Después de 222 muertos y 4 desaparecidos, la DANA sigue arrojando barro sobre la capacidad de organización de unos y otros. Tenemos más que claro que no saben ni van a aprender. Y aunque lo hicieran, sería grotescamente tarde.
Hemos pasado de no avisar a la población cuando hay alerta roja y el agua está ya matando gente, a mantener cerradas ciudades y puertos cuando la alerta es naranja en la teoría, con un tiempo espléndido en la práctica. La última novedad es la aprobación por parte del Gobierno, vía reforma del estatuto de los trabajadores, de un nuevo “permiso climático”: hasta cuatro días libres, con el 100% del sueldo, en caso de catástrofe natural. Como suele ser habitual, falta la letra pequeña. Quién establece que hay motivos para aplicar ese permiso, quién determina si el trabajador está afectado y hasta qué punto, cómo se fija si son uno, dos, tres o cuatro días... Miles de páginas de letra pequeña no conseguirían sustituir a lo único necesario, el gran ausente, el que tiene las respuestas y las soluciones a todo: el sentido común.
Ni la paralización total de todo en cuanto se anuncie la posibilidad de lluvia fuerte, ni dejar a todos los trabajadores de España en casa durante un mes cada vez que caigan cuatro gotas, va a borrar la inmensa chapuza gestora que ha llevado a esos 222 muertos y 4 desaparecidos. Cuando vuelva a suceder una catástrofe, no será el cierre del puerto ni el permiso a los trabajadores lo que salve vidas. La clave seguirá estando en que los responsables sean responsables. Que el sentido común impere. Lo demás son puros brindis al sol.
Debe haber algún término medio entre la modorra que parecieron sufrir nuestras autoridades y la parálisis total; como la que sufren las cabras miotónicas
Corremos el riesgo, según vamos viendo, de que nuestros mandatarios pasen de la indiferencia ante los estímulos claros y concretos, como ocurrió el 29 de octubre, a la parálisis por contracción absoluta e inmediata al entrar en pánico, como hicieron en la DANA posterior, cuando la solución que se activo fue precisamente esa: paralizarlo todo.
Debe haber algún término medio entre la modorra que parecieron sufrir nuestras autoridades y la parálisis total; como la que sufren las cabras miotónicas, esas que, por una alteración congénita, sufren una contracción absoluta de los músculos al entrar en pánico, dejándolas totalmente quietas hasta que se recuperan del susto.
El mandar pararlo todo a la mínima es tan poco acertado como no parar nada en la máxima tragedia. El todo o la nada no es propio de buenos mandatarios. Se trata de sentido común, organización y gestión. Si no aplicamos esos conceptos básicos, puede que las consecuencias de la DANA del 29 de octubre sean mayores con el paso del tiempo y las consiguientes pérdidas económicas que acarreará el pisar el freno de todo a la mínima, sin más.
Nadie dijo que fuera fácil, eso del término medio. Pero no queda más remedio que seguir buscándolo. Habrá más catástrofes naturales. Estar atentos, sin hacer de galgo Lucas, es la única receta infalible. Así, las tragedias se evitarán o se minimizarán. Si para evitar riesgos y críticas paramos cuatro días en cuanto sospechemos la posibilidad de lluvia fuerte, la desgracia vendrá, seguro, llueva o no llueva. No hay economía que lo soporte.
Está claro que, ante la mínima sospecha de nuevos fenómenos meteorológicos extremos, hay que ser contundentes y rápidos como pistoleros en el oeste. Pero también habrá que serlo para informar al instante cuando se establezca que el peligro ha pasado. Lo dicho: cuestión de sentido común, más que de leyes, normas y reglamentos.
Otro día explico quién era el galgo Lucas.