Gracias a la serie documental producida por Netflix, “The Last Dance”, en mi casa nos sumergimos en la vida de este gigante -literal- del baloncesto que era capaz de lo más extraordinario. La carrera de Jordan, la trayectoria de los Chicago Bulls en los años 90, su retiro, su llegada al beisbol y, los hitos que más recordaba yo, el famoso Dream Team de Barcelona 92 y “Space Jam”, aparecieron en mi smart TV junto con la desvergüenza de quien confiesa que se las hacía pasar canutas a sus compañeros. No importaba como se sintieran, si su país estaba en guerra, si sus familiares morían... el objetivo de Jordan era el objetivo a alcanzar por todos y, ojo cuidao, como no estuvieras a la altura. Sinceramente, tras los 10 capítulos (viéndolos a trompicones, no les voy a engañar), me sentí decepcionada y, por resumir, me pareció un abusón que hizo del bullying su marca personal. Excelente deportista sí, nadie lo puede negar, pero una persona tóxica.
Estableciendo bien los parámetros de responsabilidad, los que viven del clickbait no se aprovecharán -demasiado-, así que no queda otra que saber cuáles son tus virtudes y (necesariamente) tus defectos
¿Y por qué les hablo de esto? Porque es la excusa perfecta para recuperar la figura de los abusones, de esos críticos tóxicos que no buscan compartir su opinión para fortalecer un proyecto y construir, sino que llegan para arrasar con todo sin mirar a quién dejan en el camino. De estos hay muchos que hablan a diario del sector del transporte y la logística y, especialmente, se ceban en los puertos y sus infraestructuras, quizás se aprovechan de la magnitud de los afectados, de sus obligaciones con la Administración y su lealtad institucional... Saben que no responderán con la misma artillería que la que ellos emplean. ¿Hablarían en términos similares si los puertos fueran empresas privadas? ¿Ofrecerían sus sentencias peregrinas (léase, inventadas al albor del deseo de “quiero poner este titular y punto”) como válidas si detrás no hubiera una institución pública que tiene muchas cosas que hacer antes que ponerse a discutir con un medio digital, un historiador retirado o un autodenominado experto? No lo creo.
Por ello, no queda otra que comunicar, ser transparente, didáctico e ir con la verdad por delante. Así nunca te podrán sacar los colores. Estableciendo bien los parámetros de responsabilidad, los que viven del clickbait no se aprovecharán -demasiado-, así que no queda otra que saber cuáles son tus virtudes y (necesariamente) tus defectos. Porque todos los tenemos. “Los puertos, como cualquier actividad humana, generan efectos positivos y negativos y es vital para la sociedad valorar ambos para adoptar las decisiones correctas”, nos decía el otro día Aurelio Martínez, presidente de la Autoridad Portuaria de Valencia, en un webinar, “quizás no nos quieran, pero si les mostramos la parte positiva, quizás la respeten”. Así que toca vender las bondades de los puertos, de la actividad logística y del transporte (de todos sus modos), porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?
Y si no estamos de acuerdo en cómo están las cosas, tendrá que abrirse el melón de hacia dónde queremos ir, pero esa tarea no es labor de las autoridades portuarias, sino de los ciudadanos. No estamos contentos con fundamentar nuestra seguridad económica en el capitalismo más voraz, pues hablemos de qué opciones tenemos, pero no juzguemos a los gestores portuarios por preparar sus infraestructuras para que cuando llegue el día, que llegará, la competitividad del puerto, de las empresas y de la región a la que sirven, se vea afectada. Lamentablemente los proyectos no se ejecutan en periodos breves de tiempo, así que, a la fuerza, tenemos que planificar y prever qué pasará. Y sí, a veces, hay que ajustar los planes, pero eso no significa que todos los planes del puerto estén errados, sean exagerados o no sean prudentes.