El Ministerio de Transportes ha adjudicado el contrato de adaptación de tres salas de su edificio de Nuevos Ministerios para convertirlas en un gimnasio que preste servicio a los funcionarios.
En un complejo que históricamente ha dispuesto de estanco, kiosko de periódicos, administración de loterías, sucursal de banco, guardería o incluso de peluquería, seguir reforzando este tipo de dotaciones con un nuevo gimnasio no desentona, máxime en estos últimos tiempos en los que por la vía de la conciliación se ha seguido entendiendo que es necesario acercar servicios esenciales a los puestos de trabajo y máxime en complejos de tan alta concentración de trabajadores.
Ahora bien, veníamos de una época en la que estas dotaciones eran concebidas como un derecho y sobre todo juzgadas como un privilegio del funcionario con precios subvencionados. Por eso hubo momentos en las dos últimas décadas en las que determinadas ministras intentaron cerrar servicios como la peluquería o racionalizar servicios como la guardería, coincidiendo además con épocas de fuertes ajustes por las crisis económicas.
Es cierto que no es lo mismo una peluquería que una guardería, un banco que un estanco o ni siquiera una guardería que un gimnasio. Ahora bien, las mismas cosas que aplaudimos en un centro de trabajo privado deberíamos aplaudirlas en un centro de trabajo público, siempre que se respeten los valores y límites razonables del erario público.