Llevo toda la vida creyendo que el otoño comienza en torno al 21 de septiembre con el equinoccio de otoño, que este año será a las 20:19 horas del día 22, según el Observatorio Astronómico Nacional, y resulta que ayer me entero de que, además del otoño astronómico, cuyo inicio lo determina el momento en que el sol se encuentra sobre el ecuador celeste, existe otro otoño: el “otoño climatológico”, que comienza cada 1 de septiembre.
El ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, de quien depende el Observatorio Astronómico Nacional, inauguró ayer el otoño meteorológico, que viene a ser lo mismo que el curso político pero sin necesidad de estar pendientes del sol, con una cerrada defensa de la gestión del transporte ferroviario tras las críticas por el aumento de las incidencias en verano.
Dijo Puente que sólo Suiza supera a Renfe en puntualidad en Europa y que el motivo de las incidencias responde al mayor número de trenes en circulación, con puntos por donde, según detalló, circulan hasta 289 trenes al día, lo que satura la red; los continuos fallos de los trenes, y la mayor cantidad de obras en las vías. Sin embargo, el ministro reconoció la existencia de una “tormenta perfecta” en la calidad de los trenes que prevé revertir con inversiones récord.
Me pregunto si la línea de ancho métrico Bilbao-León será agraciada también, al menos con una pedrea, del chorro de millones que parece inundará la red ferroviaria española, un año después de que el ministro dijera que “el tren vive en España el mejor momento de su historia”. Porque el presente no es ni mucho menos el mejor momento de la línea Bilbao-León, que quien esto firma se empeñó en recorrer este agosto, animado más por las ganas de aventura y la promesa de paisajes serenos y deslumbrantes, que por la mera necesidad de llegar de un punto a otro.
De las mercancías, tan sólo quedan, junto a las vías, contados rastros de lo que un día fue el “Transiberiano del Norte”
El “tren hullero”, que transportaba el carbón de las minas de León y Palencia hasta las acerías vizcaínas, atraviesa León, Palencia, Cantabria, Burgos y Bizkaia, con dos circulaciones diarias, una por cada sentido, invirtiendo en el mejor de los casos 8 horas en completar los 335 km del trazado, lo que arroja una “escalofriante” velocidad media de 42 km/h; toda una mejora frente a las 12 horas que tardaba a finales de los años 80. En 1991 la línea alcanzó tal déficit de explotación y las mercancías habían caído tanto que cesó el servicio de viajeros, quedando prácticamente abandonada su sección central. La presión ciudadana forzó a una reapertura gradual hasta que en 2003 se reanudó el recorrido León-Bilbao para pasajeros con una limitada actividad de mercancías.
Recientemente, en diciembre de 2023, Adif dijo haber completado la “modernización” de la línea Bilbao-León con la automatización de las instalaciones de seguridad del tramo Guardo-Arija-Balmaseda, el único que quedaba por regular por telemando automático, con una inversión de 19 millones de euros. “Con esta actuación se aumentará la fiabilidad de las instalaciones y las circulaciones ganarán en regularidad, contribuyendo así a dotar a la red de mayor capacidad”.
No parece ser esa la realidad hoy. “Básicamente, está hecho todo a propósito para desincentivar que alguien viaje, seguramente con el habitual objetivo de justificar un cierre por una baja demanda, que es consecuencia de una política manifiestamente intencionada”, escribía hace apenas diez días un viajero de esta línea en la página de Facebook de la Asociación de Usuarios de Renfe-Feve. Ese viajero no soy yo, pero suscribo todas sus palabras. Por propia experiencia. De las mercancías, tan sólo quedan ya, junto a las vías, contados rastros de lo que un día fue el “tren hullero”, el “Transiberiano del Norte”. Pena.