La industria del crucero se sostiene sobre dos actividades económicas que deben convivir en equilibrio: el transporte marítimo y el turismo. En consecuencia, los retos de la actividad integran los desafíos de ambas industrias, con lo que la colaboración con los destinos es tan vital como esencial es que los puertos ofrezcan las instalaciones y los servicios que las navieras requieren.
En este escenario, puertos y territorios siguen trabajando para adecuar las necesidades de unos y otros en un marco de cordialidad, y está muy bien que se escenifique, que la gente vea que se trabaja en ello. No hay nada mejor que restar ruido malintencionado con acciones directas, claras y planificadas. Y así sucedió la semana pasada en Barcelona cuando se presentó el acuerdo firmado entre el Port y el Ayuntamiento para “reducir el impacto de la masificación turística en la ciudad” dejando en cinco las terminales de cruceros del recinto antes de 2030. Es decir, se derribarán las tres terminales de cruceros más antiguas (A, B y C) y, en ese espacio, se construirá una nueva más eficiente y sostenible, que será pública y priorizará las escalas de buques de crucero que tengan a Barcelona como puerto base. Además, como se animó a recordar el presidente de la Autoridad Portuaria, José Alberto Carbonell, el recinto seguirá la tendencia de los últimos años de atraer cruceros de dimensiones pequeñas, de menos de 1.000 pasajeros, para garantizar este objetivo. Este año, este tipo de buques significarán ya el 25% de las escalas totales en el Port, así que check verde al objetivo.
Por cierto, estaría bien que el esfuerzo que está haciendo el Puerto, esa “empatía con la ciudad” que subrayaba en el mismo acto de presentación el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, no les haga olvidarse de que los turistas no solo llegan por mar.