Si el simple hecho de trabajar ya debe ser motivo de enhorabuena, hacerlo en un sector como el nuestro es ya la bomba. Quienes mantienen la tesis de que hay vida más allá de la logística y que eso del “enganche” no es más que una excusa barata en la que escondemos nuestra incapacidad de adaptación a otros mundillos es que, evidentemente, todavía les queda un trecho de integración.
Desconozco las particularidades de muchos sectores económicos, eso es verdad, pero tengo la certeza de que no hay ninguno que genere tanto y tan variado como el logístico.
Las infraestructuras, que forman parte indisoluble de nuestro sector, están permanentemente en el triple foco de lo social, lo informativo y lo político. Meter estos tres aspectos en una coctelera y agitarla fuertemente equivale a meses de cachondeo exasperante como el que ahora vive el Puerto de Valencia con su Ampliación Norte.
Al mismo tiempo, los colectivos que forman parte del sector logístico son tan dispares como particulares; tan antagónicos como semejantes, unidos todos por una cadena que se tensa y arrastra siguiendo la órdenes del mercado y los designios de su majestad el cliente. En realidad, necesitaríamos varias páginas para hacer una relación de todas las actividades relacionadas con la logística en sentido amplio, inabarcable diría yo.
Y en medio de todo este maremágnum, emerge con fuerza el elemento que hace de pegamento, el cemento necesario e insustituible que posibilita que este sector sea diferente a casi todos los demás: sus personas y su capacidad para formar las llamadas comunidades logísticas.
Sí, ya sé que personas hay en todos los lados, pero lo realmente complicado es encontrar a aquellas que se sienten realmente unidas por un nexo tan fuerte y sólido que genera lazos mucho más allá del ámbito profesional.
Vale. Admito que desde fuera puede llegar a parecer que estamos enfermos, enfermos de logística, pero es nuestro problema. Evidentemente.
En estas andaba yo el pasado martes por la noche en la celebración del trigésimo aniversario de la transitaria Raminatrans. Un acto magníficamente organizado y que tuvo a bien congregar a cerca de 200 personas de los ámbitos más dispares, pero todas unidas por su vinculación al sector logístico a través de esa empresa y de su presidente, Rafael Milla.
Una vez más, y ya son muchas, la persona volvió a emerger como protagonista principal. La persona del fundador, su mujer, su hija. Todas y cada una de las más de 300 personas que forman la plantilla de Raminatrans; las personas que hay detrás de clientes, autoridades, amigos, medios de comunicación... Lo del martes fue un homenaje a las personas y a su capacidad para transformar un sector inerte, frío y baldío en un derroche de humanidad.
El acto del martes, más allá de lo que significa que una empresa local haya evolucionado como lo ha hecho Raminatrans hasta encaramarse como referente en el sector, trasciende por su capacidad de seguir cohesionando y generar sentido de pertenencia.
Los que estamos enfermos de logística valoramos este tipo de actos y agradecemos que nuestro sector siga haciéndose más gran y mejor gracias a las personas que le dan vida. Y no al revés.