pueda “desplanificar” con rapidez. Esa agilidad en la toma de decisiones es cada vez más y más valiosa en estos tiempos en los que se introducen a cada instante nuevas variables en la ecuación del futuro. Las empresas precisan la elasticidad y la agilidad de una bailarina. En las empresas y las instituciones muy grandes se corre el riesgo de pretender que la bailarina se mueva con la armadura que les impone su burocracia y jerarquización.
Cada día nos levantamos con una nueva amenaza de aranceles, con un conflicto bélico que empieza o acaba, con una inundación que inutiliza vías de comunicación, con el cese fulminante del mandatario con el que interactuábamos... Necesitaríamos elaborar un plan estratégico diario. Diseñarlo a cinco, diez o quince años vista significa que la institución o la empresa que lo haga carece de capacidad gestora, lastrada por las citadas jerarquización y burocracia. Para todos los demás... nada como la capacidad de decidir activada 24/7, cercana e inmediata.
Si la planificación se hace cada vez más compleja en las empresas, lo mismo podemos decir de los profesionales que les dan vida. La seguridad con la que pueden contar los trabajadores de una empresa es inversamente proporcional al tamaño de la misma. Parece que es más predecible y controlable nuestro futuro en una empresa pequeña que en una grande, donde, aunque a veces lo olvidemos, somos números, datos, apuntes en una hoja excel. Considerar que el mundo no puede seguir sin nuestra empresa es un error solo superado en gravedad cuando creemos que nuestra empresa no puede sobrevivir sin nosotros.
Se hace recomendable tener un ojo puesto en la planificación, pero siempre con el otro dedicado a no perder detalle de la nuevas cartas que nos reparten continuamente.