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El año más duro

  • Última actualización
    04 junio 2025 05:20

Trabajando y estudiando de noche logré por fin el título de “Alumno de Náutica”. Debía embarcar durante dos años para acceder al título de Oficial de la Marina Mercante. Esto no debería ser problema para mí, ya que al despachar los buques de Naviera Pinillos en Valencia me había relacionado con los cuatro capitanes cuyos buques escalaban en Valencia semanalmente. Todos me decían que querían embarcarme de prácticas en su buque.

Hice la oportuna solicitud a Naviera Pinillos, en Cádiz. Esperé durante semanas, meses y no me llamaban para embarcar. Los capitanes me decían que cuando pasaban por Cádiz me recomendaban, pero mi orden de embarque no llegaba nunca. Hasta que un día, el capitán del “Darro”, don Jesús Incháusti, me informó que, en la escala de Cádiz, había hablado nuevamente con el capitán Inspector sobre mi embarque. Me dijo: “Es necesario que vayas personalmente a Cádiz. Te espera”.

En aquellos tiempos, 1954, el viaje en tren fue muy largo y fatigoso: Valencia / Alcázar de San Juan / Sevilla / Cádiz. En cuanto llegué fui recibido por el capitán Inspector. Me informó que los cuatro capitanes de sus cuatro buques que escalaban en Cádiz habiendo pasado antes por Valencia le habían hablado de mí y los cuatro querían embarcarme, pero me enseñó una enorme carpeta llena de solicitudes de embarque. Había una que tenía un adhesivo muy visible: era la mía, pero encima había muchas con recomendaciones municipales, políticas, militares y hasta de la Casa Civil del jefe del Estado. Mi solicitud subía y bajaba del grueso montón, pero nunca llegaba a ser la primera. A pesar del deseo mostrado por sus cuatro capitanes, no creía que yo pudiera embarcar para hacer las prácticas en Naviera Pinillos. Debía buscar otro Armador español para hacerlas...

Sentí una enorme frustración y un gran disgusto. Nunca lo hubiera creído. Yo sabía que era muy difícil que yo pudiera embarcar en otro buque español, ya que en aquel entonces la flota mercante española era reducida.

Como no quería perder tiempo, decidí irme a realizar el Servicio Militar. En aquella época eran dos años, pero yo por tener el título de Alumno de Náutica me lo reducían a un solo año, pero con la obligatoriedad de que tras los tres meses en el Cuartel de Instrucción de Cartagena yo tenía que embarcar los nueve restantes en la Armada. Decidí que era lo más adecuado en aquel momento.

“Sentí una enorme frustración y un gran disgusto. Nunca lo hubiera creído”

Luego de los tres meses de Cartagena, embarqué en marzo de 1955 en el dragaminas “Tinto” que iba a carbón... Terminé en enero de 1956. En conjunto el año más triste y duro de mi vida. Cuando terminé volví a trabajar en la misma Agencia de Aduanas, donde alcancé el cargo de Apoderado. En mayo de 1958 hice lo mejor de mi vida, que fue casarme con mi actual esposa, Ana María Jorro Belando. Somos 67 años casados y podemos decir 67 años de felicidad.

Seguí luchando para mejorar mi situación. Mi suegro representaba firmas inglesas importadoras de naranja. Tenía dos en Liverpool, que acabaron siendo incompatibles. Se quedó la más importante y me dijo si me podía interesarme W.B.Anderson & Sons. Por supuesto le dije que sí, además de mi trabajo en la Agencia de Aduanas. Sin conocer nada de fruta aprendí a marchas forzadas. La firma importadora inglesa me daba una comisión en centavos de libras esterlinas por cada caja de naranjas o cebollas que yo lograse desviar a ellos para ser vendida en pública subasta en el mercado de Liverpool. Posteriormente, conseguí también la representación de otra firma importadora de frutas de Róterdam.

Pero mi pasión por el mundo marítimo seguía inalterable y en septiembre de 1961 me di de alta como consignatario de buques y 64 años después aquí seguimos... Debo ser la empresa consignataria de buques más antigua del Puerto de Valencia.

Recuerdo que en la postguerra española, los buques atracados o maniobrando en el puerto hacían sonar sus sirenas cuando necesitaban algo. Tres pitadas largas era pedir práctico; dos largas y dos cortas un remolcador; dos largas y tres cortas dos remolcadores; una larga voy avante; tres cortas doy atrás. etc. Como había bastante tráfico el puerto era una continua resonancia. Siempre se oían pitidos de barcos. Los más graves eran de vapores. Los otros eran barcos a motor, pero siempre sonaban pitidos en el puerto. La gente cercana al puerto del Distrito Marítimo estaba totalmente identificada con las continuas sirenas de los barcos que daban vida al puerto.

Un día, de repente, se hizo un silencio total. Yo salí corriendo de mi despacho hacia la verja del muelle. Antes de llegar me encontré un grupo de excitadas personas que estaban comentando el desconcertante silencio. Había uno que se esforzaba en que el resto aceptase su verídica información. Según él, lo había ordenado el comandante de Marina, ya que le molestaban las pitadas continuas de los barcos. Posteriormente pudimos comprobar que era cierto. A partir de entonces aprendimos a vivir en silencio. Uno de los problemas era llamar por teléfono a los prácticos que estaban en el muelle Llovera. El teléfono funcionaba a través de un cable sujetado por postes a lo largo de todo el muelle de Levante, que entonces era mucho más estrecho que ahora. Cuando había temporal de Levante nos quedábamos sin poder comunicar con los prácticos durante mucho tiempo, pero ningún barco hacia sonar su sirena. Estaba prohibido. Eran tiempos de dictadura y las órdenes se cumplían.

Y ya que hablamos de aquella época, recuerdo que asistí en la Feria de Muestras de Valencia a una charla de un ministro de Transportes. Comenzó a comparar Bilbao con Valencia. Se volcó en favor de Bilbao porque no paraba de decir la cifra enorme de sus toneladas en comparación con el inferior tonelaje de Valencia. Estaba seguro de que Bilbao era mucho más importante que Valencia. Se acabó su charla. El organizador preguntó si había alguna pregunta. Silencio sepulcral. No me pude contener y levanté la mano y le dije al ministro que la importancia de los puertos no se debía medir por tonelaje sino por el número de diferentes cargadores que lo utilizaban. El gran tonelaje de Bilbao quizás correspondía a muy pocas grandes empresas del sector siderúrgico del área. El de Valencia, al contrario, era la suma de muchísimos pequeños y diferentes cargadores. El ministro se quedó sin saber qué decirme. A la salida mucha gente me felicitó. Otros me dijeron “que me la había jugado”.