Tras la grandilocuencia comunitaria de anunciar a bombo y platillo el punto y final a la Consortia Block Exemption Regulation (CBER) hay mucho de querer presumir ante el mundo al derribar ese muro contra el que media Europa logística venía batallando como raíz de todos los problemas surgidos en el servicio prestado en los últimos años por las compañías navieras.
Ahora bien, a este suricata de perenne ojiplatismo se le desbordan las corneas al constatar lo fácil que es derogar algo que de facto ya está derogado, es decir, lo sencillo que es cargarse la excepción para las alianzas marítimas cuando las dos navieras más grandes del mundo ya hace tiempo que anunciaron la fecha para cargarse su propia gran alianza marítima.
Pero es más, resulta que esta excepción a las reglas de la competencia se fijó en su momento dados las condicionantes estratégicos y de debilidad estructural que confluían en las compañías navieras, situación que cambió tras el terremoto pandémico y la multiplicación de los fletes, lo cual justifica la derogación de la CBER, si no fuera porque, mientras en la UE se lo pensaban, de nuevo las tornas han variado y ahora estamos poco a poco volviendo a los niveles de fletes y a la sobreoferta que en su día justificó la propia Consortia. Curioso.