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Empáticos, pero no estúpidos

  • Última actualización
    21 julio 2025 05:20

La industria del crucero se sostiene sobre dos actividades económicas que deben convivir en equilibrio: el transporte marítimo y el turismo. En consecuencia, los retos de la actividad integran los desafíos de ambas industrias, con lo que la colaboración con los destinos es tan vital como esencial es que los puertos ofrezcan las instalaciones y los servicios que las navieras requieren.

En este escenario, puertos y territorios siguen trabajando para adecuar las necesidades de unos y otros en un marco de cordialidad, y está muy bien que se escenifique, que la gente vea que se trabaja en ello. No hay nada mejor que restar ruido malintencionado con acciones directas, claras y planificadas. Y así sucedió la semana pasada en Barcelona cuando se presentó el acuerdo firmado entre el Port y el Ayuntamiento para “reducir el impacto de la masificación turística en la ciudad” dejando en cinco las terminales de cruceros del recinto antes de 2030. Es decir, se derribarán las tres terminales de cruceros más antiguas (A, B y C) y, en ese espacio, se construirá una nueva más eficiente y sostenible, que será pública y priorizará las escalas de buques de crucero que tengan a Barcelona como puerto base. Además, como se animó a recordar el presidente de la Autoridad Portuaria, José Alberto Carbonell, el recinto seguirá la tendencia de los últimos años de atraer cruceros de dimensiones pequeñas, de menos de 1.000 pasajeros, para garantizar este objetivo. Este año, este tipo de buques significarán ya el 25% de las escalas totales en el Port, así que check verde al objetivo.

Por cierto, estaría bien que el esfuerzo que está haciendo el Puerto, esa “empatía con la ciudad” que subrayaba en el mismo acto de presentación el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, no les haga olvidarse de que los turistas no solo llegan por mar.

Los puertos son mercancías y pasajeros, pero también industria y turismo, inversiones y responsabilidad, innovación e integración. La empatía no está reñida con la exigencia y no significa estupidez

Limitar la actividad crucerística, marcar un tope de llegadas, está bien si la ciudadanía así lo dictamina (el puerto catalán, como todos, es una herramienta de competitividad y crecimiento de la sociedad, no un enemigo especulador que exprime a los vecinos y sus recursos), pero los problemas de masificación turística que remarcó el alcalde no desaparecen porque el Port firme este acuerdo. El Consistorio tiene otros frentes. No lo olvidemos o sucumbiremos a los cantos de sirenas haters portuarias.

Regresando al tráfico de cruceros, las cifras hablan por sí solas. El 2024 fue un año récord para muchas navieras que trabajan en el mercado español y las previsiones para este año mantienen esta misma tendencia positiva (más de 5 millones de cruceristas de enero a mayo por los puertos españoles).

Además, el impacto del sector en la economía no solo de las ciudades portuarias, sino del conjunto de España, es grande, concretamente, de 6.400 millones de euros a la producción nacional, 3.200 millones al PIB y unos 52.000 empleos totales, según un estudio de Puertos del Estado.

Y los siguientes pasos no son menores. Se trabaja en la electrificación de los muelles, en combustibles limpios, en digitalización e innovación aplicada en la actividad y en la promoción de la integración de los puertos con sus ciudades, con lo que el impacto económico será mayor. Seguro.

Los puertos son mercancías y pasajeros, pero también industria y turismo, inversiones y responsabilidad, innovación e integración. Que nadie olvide que la empatía no está reñida con la exigencia y, desde luego, no significa estupidez.